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Mi obra se guarda en los pequeños corazones

La cantante Rosa Campo cree que de no haber nacido en esta época, andaría por los mares en una nave de madera llevando canciones a los niños, y si hubiese sido más allá de este tiempo, viajaría sobre naves espaciales haciendo exactamente lo mismo

Autor:

Litzie Álvarez Santana

CIENFUEGOS.— La veo felicitar a los infantes, recibir abrazos, besos..., y me vuelvo a sentir como esa pequeña, que a solo unos pasos, observa a la «culpable» de sus desvelos matutinos. A esa artista que creí miembro de mi familia y que en aquel tiempo me mantuvo, día tras día, a la espera de su alegre y musicalizado «Buenos días».

Hablo de Rosa Campo, la Tía Rosa, quien por más de una década ha viajado por las ondas de Radio Ciudad del Mar para levantar de la cama a los remolones.

—¿En qué medida la música que compone y canta ha definido su personalidad?

—Como la música es tan generosa y se transformó en mi amiga cuando era pequeña, nunca he podido apartarme de ella. Su poder expresivo, ese que puede enaltecer, deprimir, llevar al hombre al combate o, incluso, a sentirse un solitario, hicieron que rápidamente comprendiera su trascendencia. Por fortuna aproveché las muchas y buenas composiciones que consumí. Hablo del Benny, María Teresa Vera, las Hermanas Lago…

«Y fue esa música y los juegos que me inventaba los que formaron a esta Tía Rosa, esa que luego se convirtió en un gran árbol —y sonríe al decirlo—, que crece y da frutos».

—Entonces ¿no ha dudado nunca de la decisión que la llevó por los caminos de este tipo de música?

—Esa fue mi primera y única decisión, nací para ser compositora de música infantil. Mira, yo soy de las aventureras. Creo que de no haberme tocado esta época, andaría por los mares en una nave de madera, llevando canciones a niños indios; y si hubiese sido un poco más allá de este tiempo, me verían sobre naves espaciales haciendo exactamente lo mismo.

«Confieso que inicié mis andares musicales en la ducha, luego le siguieron los recitales cuando se iba la corriente, con mi guitarra de cuerdas de acero o pintadas de azul por mí sobre una tablita.

«Y mira que hubo quien me dijo: “Rosita, ¿tú estás loca? Con esa voz... Ven, canta en el trío”. Pero yo seguí empecinada en lo que estaba haciendo, por esa cosita que te dice: “Sigue”.

«Y he visto los resultados, fíjate que casi sin darme cuenta cumplo una cantidad de aniversarios el próximo año que estoy asombrada. Cuarenta años de vida artística —contando que a los 15, con mi guitarra, canté en actividades de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC)— y 30 como profesional, porque me gradué de instructora de arte y empecé a trabajar en 1982. ¡Ah!, y la Tía Rosa llega a las 15 primaveras».

—Si tuviera que definir la relación con los medios de comunicación u otras plataformas diseñadas para promover la obra de un creador dedicado a la música infantil, ¿cómo lo haría?

—En la radio empezó todo para mí, hacia 1990. Primero solo como guionista del programa Amanecer feliz, hasta el 97, cuando nació la Tía Rosa.

«Pero se puede afirmar que hay mucha música de la llamada infantil, aunque no promoción. No es suficiente, porque se trata de que el niño tenga, junto a sus juguetes, el disco de música infantil. Que en el círculo también se utilicen como vías, y que aprendan a hacer bien las cosas en algunos espacios radiales y televisivos. Por ejemplo, mi programa radial sale de lunes a viernes y en él se incluye solo una canción. Y entonces yo me pregunto: ¿qué representa una canción diaria para la educación de un niño en una emisora que trasmite 24 horas diarias?

«Si a eso se une que en Cuba no contamos con muchos artistas profesionales que se identifican y trabajan con y para los niños y las niñas, de esos que llevan su proyecto a donde sea —yo lo mismo canto en la Pedrera, de Cruces; en El No-Chicharrones, por allá por Mal Tiempo; o en el Karl Marx—, entonces los que pierden son los espectadores».

—Para algunos el talento no es suficiente y es ahí cuando el artista, más si vive en provincia, tiene que sortear varios obstáculos... ¿Compartiría su experiencia?

—Sigo necesitando ayuda. Pienso que se debe hacer justicia, y que la gente sepa que la autora de la canción Amanecer feliz está viva y que no es Yeni —que es amiga mía por cierto—, y que al final es a quien suelen asociar con el tema.

