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Raúl Pérez Ureta, artista de la luz

Ureta, uno de los más reconocidos directores de fotografía en la filmografía cubana, acaba de recibir el Premio Nacional de Cine y ahora rememora sus experiencias en tres guerras y en películas dentro y fuera de la Isla

Autor:

Mary Luz Borrego

Botellas, jarrones, copas, más de 60 piezas todas de azul, en una sala raramente decorada donde conversamos aquella tarde, quizá bajo el influjo imaginario que algunos conceden a ese color como inspirador de calma interior, imaginación, espiritualidad y creación. Pero nada de bucólicos silencios: gatos y peces seductores, cotorras excéntricas y perros estridentes casi ultiman esta entrevista.

Ambiente por poco extravagante en contraste con este hombre de jeans usado, camisa común y un tabaco acompañante, que ha concedido apenas unas pocas entrevistas, a pesar de ser de los más reconocidos directores de fotografía en el cine cubano, con películas tan heterogéneas como Madagascar, Papeles secundarios, o Suite Habana.

«Tuve una niñez muy pobre, pero muy feliz en Fomento, Sancti Spíritus; un poco relegado, porque mi padre era canario y en esa época los isleños tenían fama de brutos, vivían como en un gueto. Desde los 12 años trabajaba en una tienda, donde limpiaba las vidrieras, salía a cobrar las cuentas; era muy malo como vendedor. Hasta que decidimos tomar La Habana por sorpresa, con 15 o 16 años».

—¿Cómo entronca con el mundo del cine usted tan joven, comerciante y sin una formación en el mundo de la cultura?

—La tienda donde trabajaba estaba en la calle Infanta, cerca vivía Pedro García Espinosa, el hermano de Julio, quien era escenógrafo del ICAIC, que en ese momento se estaba creando. Yo pensaba que podía trabajar en dibujos animados, ser dibujante, cosa en la que tampoco fui bueno, pero me aceptaron allí y estuve como un año y medio trabajando en eso hasta que pasé a cámara.

«Un día llegó Santiago Álvarez preguntado quién podía hacerle un trabajo de sonido y, sin saber nada de sonido, me propuse, porque la cámara de dibujos animados era en un cuartico cerrado, oscuro, y mi problema era salir, ver cosas. Así me involucré en el Noticiero ICAIC Latinoamericano, primero como sonidista y después llegué a ser camarógrafo; trabajé como en 500 ediciones; fue la mejor escuela, porque me permitió tirar miles y miles de pies de película y sobre la marcha aprendí un poquito».

—¿Qué experiencias guarda de sus trabajos con Santiago Álvarez, todo un mito en el ICAIC?

—Todos los que nos nucleamos alrededor del trabajo del Noticiero éramos gente muy joven. Santiago actuaba como el jefe del trabajo y el ideólogo-político que nos ayudaba a formar, pero también como un padre, porque éramos como chiquillos malcriados. Fue muy hermoso y muy formador; muchos de los cineastas importantes del ICAIC pasaron por el Noticiero. Santiago, un hombre muy inteligente, muy culto, con un proyecto de trabajo muy fuerte y riguroso que nos ayudó a ser un poco mejores.

A inicios de la década de los 80, cuando el Noticiero se extinguía,  Pérez Ureta comenzó a involucrarse con el cine, como operador de cámara de largometrajes en una película de Tomás Gutiérrez Alea, Hasta cierto punto. Después vinieron algunos cortos y el único filme de ficción del mismo Santiago Álvarez: Los refugiados de la cueva del muerto.

«Me interesaba la dirección de fotografía, ese proyecto de crear atmósferas con la luz, situaciones dramáticas con óptica, con lente. El director de fotografía en el cine coloca las luces, decide dónde va la cámara, tiene la posibilidad de ir contando una historia plano a plano, es como traducir a imágenes el guión literario.

«Un día fui a hacer una operación de cámara a Colombia, en una película que se llama Visa USA. El director de fotografía de ellos se enferma y parar la película en ese momento resultaba muy costoso. Entonces me preguntaron si yo podía terminarla y acepté. Fue una decisión bastante arriesgada, pero a esa cinta le fue muy bien comercialmente y me abrió las puertas para trabajar aquí.

«Mi primera película en Cuba, Otra mujer, la hice con Daniel Díaz Torres; después vino Papeles secundarios, que me afianzó como creador, y luego trabajé con Fernando Pérez y Gerardo Chijona; hice algunas otras cosas en Colombia y en Perú y me fui sintiendo un poco más seguro».

—Aunque un director de fotografía decide también en el éxito de una película, el público siempre reconoce a los actores, al director, ¿cómo sobrelleva ese segundo plano?

