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Rigoberta Menchú: la niña de Chimel

Para hablarnos de su experiencia con la literatura infantil, llegó Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz, a la Feria del Libro de La Habana

Autor:

Jaisy Izquierdo

Escribe de la niña que fuiste, la conminó su amigo Dante Liano, cuando Rigoberta acababa de perder, algunos años atrás, a su niño recién nacido, y le parecía escuchar en cualquier esquina los sollozos de su pequeño. Y aunque al principio le pareció una locura, terminó convirtiéndose en una pasión que hoy abarca más de 40 cuentos escritos a cuatro manos, muchos de los cuales han visto la luz en seis volúmenes.

Para hablarnos de esta experiencia con la literatura infantil, llegó Rigoberta Menchú, la premio Nobel de la Paz, a la Feria del Libro, con el don de la palabra en la punta de la lengua y el tesoro cultural de los pueblos mayas para componer respuestas.

Así pudimos conocer de su boca, que hilvana las ideas como quien cuenta una leyenda, de cómo Rigoberta fue primero Li Min, el nombre maya que le dieron sus padres y que le tuvieron que cambiar para poder inscribirla cinco días después de su nacimiento, pues no aceptaban en el registro nombres indígenas.

Después nos relató cómo fue que Li Min se convirtió en la protagonista de su primer libro Li Min, una niña de Chimel, en el que los abuelos no son los padres de nuestros padres, sino los ancestros de hace millones de años, y donde Chimel, el bosque nuboso de la tierra donde creció, se convirtió entre las letras en una zona mágica donde podía atrapar el mundo de la espiritualidad maya, fuertemente ligado a la naturaleza.

Ella, que cree mucho en la dualidad de la vida donde hay un amanecer y también un anochecer, piensa que los humanos también tienen un alma gemela. La suya es su amigo Dante Liano, quien la ha acompañado en este proyecto literario hasta La Habana.

Aunque es una aventura que los ha unido en el campo de la narrativa desde hace pocos años, Dante prefiere hacer la salvedad de que Rigoberta siempre ha estado ligada a la literatura aun antes de escribir sus cuentos, «si entendemos como parte integral de la literatura la tradición oral, de la cual Rigoberta es una de las grandes herederas de esa rica tradición de los pueblos mayas, que se ha ido trasmitiendo de generación en generación y que incluso circula hoy de manera oral entre su gente, junto a las conocidas leyendas del Popol Vuh».

Con sencillez la Menchú añade que no se considera una gran escritora. «Simplemente soy una contadora de cuentos que jamás se va a callar. Cuando salí del genocidio guatemalteco hice la promesa de que nunca me iba a callar frente a la impunidad, el racismo, y la injusticia, y eso es lo que hago cada día de mi vida, romper el silencio». Y entonces habla de su apoyo a la causa de los Cinco, de su larga lucha en contra del bloqueo, de su amistad de más de 30 años con nuestro pueblo, y de su cariño por Fidel, de quien guarda una foto en la sala de su casa.

Sobre sus libros, espera que prontamente pueda venir a presentarlos todos, en una especie de colección, para que los niños cubanos conozcan de la sabiduría de otros pueblos hermanos, pues para ella «los cuentos tienen espíritu, hablan, caminan, cada uno es una piedra mágica, es un río, o es un montón de animalitos. Más que de mitos estamos hablando de un sistema de vida que permite una conexión con las fuerzas naturales del planeta».

Le hace ilusión el debate futuro que podría producirse, y agrega que «los libros son como las personas que si no se nutren de ideas, o del diálogo con otros, se quedan chaparritos».

A Cuba dedicó sus palabras finales, deseando a su pueblo lo mejor, y que especialmente no perdamos el espíritu solidario, ese que llega a cada rincón donde se nos necesite.

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