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La favorita de casi todos

La telenovela brasileña es un ejemplo de cómo este género hereda el carácter fragmentario de la narrativa oral, maniqueísta y no siempre coherente, arrastra los vicios de la novela romántica y del folletín decimonónicos, y del teatro burgués, además del culto a la manipulación emocional

Autor:

Joel del Río

Quienes no tuvieron suficiente curiosidad para husmear en Internet en busca del final, o aquellos otros que se negaron a preguntarle el desenlace a la amiga del novio de la hermana de la vecina de alguien que trabaja en el ICRT, habrán disfrutado las considerables dosis de suspenso y sorpresa desplegadas por La favorita (Rede Globo, exhibida entre 2008 y 2009 en Brasil), otro éxito de la telenovela brasileña —está en horario estelar los martes, jueves y sábado, luego de recorrer con gran éxito las pantallas de varios países latinoamericanos— que operó un viraje espectacular, e inesperado, cuando Flora (Patricia Pillar), la protagonista victimizada y casi beatífica, se confesó asesina, y su oponente, la frívola y manipuladora Donatella (Claudia Raia) comenzó un purgatorio de calamidades que todavía está atravesando.

En ese intercambio de roles entre la «buena» y la «mala» —que al principio, en el medio o al final de la telenovela convierte en blanca paloma a una de ellas y demoniza a la otra— consiste uno de los principales atractivos, y defectos, de una telenovela cuyo escritor, João Emanuel Carneiro, ha combinado casi a partes iguales elementos típicos del género criminal (delitos de diverso tipo, asesinatos, robos, chantajes, suspenso, intriga, juicios, cárcel, tráfico de armas, etcétera) y atributos preclaros del melodrama: mujeres víctimas o fatales, rivalidad por una hija, identidad oculta, relaciones amorosas interclasistas e interraciales, triángulos amorosos, posibilidad de incesto...).

Con semejante mixtura en las manos, el director Ricardo Waddington estableció una puesta en escena que elude cualquier audacia formal y se reconcentra en el juego de los actores, y en el ping pong de la cámara entre los primeros planos de los intérpretes principales. ¿Subtramas? Varias. Todas ellas conectadas de alguna manera con el conflicto Flora-Donatella, y articuladas a su vez en torno a dos patriarcas, también contrapuestos en blanco y negro: Copola (Tarcisio Meira) y Romildo (Milton Gonzalves), cada uno angustiado por los problemas de sus respectivas familias.

A pesar de la aparente abundancia de conflictos y personajes, todo se engrana a partir de tres grandes temas: la envidia, la mentira y la traición, exceptuando la rivalidad entre el hippie místico y el candidato político, desenvuelta en clave de equivocada comedia bufa, que solo cumple con el propósito de volver a satirizar, como si no fuera suficiente con el cine norteamericano en pleno, los ideales de los años 60, el rock, el ecologismo y la vida natural. Por otra parte, además de la apolillada fórmula de los pobres siempre bondadosos, íntegros y caritativos, y los ricos invariablemente corrompidos, egoístas y veleidosos —con las excepciones de algunos personajes descastados que transitan entre uno y otro bando, como lo hacen los «lindoros» y sensualistas Alicia (Taís Araújo) y Halley (Cauã Reymond)—, La favorita se distancia de los asuntos polémicos o intereses sociales que han marcado la mayor parte de las telenovelas brasileñas vistas en Cuba últimamente.

Las peripecias de la trama, el diseño hiperpolarizado, las acciones de un mismo personaje que pendulan drásticamente entre las siete virtudes cardinales y los siete pecados capitales, convierten La favorita en un tipo de telenovela que se descalza de todo realismo, y quiere ofrecer solo exageraciones y bandazos sin pudor alguno, con el único propósito de consagrar el efectismo emotivo, y espectacularizar la inconsecuencia dramatúrgica.

Total, que en cada capítulo pasan tantas cosas que al más avisado de los espectadores se le olvida exigir explicaciones lógicas y justificantes racionales. Cada ascenso y caída solo pretende potenciar la inconsecuencia y consagrar la exageración, sin que aparezca la justificación de la caricatura más allá de los personajes de Augusto César y Orlando. El primero es un hippie extemporáneo, y el otro es «repentino» homosexual caracterizado en un alarde de bufonería, sexismo y homofobia que no esperábamos de las telenovelas brasileñas, por lo regular bastante respetuosas con las opciones e inclinaciones sexuales de sus personajes.

