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La Parranda soy yo

Cuando un suceso cultural es auténtico, difícilmente pueda ser desarraigado. Las Parrandas de San Juan de los Remedios son una de las tradiciones masivas más antiguas de Cuba y demostración fehaciente de la vitalidad de nuestra cultura popular

Autor:

A.R

Bautizada como la Octava Villa de Cuba, fundada en el siglo XVI, San Juan de los Remedios conserva una de las tradiciones de participación masiva más antiguas de Cuba.

Cuentan el ilustre historiador José Andrés Martínez-Fortún y Foyo y el gran folclorista remediano Pedro Capdevila, que a inicios del siglo XIX un cura llamado Francisquillo instó a los chicos a desandar las callejuelas de la villa pertrechados con cencerros, matracas, quijadas, pitos, güiras, fotutos y cuanto artefacto ruidoso propiciara alboroto para despertar a los feligreses y convidarles a asistir a la entonces llamada Misa de Aguinaldo, que culminaba en la Misa del Gallo, víspera de Nochebuena. La práctica se hizo costumbre y así nació la tradición de las Parrandas de Remedios.

Desde el atardecer del 24 de diciembre y durante toda la noche, el pueblo todo se alista para defender, con la fuerza de los que llevan en la sangre la Parranda ancestral, cada elemento tridimensional representativo de su barrio. Farolas, banderolas y estandartes heráldicos ondean en manos de remedianos devenidos caballeros medievales, con la maestría e improvisación que permite el saber cómo se hace. Para los remedianos, es un honor y un goce cargar, girar, aventar sus insignias, en fila todos, detrás de los dos animales que representan a sus barrios: el Gallo es llevado en alto por los Sansaríes del barrio de San Salvador, mientras el Gavilán encabeza las huestes de los Carmelitas del barrio El Carmen.

La «guerra» está declarada y pronto resonarán hasta el amanecer los fuegos pirotécnicos, manejados con habilidad por los artilleros de cada bando.

Antes de medianoche, una tregua. Se convierte el humo y la pólvora en arcoíris lumínico provocado por los millares de bombillas incandescentes, debidamente coloreadas y colocadas en sendos trabajos de plaza, gigantescos frontispicios ubicados en dos esquinas contrapuestas del parque, que desafiando las leyes del equilibrio, ilumina durante toda la noche el escenario donde los pobladores escenifican su rivalidad por una victoria que nadie mide ni cuenta, amenizada al ritmo de polkas y cantos retadores.

Apenas culminado el encendido de los trabajos de plaza, palomas, voladores, palenques, escaleras y disímiles artefactos pirotécnicos colman de éxtasis esa noche de diciembre a San Juan de los Remedios, cuya cúpula celeste deviene en fondo para destacar, cortantes, saturados, fosforescentes cada uno de los miles de fuegos lanzados desde las calles aledañas al parque central que al restallar, iluminan los tejados rojizos de las casas de la villa y extraen del alma de cada Sansarí o Carmelita gritos de júbilo.

Frenéticos aún por el humo y el olor que deja en el aire el lanzamiento de los fuegos artificiales, los remedianos se aprestan, cercanos a las tres de la madrugada a recibir el regalo más elaborado de la Parranda: las carrozas.

Idilios tridimensionales, imaginería, ficciones hechas realidad emanan de cada una de las dos carrozas construidas artesanalmente por cada barrio. Carmelitas apoyan su carroza inspirada en Venecia, mientras Sansaríes se lanzan al ruedo con una majestuosa carroza recreando la imaginería del cine de todos los tiempos. Delfines, sirenas y góndolas compiten con las esculturas de Marilyn Monroe y Charles Chaplin o la recreación de la actriz mexicana María Félix, revivida en la belleza de una remediana frente a boquiabiertos pobladores, turistas e incrédulos, pasmados todos por el golpe de creatividad recibido que transitó, sin parada posible entre pupila y emoción.

La disputa es eterna como la propia Parranda, no hay jueces ni perdedores, porque Sansaríes y Carmelitas pelean, hasta quedar sin voz, esgrimiendo las razones de su victoria y alegando haber hecho mejor trabajo de plaza, mejor carroza y más cantidad de fuegos artificiales lanzados al aire, sin percatarse que la victoria final fue de su villa San Juan de los Remedios. En algún rincón, cientos de manos laboriosas, que durante meses estuvieron día y noche cortando maderas, clavando, atornillando, soldando, imbricando cables, coloreando bombillas, ajustando vestuarios, pegando papel con engrudo, pintando paneles, decorando diminutos vericuetos de trabajos de plaza, carrozas, banderas o estandartes, permanecen en reposo saboreando lo creado por ellos mismos y esperando con profundo respeto a su tradición, que las parrandas continúen.

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