Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cantor espontáneo de la visualidad

Exhiben exposición homenaje por el centenario de su nacimiento en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam

 

 

 

Autor:

Aracelys Bedevia

Poeta del paisaje, pintor del instinto, naif o primitivo, así han calificado durante décadas al importante artista de la plástica popular cubana Ruperto Jay Matamoros, creador autodidacta cuya única escuela fue el Estudio Libre de Pintura y Escultura (1937), dirigido por el pintor y caricaturista Eduardo Abela.

A reflejar la naturaleza dedicó su larga existencia este artista nacido el 27 de marzo de 1912. Sus cuadros dispersos por el mundo y atesorados algunos en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) y el Centro Nacional de Artes Plásticas (CNAP) dan fe de la intensa actividad creativa desarrollada por este cubano de piel negra y ojos azules.

Empezó a pintar siendo niño, tomando como pincel la cola del puerco que se sacrificaba en Nochebuena, en la hacienda donde vivió en su natal Santiago de Cuba. Él mismo preparaba las pinturas. Extraía pigmentos de semillas y de cuanto elemento le aportara color en su entorno natural. Con estas herramientas dibujó mucho tiempo sobre las yaguas que el padre cortaba, hasta que al llegar a la juventud logró trasladarse a La Habana con la ilusión de superarse como creador y mejorar económicamente, según contó en varias entrevistas.

Fue jardinero, mecánico, constructor, fundidor, reparador de libros. Todo ello sin dejar de pintar. Como sirviente trabajaba el día que supo de la convocatoria al Estudio Libre de Pintura y Escultura, donde adquirió algunas nociones académicas, y grandes maestros de la plástica cubana alentaron su talento. A partir de ese momento comenzó su fecunda trayectoria artística, pródiga en reconocimientos nacionales e internacionales.

La Revolución lo situó en el lugar que merecía. Jay Matamoros se convirtió en figura emblemática de la pintura popular cubana (naif). Participó en las primeras Bienales de La Habana. Sus obras fueron vistas en Roma y Bratislava; en la Bienal de Grenoble, en Francia; en la Exposición Pintores Primitivos, en la Galería de La Habana; en Hungría y Suecia.

Estuvo en exposiciones colectivas en el Palacio de Bellas Artes de México y en la galería Amelia Peláez del Parque Lenin. Sendas exposiciones antológicas dedicadas a él preparó el MNBA: la primera con motivo del aniversario 75 del artista, y la segunda por el otorgamiento que se le hizo del Premio Nacional de Artes Plásticas 2000. Ambas permitieron apreciar verdaderamente la obra de este creador, fallecido el 12 de febrero de 2008.

De paisajes del campo cubano están llenos sus lienzos, aun cuando no faltan los urbanos y costeros, los retratos y temas históricos. Tras la aparente sencillez de la composición e ingenuidad de su pintura se percibe un fuerte sentido de la identidad, una ternura muy personal que acompaña cada trazo y una evocación de sus vivencias rurales, mediante un discurso plástico profundamente poético y no tan naif.

Rojos vivísimos, verdes puros y la intensidad de la luz del trópico sobresalen en sus óleos, los cuales trasmiten la perenne quietud de los campos cubanos. Acompañan muchas veces a esa intensidad cromática sentencias que parten de su imaginación y de la savia popular.

Una exposición homenaje por el centenario de su nacimiento se exhibe ahora en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, institución cultural que en coordinación con el Consejo Nacional de Artes Plásticas y el Museo Nacional de Bellas Artes muestra parte de la obra de Jay, la mayoría en pequeño y mediano formato.

No tienen estas piezas la grandeza y majestuosidad de un Mariano o una Rita (coinciden los cien años del poeta del paisaje con los del natalicio de estos dos artistas que fueron orientadores suyos). Pero bien pudo esa exposición homenaje, que estará abierta al público hasta octubre, ocupar una de las salas transitorias del Palacio de la plástica cubana, donde se presenta una muestra de pintores naif, dedicada a Jay y que cuenta con algunos cuadros de este.

Bien pudo reinar otra vez, al menos por unos días en Bellas Artes, el cubano que recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas «con la dignidad de un príncipe baulé», como dijo el poeta y etnólogo Miguel Barnet, y que aseguró: «Lo esperaba». Eso era lo que aguardábamos aquellos que admiramos la obra de quien supo batallar hasta ubicarse en la cúspide de la plástica cubana. Merecía Jay mucho más de lo que ofrece este homenaje.

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