Así, desfilan mil asuntos contextuales, psicológicos e incluso filosóficos superficialmente mencionados o por completo banalizados.

Los políticos corruptos, la prepotencia de los jerarcas, el apremio de los necesitados, la violencia doméstica, la inconformidad de los obreros, la prostitución como vía de ascenso social... Todo ello se ha tornado en ligera alusión, en dos o tres frases lapidarias y circunstanciales, pues la trama tiene un gran asunto que atender: explicarnos cómo Flora destruye a Donatella y se convierte en un monstruo sanguinario e insaciable, sin que el guión o la puesta se dediquen a mostrarle al espectador otras condicionantes, o las causas de tanta maldad. Tan fácil que hubiera sido pintarla un poco psicópata, o atribuirle un cuadro de celos y envidia ilimitada, o simplemente una actitud ante la vida y un concepto del mundo fuertemente adversos a los de Donatella...

Sin embargo, La favorita se aleja de todo lo que pueda significar complejidad en el trazado de las protagonistas. Ellas dos se profesan un odio casi abstracto, a fuerza de extremo y escasamente justificado. Por supuesto que una de las dos deberá ser abatida al final, en el cual veremos cómo se precipita en el abismo la peor de las dos, entre una rápida sucesión de incidentes que nos impidan discernir si lo que ocurre es, o no es, mínimamente convincente en tanto historia. Ya veremos si al final quedarán defraudados o no los amantes del melodrama o aquellos que prefieren las intrigas criminales. Sin embargo, tampoco hará falta llegar al último capítulo para percatarse de que el guionista, particularmente, y todos los demás implicados, se han comportado magistralmente en la manipulación de las emociones y de los gustos del público.

Entretenimiento puro, profesionalmente concebido, a ritmo de carrusel vertiginoso o de violenta montaña rusa, que elude los tiempos muertos y los parlamentos demasiado extensos, La favorita quiere atrapar al espectador desde su formidable presentación musical (electrotango Pa’ bailar, del grupo argentino Bajofondo) y su diseño visual, resuelto en blanco, rojo y negro, con ese resumen gráfico que sumariza el núcleo dramático, hasta el final, que siempre empuja al televidente hacia el siguiente capítulo con muy altas expectativas.

La telenovela de turno significa la apoteosis de algunos de los mejores intérpretes brasileños dentro del medio televisivo: Patricia Pillar (quien consigue sortear los abismos de inconsecuencia en el diseño de su personaje, y nos entrega una Flora casi feroz), Ary Fontoura (Silverio), Carmo Dalal Vecchia (el periodista Zé Bob), Mariana Ximenes como Lara y Murilo Benicio (Dodi), al mismo tiempo que descubrimos la cortedad de Claudia Raia para insuflarle auténtica palpitación a Donatella, o de Thiago Rodriguez (Cassiano Copola) para manifestar la más mínima expresión más allá de la sonrisa ocasional e infundada. Hay muchos intérpretes que están por debajo de sus posibilidades reales, o que están repitiendo el mismo registro visto en telenovelas anteriores: Lilia Cabral (Catarina Copola), Malvino Salvador (Damián), Gloria Menezes (Irene Fontini)...

La favorita es un ejemplo supremo de cómo la telenovela hereda, o desvalija, el carácter fragmentario de la narrativa oral, repetitiva, maniqueísta y no siempre coherente, arrastra los vicios de la novela romántica y del folletín decimonónicos, y del teatro burgués, además del culto a la manipulación emocional determinado por la radionovela, la fotonovela y el melodrama cinematográfico para construir, con todos esos elementos, «un vigoroso antagonismo como situación inicial, una colisión violenta, y un desenlace que representa el triunfo de la virtud y el castigo del vicio; en suma, una acción muy clara con una primacía de la fábula sobre los caracteres, con figuras tópicas, como el héroe, la inocencia perseguida, el villano y el personaje cómico», como lo define el teórico Arnold Hauser en su Historia Social de la Literatura y el Arte.

Aunque parezca que ahora habían cambiado las reglas del juego, se trataba de un cambio cosmético, aparente, porque la buena y favorita es una sola, la otra es mala y despreciable, por nada, porque sí, porque la condenó el guionista a convertirse en ángel exterminador... Solo queda disfrutar su aparatosa caída.

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