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Un retrato del nuevo cine argentino

La película argentina El estudiante, que se presenta hoy en el Yara, ha logrado, como pocas, tener de su lado la aceptación del público, la crítica, los jurados y los medios. JR conversó con su director

Autores:

Kaloian Santos Cabrera
Jaisy Izquierdo

La historia parte así: Roque (Esteban Lamothe) viaja a la capital desde Ameghino, un pequeño pueblo del interior, para recomenzar sus estudios en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Se apunta en la carrera de Sociología, «porque me gusta lo social», dice sin tener más argumentos, en una de las escenas, mientras merodea por los pasillos, y solo le interesan las chicas y hacer nuevos amigos. Conoce a Paula (Romina Paula), militante política, recién graduada y profesora adjunta de la facultad. Roque queda fascinado con ella y para conquistarla se adentra en el universo político de la universidad, donde encuentra su vocación y se enfrenta al eterno dilema ético: ¿el fin justifica los medios?

Tras triunfar en certámenes internacionales como el de Cine Independiente de Buenos Aires; el de Locarno, en Suiza; y el de Gijón, en España, El estudiante desembarca en el Festival de La Habana y compite por el Coral de Ópera Prima.

Santiago Mitre, su director, conocido ya por los cubanos por ser coguionista junto a Pablo Trapero (ahora productor) de Carancho y Leonera, manifestó a JR, a modo de presentación, que su filme «pretende aportar imágenes que generen un espacio cinematográfico, desde el cual quienes quieran pensar (o discutir) la política (y la película) puedan hacerlo».

—¿Por qué con una notable carrera como guionista te decidiste a rodarla?

—Estudié cine y llegué a escribir para otros directores casi de casualidad. Nunca fue mi intención solamente escribir, sino hacer cine. Me gusta ser guionista. Es un gran aprendizaje, y además me sirve para estar en contacto con otros realizadores. He tenido la suerte de trabajar con varios directores a los que admiro, como Pablo Trapero, Mariano Llinás, Israel Caetano, Walter Salles, entre otros.

«Los problemas que se plantean en el guión son los centrales para el cine que me interesa. ¿Cómo se narra? ¿Qué sí y qué no? ¿Con qué construcción? ¿Por qué? Guión-rodaje-edición, son tres partes indisociables de lo mismo: hacer cine».

—¿Qué persigue un filme político como El estudiante?

—No hay intención de aleccionar, ni de anteponer discursos. Es cine, es ficción, y por lo tanto está construido a partir de acciones ejecutadas por personajes, y sobre todo por imágenes, que por definición son ambiguas. La ficción tiene su lógica generada por el género narrativo, por el punto de vista de los personajes, y mi intención siempre fue anteponer lo cinematográfico (la narrativa, la forma, los personajes, el montaje, etc.) por sobre los discursos explícitos. En ese sentido trato de diferenciar el cine político del cine militante. Esta película podría decirse que es más cine sobre política que cine político. Es decir, que la política es el objeto desde el que se construye una ficción.

—¿Cuánto dista o cuánto le debe la construcción de tus personajes en esta historia a las películas sobre la dictadura, que conforman casi un género dentro de la cinematografía argentina?

—Por un lado hay una tradición fuerte de cine político en Argentina, que existió siempre. Y en ese punto se puede pensar lo político en el cine argentino en relación con la época en que fue realizado. En los 70 el cine político era estrictamente militante, se vivía bajo una dictadura, con censura y persecución política, y el cine (como ninguna persona) podía mantenerse por fuera. Entonces se produjeron obras importantes, por su valor militante, pero también cinematográfico. Había un monstruo concreto, la dictadura. Y ese cine, y sus personajes, daban cuenta de esa monstruosidad, el enemigo era claro. Era también un cine discursivo, donde todo se decía, probablemente por todo lo que no se pudo decir durante tantos años de censura. Después, en los años 90, el cine argentino cambió en sintonía con su época. Se alejó de la política, o lo político dejó de estar en su centro, pero se vinculó de un modo más directo con lo social, con la ciudad, con los personajes, y también con la forma. Ahora, creo que vivimos en una época, tal vez de transición, donde lo político vuelve a estar en el centro de las discusiones.

«Entonces esta película viene a aportar un retrato contemporáneo, realista, en la tradición del nuevo cine argentino, pero incorporando lo político, que muestra a los jóvenes y a la política con una perspectiva actual. Le aporta imágenes nuevas a la política argentina».

—¿El panorama puntual de la militancia estudiantil en la película intenta ser una metáfora del ámbito político contemporáneo?

—Sí y no. La película está construida sobre un ámbito específico: el de la militancia universitaria. Era mi intención que ese ámbito estuviese construido en toda su especificidad. Las universidades públicas de Argentina son espacios hiperpolitizados, con decenas de agrupaciones, con un nivel de discusión y actividad política, casi único en el mundo; y me interesaba que esta película de algún modo diese cuenta de eso. Igualmente, creo que los temas que trabaja la película, o el modo en que está construida, son perfectamente trasladables a cualquier ámbito o institución política, incluso al país.

—¿A qué crees que se deba la aceptación por parte del público, la crítica y los medios, de esta, tu primera película?

—Por un lado el clasicismo de la narración, las escenas, diálogos, la presencia de una nueva generación de actores para el cine argentino, pero sobre todo el enfoque directo sobre lo político. Fueron muchos los comentarios que señalaron eso como uno de los rasgos novedosos de El estudiante, refiriéndose a la supuesta falta de política en el cine argentino de los últimos años. Además, la película sintoniza con un clima de cierta repolitización, en lo nacional, y a la vez con muchos movimientos en todas partes del mundo, y en general protagonizados por jóvenes: Grecia, los «indignados» en Londres, las movilizaciones estudiantiles de Chile, y muchos otros que seguramente vendrán.

«Supongo que ser una ópera prima y haber sido realizada con un presupuesto ínfimo también pueden influir».

—¿Qué implicaciones trae para un realizador novel y en el contexto actual dirigir una película fuera de los subsidios estatales y las grandes empresas de cine?

—Es un momento difícil para hacer cine, para todos, no solo para los directores debutantes, o para quienes hacemos cine independiente. Hay cosas buenas que tienen que ver con la independencia, es decir con la libertad. No hay plazos, ni controles, filmamos durante meses, hasta que la película estuvo terminada. Cuando estuvo terminada la estrenamos como quisimos y cuando quisimos… Y es bueno saber que los errores y virtudes del filme solo nos pertenecen a nosotros. Igualmente, lamento que no hayamos podido pagarle a las personas que trabajaron con nosotros, y que no hayamos podido tener una copia en 35 mm para poder acceder a circuitos de exhibición más amplios.

—¿Qué importancia le otorgas al hecho de presentar tu filme en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano?

—El Festival de La Habana es, posiblemente, el más importante que existe para el cine latinoamericano, así que es un orgullo que mi película se proyecte aquí y pueda estar acompañándolos.

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