Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La artista máxima

Dueña absoluta de la escena, María de los Ángeles Santana vivió bendecida por el amor de su pueblo, que la admiró desde siempre porque supo de sus dotes histriónicas y de su inmensidad como ser humano sensible y especial

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«Agamenoón... Aaaagamenoón... ¡Agamenón!», me parece escuchárselo decir con una gracia y un arte tan sublimes que han pasado muchos años desde que San Nicolás del Peladero dejó de estar en la pantalla, y sin embargo su imagen de mujer elegante, con ínfulas de grandeza, pero más simple que una chancleta, aparece nítida, muy nítida, como la huella profunda, imborrable, que dejan las cosas que nos tocan el alma.

Por suerte para la cultura cubana, de aquellos que la admiramos por décadas de entrega infinita al arte, la gran María de los Ángeles Santana, la artista de pies a cabeza que acabamos de perder a los 96 años de edad, no fue solo la irrepetible alcaldesa Remigia, que señoreaba en el set junto a Plutarco (Enrique Santiesteban) y Éufrates del Valle (Germán Pinelli). Ella fue la actriz completa, de magnífica dicción y voz peculiar, la carismática y siempre convincente intérprete de La verbena de la paloma, Cecilia Valdés, Mujeres, Vivir con mamá, Un sorbo de miel, Algo no dicho, Tía Meim, Comedia a la antigua, Una casa colonial...

Nacida el 2 de agosto del año 1914, la Premio Nacional de Televisión y de Teatro se inició en ese mundo de la actuación, específicamente en el cine, por allá por 1938. Sucedió en La Habana se nombró su primera película, en la cual María de los Ángeles era la novata dentro de un grupo que conformaban ases como Rita Montaner, Alicia Rico y Candita Quintana. Pero la bella muchacha supo seguir adelante, tanto que después vinieron otros seis largometrajes entre los que se encuentra Romance del palmar, la única que quedó conservada en los archivos.

Fue por esa época que comenzó en la radio y a trabajar en CMQ como intérprete de las composiciones de Ernesto Lecuona, para en 1940 viajar a México con Eliseo Grenet, contratada, durante siete años, por una compañía de comedias y revistas musicales. A su regreso a la Isla se incorpora a la compañía del Teatro Martí la cual permitirá que la ovacionen en Estados Unidos, Argentina, Venezuela, Colombia, Panamá... Sin embargo, su éxito rotundo será en España donde, transformada ya en una vedette internacional, asombra entre 1951 y 1954, y más tarde, entre 1955 y 1958. Unos días después de su retorno a su amada Isla, triunfaría la Revolución.

«Cuando regresé a Cuba, confesó hace unos años a Juventud Rebelde, aún tenía un contrato en Buenos Aires. Pero no quise irme. Sin comprender la Revolución como la entiendo hoy, me pareció que había que quedarse a cooperar con lo que surgía y tenía el apoyo del pueblo.

«Mi familia pertenecía a la burguesía media, pero mi formación humanística me permitió identificarme rápidamente con el proceso que vivía el país. Había aprendido a rechazar la injusticia, a molestarme porque unos tuvieran mucho y otros nada, y muchas veces me preguntaba cuál era la función de uno como artista. La Revolución me dio las respuestas a todas esas inquietudes. Comencé a sentir que podía contribuir como cualquier trabajador en la sociedad».

Dueña absoluta de la escena, María de los Ángeles Santana vivió bendecida por el amor de su pueblo, que la admiró desde siempre, porque supo de su entrega total, su profesionalismo infinito, su carisma, de sus dotes histriónicas, de su inmensidad como ser humano sensible y especial. Así se convirtió en icono de la Televisión Cubana donde reinó definitivamente (¿quién que la hubiese visto en la telenovela Therese Raquin podrá olvidar aquellos expresivos ojos que lo decían todo sin pronunciar una palabra?), desde que llegara a ella en 1960.

María de los Ángeles existió para este pueblo y nada pudo jamás sustraerla de su raigal cubanía. «Me siento satisfecha, dijo aquella vez a JR, porque he vivido lo que tenía que vivir. Estoy contenta por mis años dedicados a la escena y quisiera decir a los jóvenes, el relevo nuestro, que amen su profesión, porque sin amor no hay resultados positivos en lo que se realiza. También que no subestimen el pueblo, que él es nuestra medida y tenemos que ser capaces de devolverle con nuestro arte el esfuerzo que hace».

María de los Ángeles vivió feliz y nos hizo felices. Por eso seguirá entre nosotros. Certero fue el dramaturgo Nelson Dorr, Premio Nacional de Teatro 2010, quien la dirigiera en varias de sus puestas, cuando a raíz de que cumpliera sus 95 años le expresara: «Has dado tu arte para todos, y con tu natural sencillez y talento excepcional te has ganado lo raro en este mundo: la admiración sin peros, sin labios fruncidos, no solo de tus amigos, sino de todos los artistas».

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