«Tengo un montón de anécdotas, por ejemplo, cuando hicimos el concierto en el cine 23 y 12, vi a la señora administradora acercarse con la cabeza baja mientras yo  recogía el póster. Me dijo: “¡Ay, Tía Rosa, qué pena yo tengo! No sabía —mencionó tragando en seco— que usted era la compositora de esas canciones. ¿Por qué no se ponen más, y se traen acá?”.

«Entonces le tuve que contestar que por vivir en provincia me toca pagar un precio. Sin embargo, seguiré irradiando a la nación desde aquí, un lugar al que pertenezco y en el cual tengo compromisos profesionales que me atan».

—También está la polémica en cuanto al consumo de música infantil. ¿Cuáles son sus criterios?

—Hablamos de una música que puede ser disfrutada no solo por los pequeños. Lamentablemente, la han encerrado en esa nomenclatura, y es porque los seres humanos han llegado a amar las ataduras, todo lo marcan —los países tienen fronteras; y los terrenos, cercas.

«Está bien definir los géneros, pero decir música infantil es injusto, porque al final el texto es lo que define en verdad. Sí, la música para niños —por llamarla de alguna forma— también aborda, valientemente, géneros complicados a la hora de interpretar. Ahora, hay canciones por edades, eso sí no podemos negarlo».

—¿Hasta qué punto una disquera compromete al artista?

—Bueno, cuando BIS Music vino a mí ya yo tenía un montón de composiciones, así que no sufrí por las ataduras, pero influyen, claro. Por ejemplo, ahora quiero preparar otro disco, un homenaje que le debo a una amiga ya fallecida, antigua guionista de La Colmenita: Julia González, vamos a ver cómo me va con la disquera. ¡Ah! Ellas también te apoyan en proyectos, espero que para el 2012 venga lo de la gira nacional. El DVD debe salir en los meses de julio y agosto y, posiblemente, el video/libro de mi cuarto disco Trotacuentos.

—Parecería que, en el ámbito profesional, Rosa Campo lo ha logrado todo. ¿Ha sido así?

—¡No, qué va! No es un no rotundo, claro… Sucede que, al igual que cualquier otro creador, una nunca está satisfecha y quiere hacer más. Pero he logrado, increíblemente —y me doy cuenta ahora—, que los niños me conozcan y sus padres me tengan un cariño como si yo fuese hasta de sus familias.

«Artísticamente he logrado un montón de cosas, y no hablo solo de mis discos con Bis Music —entre los que se ubican Amanecer feliz (1999), Parampampín (2002), Tren de Fantasías (2006) y Trotacuentos (2011)—, pero siempre me quedarán mil más por hacer. Incluso, creo que si tengo la oportunidad de reescribir mis obras —como Paulo Freire nos ha enseñado que se debe cantar lo ya cantado, bailar lo ya bailado, reformularse uno mismo—, haría de nuevo otro Amanecer feliz.

«Lo digo porque he conseguido que mi obra no se guarde en casetes, sino en los pequeños corazones de esos enormes seres humanos que son los niños. Como cuando una señora me dice: ¡Ay, Tía Rosa, si yo la oigo desde chiquita!».

—¿Y cómo logra mantener este proyecto de la Tía Rosa, el cual le ha posibilitado trabajar con tantos niños a lo largo de generaciones?

—Yo les transmito mucho del comportamiento, de la escena, la alegría y la energía, porque el artista tiene que darse a su público, y, por supuesto, la musicalidad y el ritmo no pueden faltar. Pero si no hay educación y disciplina, no pudiera hacer mi trabajo. Para eso sí nos vemos todos los jueves, sábados y domingos, y el niño termina de entender y expresar lo que está aprendiendo.

«No soy la profesora que está detrás de un buró, soy una artista que reparte un poquito de su conocimiento en el ejercicio de la práctica. Hasta ahora, me ha dado buenos resultados».

—¿Los mejores momentos?

—Ese, cuando cierra el telón y estamos todos sudaditos, es indescriptible. No hay medalla, ni premio, ni salario, que se le compare. ¡Los apretones! Si tal emoción se pudiera captar, imprimirla y publicarla, todo el mundo entendería mejor por qué hay que ayudar a los artistas que hacen canciones entre niños y niñas. Ahí está, en esencia, el ser humano.

Tras bambalinas esta vez, me toca incluirme en el abrazo que cierra las cortinas de una presentación con sabores musicales a chiviricos, granitos de maní y hasta de amaneceres felices, esos que la Tía Rosa vuelve a guardar en su Rincón para próximas aventuras.

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