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El teatro y la vida al desnudo

El dramaturgo y actor Yunior García, responsable de una de las poéticas teatrales más originales y significativas de la escena contemporánea, ofrece ahora al público cubano su más reciente pieza, Retrato de un hombre desnudo

Autor:

Frank Padrón

Retrato de un hombre desnudo es la última pieza del dramaturgo y actor Yunior García, nacido en Holguín hace 29 años y responsable de una de las poéticas teatrales más originales y significativas de la escena contemporánea, dentro de la cual se ubican títulos como Semen (Premio Calendario 2011), Baile sin máscaras, Sangre o Todos los hombres son iguales.

En estas, y en otras de un currículum que se enriquece por día, García estudia desde una presencia del humor y sus distintas líneas —las cuales nunca riñen con la profundidad y el calado—, conflictos y situaciones de la juventud cubana hoy mismo: la sexualidad y sus diversas gamas, la complejidad de la(s) pareja(s) y la relación con el entorno son algunos, sin olvidar la presencia del teatro y el hecho artístico en general, con un sentido de performance, de acción circunstante y a la vez permanente.

Yunior nos entrega ahora, junto a Teatro del Caballero, dirigido por José Antonio Alonso, Retrato de un hombre desnudo, que partió de una idea concebida por Alonso (dirección general) y en la que se responsabiliza con la puesta en escena.

Dos hombres, uno maduro y otro joven que (¿casualmente?) se nombran igual (Gastón) se relacionan ante una perspectiva de trabajo; en realidad durante sus encuentros van a estar jugando al teatro, haciéndolo, soñándolo, mientras a la vez llevarán un difícil pero entrañable vínculo afectivo donde las colisiones generacionales, el erotismo, la amistad, el paso del tiempo y los perennes desdoblamientos ocuparán, literalmente, la escena.

Quizá como en ninguna otra de sus obras, el autor desenmascara la esencia lúdicra del teatro, esa delgadísima barrera que separa el escenario de ese otro que es la vida, por lo cual nunca sabemos a derechas cuándo los personajes ensayan, (se) representan o sencillamente actúan el día a día; por otra parte, hay una vocación a mi juicio conseguida de difuminar el clisé y el lugar común: la temida «crisis de los 50» encuentra un reverso en análogos (o peores) sufrimientos a edades mucho más tempranas; las cuotas de incomprensiones que padecen quienes empiezan, contra las proclamadas «sabiduría y experiencia» de los consagrados, también son analizadas: casi todo se cuestiona, o al menos se somete a estudio, en una cuerda floja que nos obliga a la misma tensión desde nuestra butaca cómplice.

La puesta aprehende semejante dinámica partiendo de los cuadros que van (des)montando los actores, en un juego metateatral que también elude lo manido, mediante constantes rupturas que nos alertan y recuerdan que la representación es siempre juego, ficción y manipulación, pero a la vez entraña altas cotas de veracidad y vitalidad.

El equilibrio entre humor y seriedad, de lo mucho que hay de ello en la obra, se logra también suficientemente, aunque hay algunos segmentos memorables junto a otros casi fallidos; entre los primeros, valga resaltar el de los ciegos; entre los otros, la escena de las mujeres (madre y esposa del Gastón mayor) donde el alcance y vuelo del humor desciende, se hace mucho más banal y predecible.

Si algo debo recomendar a Yunior es eso: en ocasiones descuida la altura de la comicidad, y empeñado en sacar demasiado partido y filo a ciertas situaciones, aterriza en chistes fallidos, que chocan considerablemente con el resto de la obra y hasta amenazan con dañarla, como ocurre con una pieza suya muy reciente (Cierra la boca). Pero, afortunadamente, no es este el caso: Retrato… mantiene su tono y su paso con fortuna y organicidad, y sobre todo conecta energéticamente con un amplio público, joven o no.

Ya se sabe el peso que detentan las actuaciones en obras de pequeño formato, donde sobre los hombros de dos histriones (aunque desdoblados en otros tantos personajes) recae todo el mundo dramatizado.

José Antonio Alonso saca adelante, con autenticidad y convicción, su Gastón cincuentenario; esa certeza del presunto preceptor que, sin embargo, tanto aprende (constantemente) de su pupilo es algo que el también director proyecta con esmero y delectación.

En la función que vi, Yunior no asumía ya el otro Gastón joven, pero ello dio la grata oportunidad de confrontar un novel pero indiscutible talento: el de Roberto Moreno Álvarez, seguro en sus transiciones, dúctil en cada giro dramático, compenetrado y a la vez espontáneo en gestualidad y tonalidades.

Colaboradores eficaces resultan el vestuario del cada vez más experimentado Vladimir Cuenca (acierto el de parangonar mediante colores y semejanzas en la ropa, la condición de dos caras de un mismo ser pese a las lógicas diferencias) y la escenografía de Maykel González, tan variable y adaptable como el mismo relato.

Retrato... es confirmación de una autoría respetable dentro de la escena actual y una manera muy grata de despedir en la capital estos días finales de 2012.

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