—Uno no escoge las películas que quiere hacer; a uno lo contratan para hacer la película que va a dirigir otro. Pero también tomamos determinaciones en tiempos muy cerrados, siempre en consulta con el director; tienes que llegar a un acuerdo porque la película no es del fotógrafo, la película es del director, y en algunos países capitalistas ni siquiera del director, sino del productor; un negocio.

«En algunos casos hay que tener la fortaleza intelectual para discutir, pero si el director no acepta tu propuesta, tienes que tener la capacidad para hacerla como él quiere y hacerla bien. Todo depende mucho del entendimiento. También los factores económicos tienen que ver; a veces quisieras un lente más ancho, pero no lo hay en Cuba y alquilarlo cuesta caro. Jamás me he atrevido a decir esta película la voy a escribir y a dirigir yo, porque los fotógrafos se enamoran de los planos y no tienen el sentido del tiempo».

—¿Pero a usted le gusta el riesgo?

—He vivido toda mi vida en riesgo; a veces decía: me hace falta un poquito de desarrollo cultural para asumir esto, pero me arriesgaba; siempre fui un hombre que viví pegado al riesgo. También tuve la posibilidad de hacer tres documentales en guerra, en Vietnam, Guinea Bissau y en Etiopía.

«Lo más importante es que en esta profesión te renuevas constantemente; los trucos, las fórmulas que utilizaste en una película no las puedes emplear en otra porque es otra historia, otra época. Nunca le diré que no a nada que me pueda traer la satisfacción de hacer una buena imagen».

—¿Todo color de rosa o algún momento difícil?

—He tenido momentos difíciles; la vida me ha situado, por ejemplo, filmando una guerra y una guerra es despiadada, una guerra te entra por los ojos, pero te satura el corazón. Momentos difíciles… Cuando trabajaba en el Noticiero estuve en ciclones, en el terremoto de Perú, en los años 70, cuando hubo alrededor de 170 000 muertos; en Vietnam, en una zona donde había conflicto con los chinos y bombardearon una ciudad completa. A veces tienes que tener la fortaleza espiritual de decir: Yo vine aquí a filmar; me duele mucho que haya un niño muerto, pero tengo que filmarlo».

Raúl Pérez Ureta aparece entre los dos directores de fotografía más reconocidos en la encuesta realizada por los 50 años de creación del ICAIC. No reniega de ninguna de sus películas y considera que la discreción, el respeto y la cordialidad con los actores y el resto del equipo resultan indispensables para la realización de cualquier cinta.

Hace poco, con su fotografía estrenó una película histórica, dirigida por Fernando Pérez, sobre la niñez y adolescencia de José Martí. En su vida profesional ha recibido múltiples reconocimientos, desde premios Lucas y Caracoles hasta su reciente Premio Nacional de Cine. Colabora sistemáticamente con la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños en la formación de jóvenes. Varios proyectos le esperan en el tintero. Siempre le obsesionan los detalles y la luz.

—Algunos consideran que el cine cubano, en su afán crítico, se ha encasillado con cierto corte de comedia, muy agradable de ver, pero que el tiempo enseguida lo vence.

—Pudiera ser. También uno es hijo de su tiempo; creo que se han hecho películas más y menos importantes; una película es un hecho artístico que a veces es más o menos feliz, pero todas se han hecho con muy buena fe. Creo que hay un grupo de gente joven que tiene otra realidad visual distinta a la de nosotros; pueden cambiar la forma de ver del cine cubano, hay mucha gente joven muy buena. Creo mucho en la sensibilidad de las personas, en el poder de lucha y de convicciones que tengan, que sean capaces de analizar el mundo y la época que les toca vivir con honestidad. Yo he tratado de ser lo más honesto posible.

Con casi 50 años en el ICAIC y unas 25 películas filmadas, además de cortometrajes y videoclips, este hombre puede ver muchos filmes en una jornada en busca de sugerencias, de soluciones plásticas. A veces pasa días en depresión por no encontrar una salida mejor para una escena. Además de piezas azules, colecciona cajas de fósforos, cámaras antiguas y le interesa bastante la Historia. No sigue modas ni compra joyas. Invierte en libros, figuras de arte y alguna película.

A veces cocina y con los años cree cada vez más en la amistad. Degusta la tranquilidad, lo cotidiano y mantiene unas ganas de vivir de un muchacho con 15 años. En las mañanas se levanta temprano para caminar y disfrutar las personas y las atmósferas de luz que posan como retratos en las ventanas abiertas de La Habana: «La imagen entra por los ojos y hay que ver; hay que ver mucho».

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