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Serenatas a una ciudad

En su aniversario 497, la villa de Sancti Spíritus eleva su música hasta el firmamento de la universalidad

 

Autor:

Miguel Ángel Valdés Lizano

SANCTI SPÍRITUS.— Es difícil continuar la encomienda de los primeros cronistas iluminados por las utopías de la modernidad, bajo candelabros, en los tiempos fundacionales de esta, la cuarta villa erigida por los colonizadores españoles en la Isla de Cuba, hace 497 años.

Aquellos escribas plasmaron la caligrafía de la universalidad para esta comarca, en instantes en que se desvanecía el oscuro medioevo. Luego nació el germen de una identidad que hoy, bajo el manto de lo cotidiano, hace que forasteros de todas las latitudes descubran en el hombre de estas tierras a una criatura aferrada a la tradición.

El hombre como medida de todas las cosas, la gente como principal monumento a la esencia villareña. En los albores del tercer milenio, una cartografía de esta parte de la del país no puede obviar la huella de personalidades y seres pintorescos que han calado en la música, junto al hechizo del Yayabo.

Recordemos a Juan de la Cruz Echemendía, quien a finales del siglo XIX convirtió el coro de clave La Yaya en centro de una serie de manifestaciones sonoras de formación espontánea, a partir del legado ibérico y africano, como destacó el investigador Juan Bernal.

Habría que hablar también sobre el trovador Rafael Gómez Mayea, Teofilito, quien contó varias veces que uno de los momentos más importantes de su vida transcurrió cuando avanzaba por la calle Independencia y se detuvo al escuchar en la radio su obra Pensamiento, en una versión para orquesta de cámara. Al terminar la interpretación, un locutor identificaba la emisora: Radio Moscú. Como plantea el músico José Cardoso, esas anécdotas demuestran que Sancti Spíritus está representada ante el mundo.

Otra pauta en el pentagrama yayabero viene del virtuosismo de Sigifredo Mora. Muchos no saben —afirma Cardoso— que todavía cuando en el Callejón de Hamel no se habían reunido para hacer filin aquellos grandes como José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz, ya Sigifredo inauguraba en Sancti Spíritus un nuevo estilo con su bolero Fatal realidad, según cuentan, inspirado en una mujer que no pudo hacer suya por los prejuicios raciales de la época, pero que viviría, como espectro y fuente de inspiración, en toda su obra.

Las partituras de la villa atesoran pasiones así, a veces ardientes, con frecuencia sutiles. Hilda Triana, hija de la mujer que inspiró la pieza Rosalba, permaneció intrigada durante toda su vida ante las verdaderas razones que condujeron a Miguel Companioni a componer ese tema.

«En mi casa, de joven, no podíamos hablar al respecto. Mamá se ponía especialmente incómoda con el fragmento de la canción que dice: “Despierta, que ya despertaron las aves”; tal vez encontraba en esas líneas algún sentido oculto.

De acuerdo con el testimonio de Ana Rosa Gutiérrez, nieta de Rosalba, al parecer su abuela «temía que tergiversaran la letra de la canción o que surgieran ciertos comentarios que amenazaran su amistad con la esposa de Companioni». Sin embargo, Hilda no descarta que entre el compositor y su musa haya existido algún sentimiento inconfesado.

Todavía por las calles empedradas de la tierra del Yayabo vagan juglares como el veterano Manuel Nápoles Granados, «Manteca’o», quien recuerda las penurias que acompañaron a su gremio. «Yo limpiaba carros en el parque. Para que me pagaran preguntaba: ¿Cómo está el manteca’o?

«Fui panadero, pero cuando escuchaba una serenata, dejaba el horno de galletas; y hasta las quemé dos o tres veces, hasta que me botaron. Fui fabricante de sombreros, pero, cantando, me entretenía y los echaba a perder. Después en una carnicería no me quisieron pagar porque corté mal unos filetes y el dueño me acusó por estar chiflando, en la bobería. Hasta que la trova yo la sentía tan metida dentro que me dije: “Esto hay que decidirlo”, y agarré definitivamente la guitarra».

Tal parece que las corcheas brotan de lo íntimo en Sancti Spíritus, incluso para aliviar las mayores penas. Así lo confirma también Manteca’o cuando recuerda aquella serenata en el camposanto. «Nadie quería ir. Un Día de las madres un amigo me pidió que lo acompañara para cantar frente a la tumba de su vieja. Aquello era un sacrificio muy duro, pero debimos aceptar. Hubo un poquito de embriaguez y no encontramos la bóveda. Nos paseamos por el cementerio con aquella melodía: “Madrecita del alma querida”. Hasta que la policía nos sacó. Fue en el capitalismo; no sé cómo no nos mataron, porque habíamos actuado irrespetuosamente».

Las serenatas ya no engalanan las noches con la frecuencia de otros tiempos, pero aún permanecen como acontecimientos que coquetean con el imaginario de la villa, porque, como expresó un viejo bardo espirituano, mientras haya en el pueblo un trovador/ y unos ojos hermosos que mirar/ la trova siempre tendrá un altar/ lleno de flores/ lleno de amor…

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