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Las abejas nunca se retiran

Una de las integrantes del grupo La Colmenita es Claudia Alvariño. Esta simpática muchacha de 23 años de edad conoce a fondo su trabajo, porque casi nació dentro de sus camerinos. Y hace poco la vimos en un filme de gran aceptación: Habanastation

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Las cortinas estivales no pudieron encontrar aquí mejor manera de replegarse: la presentación de La Colmenita, esa compañía infantil de teatro parida por el talento de Carlos Alberto Cremata,«Tin», que tanta admiración provoca tanto en Cuba como allende nuestras fronteras.

Una de las integrantes del grupo es Claudia Alvariño. De madre periodista y padre cirujano, esta simpática muchacha de 23 años de edad conoce a fondo su trabajo porque casi nació dentro de sus camerinos. Hace poco la vimos en un filme de gran aceptación. Pero dejemos que sean sus palabras las que nos cuenten sobre su vida.

—¿Qué es La Colmenita desde la perspectiva de Claudia Alvariño?

—Es una pandilla heterogénea, cuyos miembros se conocen desde hace tiempo y se quieren mucho. Las edades oscilan entre los cuatro y los 15 años. Ninguno estudia en escuela de arte. Aprendieron música, canto y baile en la compañía, que ya anda por los 21 años de fundada.

—Cuéntame desde qué época formas parte de la compañía…

—Entré a los cuatro años de edad. A los 15 ingresé en la Escuela Nacional de Arte para estudiar actuación. Una vez graduada, regresé a La Colmenita a cumplir mi servicio social. Luego me quedé de plantilla como actriz y maestra de los más pequeñitos. ¡Me encantan los niños! Como ves, casi toda mi vida ha transcurrido dentro de este grupo.

—¿Te fue útil La Colmenita infantil para tus estudios en la ENA?

—Muchísimo. Mis compañeros, a veces, le daban la espalda al público, o no cubrían bien el escenario. Y yo decía «Ay, qué raro». Y es que en La Colmenita te entrenas hasta en proyectar la voz. Cremata siempre nos dice: «Los tienen que oír hasta en la última fila de butacas». Ese rigor lo exige la misma pertenencia a la compañía.

—¿Es La Colmenita, además, fragua de profesores para el grupo?

—Cremata dice que los mejores guías de los niños somos quienes surgimos aquí. Fuimos niños también y conocemos las travesuras, el pensamiento, la manera en que les gusta que los traten… Me siento muy feliz aquí. No hubiera hecho las cosas que he hecho si no hubiera pasado por La Colmenita; si no hubiera vivido toda mi vida aquí.

—¿Qué te ha enseñado esta compañía durante todos estos años?

—Además de actuar, cantar y bailar, he aprendido a ser cada día mejor persona. Nos guía esta frase de Martí: «Los niños debían juntarse por lo menos una vez a la semana para ver a quién podían hacer algún bien, todos juntos». Ese es el propósito de La Colmenita: reunirnos para ver cómo podemos ser más útiles y mejores seres humanos.

—¿Cómo llegaste a formar parte del reparto de Habanastation?

—Ian Padrón, director del filme, buscaba financiamiento. Le presentó el guión a Cremata, para que, si le interesaba, La Colmenita fuera la casa productora. A Tin le encantó la historia y aceptó. De ahí surgió el casting para todos los niños varones de la compañía infantil. Así se fueron seleccionando los protagonistas, los miembros de la pandilla… Y yo, como era también del grupo, fui la maestra.

—Háblame de ese personaje que a la gente le ha gustado tanto…

—Es una de las tantas maestras que puede haber en Cuba. Me fue fácil desarrollarlo, porque era, más o menos, de mi misma edad. Debo decir que nació pequeñito y solo salía una vez, en la escena de la Plaza, cuando el niño se pierde. Y ya. Pero en el trabajo de mesa comenzaron a sumarle apariciones hasta que se convirtió casi en un protagónico.

—¿Tuviste alguna preparación previa para adoptarlo ante las cámaras?

—No, sencillamente lo dejé hacer. Pero lo disfruté muchísimo. Sobre todo porque trabajé con dos niños —Andy y Ernesto—, a quienes conozco desde que entraron a La Colmenita con tres años de edad. Por entonces yo tenía ocho. Para mí continuaban siendo mis chiquitines. Siempre tuve confianza extrema en ellos. Me hicieron más fácil al trabajo.

—¿Cómo te resultó alternar con Luis Alberto y Blanca Rosa?

—Tenía temor, porque son dos actores talentosos de personalidades muy fuertes. Hay una escena mía con Blanca Rosa que no olvidaré. Es en el estudio, cuando ella se entera de que el niño se extravió. Se abalanza sobre mí, me dice imbécil y se pone histérica. La grabación se aplazó varias veces. Y yo loca por terminarla. Pero nada, el día en que la hicimos, tanto ella como él me ayudaron. Y salió bien.

—¿Alguna anécdota del proceso de filmación?

—Un día filmábamos en un barrio humilde capitalino llamado Zamora. Teníamos una escena que era después de un aguacero. Había que mojar el piso y las pipas del ICAIC demoraban. Y en eso los vecinos, que siempre tienen problemas con el abasto de agua, comenzaron a salir de sus casas con cubos y con cuanta vasija encontraron. Nos regalaron toda el agua de la que disponían para que pudiéramos grabar.

Abracadabra es otra obra de La Colmenita donde repites a la maestra…

—Eso fue casualidad. Como dice Tin, no es una obra de teatro, sino una acción dramática que quiere reflejar cómo niños y jóvenes podemos serles más útil a la Revolución. Lucha contra los dogmatismos y las consignas huecas e intenta mostrar la esencia de las cosas. Los personajes de cuentos infantiles enseñan a ser mejores personas.

—¿Qué opinión te merece la fama? Porque La Colmenita es muy popular…

—No somos el ombligo del mundo, por supuesto. Esa es otra de las enseñanzas de La Colmenita. Tin Cremata siempre nos dice: «Que no se nos suba la naricita nunca». Y también nos advierte: «Al niño que se le suba la naricita, coge vacaciones de La Colmenita». Y eso es lo que no quieren jamás los niños de la compañía, ¡coger vacaciones!

—¿Cremata tiene en cuenta a los niños cuando concibe sus obras?

—Los personajes y las obras siempre parten de ideas de los niños. Cuando comenzamos a montar una pieza de teatro, Tin dice: «Hay que pagar la entrada». Y no en efectivo, por supuesto, sino con dibujos, canciones, maquetas de cómo imaginan sus personajes, el vestuario, los telones de atrás… Se tienen muy en cuenta sus ideas.

—¿Se les exige a los miembros del grupo ser buenos estudiantes?

—¡Claro! Tin recuerda a cada momento que primero está la familia, luego la escuela y después La Colmenita. Para entrar a la compañía hay que ser buen hijo y buen alumno. El que no… ¡vacaciones! Tenemos vínculos con los centros donde estudian. Los visitamos periódicamente y conversamos con los maestros para comprobar si andan bien.

—¿Qué hace con su tiempo Claudia Alvariño, más allá de La Colmenita?

—Tengo poco tiempo y siempre estoy trabajando: ensayos, funciones sábados y domingos… Pero me gusta reunirme con mis amigos y organizar una fiestecita. ¿Cremata? Desde que tenía cuatro años de edad estoy más tiempo con él que con mi familia. Es mi guía, que impone respeto y da cariño. Es papá y amigo. Me ha enseñado a ser mejor persona. Estaré junto a él hasta que pueda. Las abejas nunca se retiran.

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