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¿Cómo puede ser rentable la cultura?

Semejante interrogante lanzaba en 1986 el realizador cinematográfico Julio García Espinosa. Hoy, dirigentes del Estado, intelectuales y directivos de las manifestaciones artísticas en Cuba expresan sus opiniones sobre el tema en JR

Autor:

Mayra García Cardentey

¿Puede ser rentable una función de una orquesta de guitarras? ¿O generar utilidades un libro de poemas de un autor joven, talentoso pero desconocido? ¿Puede costearse por meses el proyecto de una puesta en escena para que el fin de semana del estreno asista solo una decena de espectadores?

Dentro del modelo de actualización económica que emprende el país, las instituciones culturales reordenan procesos, y en aras de elaborar engranajes más orgánicos muchas de estas entidades asumen dinámicas empresariales o aplican modelos de gestión que tributen a una mayor rentabilidad, o al menos aminora gastos innecesarios.

La pregunta se impone entonces: ¿Cómo puede ser rentable la cultura?

Quizá para muchos ello pudiera convertir la relación entre arte y economía en una dinámica mercantilista propia de la industria cultural. Pero hoy no se puede ignorar esta interrogante, para no pocos primordial en su aplicación teórica y práctica en el sector cultural de la nación.

Economía y cultura… ¿hermandad necesaria?

Para Julio García Espinosa, destacado ensayista y director de cine, la respuesta es afirmativa; aunque la relación rentabilidad y cultura se ha adherido siempre al sistema capitalista, «es el socialismo, paradójicamente, el que puede conciliar arte y economía», refirió desde 1986.

Hoy la Isla está convocada, y se pudiera decir que hasta urgida, de enfocar una nueva mirada en el tema de la sostenibilidad económica de la cultura, la posibilidad de que genere ingresos y no solo consuma presupuesto.

Desde los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución se hace un llamado a desarrollar el arte con la «utilización efectiva de los recursos de que se dispone» y «generar nuevas fuentes de ingresos, evaluando todas las actividades que pueden pasar del sector presupuestado al sistema empresarial».

Para Rigoberto Fabelo, director del Centro de intercambio y referencia sobre iniciativas comunitarias (Cieric), la cultura hay que verla no como un gasto, sino como una inversión, ya que se desarrollan muchos procesos a partir de esta.

«Debemos remirar y revisar todos nuestros conceptos y esquemas económicos a todas las escalas de la sociedad; la cultura no escapa a esta coyuntura. Y no debe ser solo objetivo del momento, sino un pensamiento estratégico de futuro para el rediseño de la gestión económica desde los procesos culturales, y la creación de modos conceptuales, metodológicos e incluso filosóficos para su transformación», añade Fabelo.

Para Abel Prieto Jiménez, anterior ministro de Cultura y actualmente asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, asumir un modelo de gestión económica más eficiente para la cultura no significa disminuir el número de creadores, intelectuales, o técnicos en función del hecho artístico. «Pero sí hay que reubicar a una gran masa de personas en el sector administrativo que no son esenciales y, en ocasiones, entorpecen».

Para el destacado escritor se necesita reevaluar incluso las programaciones en las diferentes instalaciones. «Se hace tremendo esfuerzo en reparar instituciones y no hay vida cultural en las mismas; se abren en horario de ocho a cinco, pero apenas ofrecen servicios. En ocasiones hemos despilfarrado dinero, empleado mal el presupuesto. Esa es la verdad; es durísima, pero es la verdad. Y no es culpa de los trabajadores que pierdan el tiempo; es culpa nuestra; no hemos sido sensibles al problema, generamos plantillas estrafalarias. Es una situación insostenible».

«¿Debe estar siempre presupuestada una Casa de Cultura o una galería de arte? ¿No puede convertirse en un centro multipropósito capaz de brindar servicios culturales autofinanciados?» Las interrogantes las hace Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, que ocupaba el cargo de Vicepresidente del Consejo de Ministros en el momento de ser abordado por este diario, para quien es necesario dinamizar las funciones de este tipo de instituciones.

«Sin convertirnos en administradores de la cultura, hay que repensar cómo aliviar la carga presupuestaria estatal en centros que pueden convertirse en empresas u entidades que ingresen determinado capital», precisa.

El también miembro del Buró Político considera que varias de las causas que han impedido determinar nuevos roles en la gestión cultural a lo largo de estos años, están vinculadas a los prejuicios asociados a la relación economía-cultura y al temor de ofrecer un producto banal en aras de ser rentable.

«Hay que cambiar la mentalidad en cuanto a los procesos culturales; se pueden asumir formas dinámicas y sustentables sin caer en el mal gusto. Una institución que tenga un trabajo sostenido y que ingrese de forma sistemática puede incidir más y mejor, sin esperar nada de nadie».

Sin llegar a esencias dicotómicas en cuanto a la funcionalidad y objeto social del arte, en el proyecto socialista cubano la actividad artística debe ser capaz de generar ingresos o al menos tratar de aminorar en todo lo posible los gastos excesivos. En tiempos como los que corren, urge hacerlo.

No se trata de promover una uniformidad del arte, sino de lograr «una verdadera democracia de la cultura», al decir de Julio García Espinosa, fundador del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), en su ensayo ¿Debe ser rentable la cultura? (1986).

Música: ¿a cobrar por puerta?

En función de este nuevo modelo de gestión cultural, y como parte de los cambios estructurales que hoy se aplican, varios centros provinciales de la música en todo el país articulan ya una organización empresarial.

En torno a ello, solistas, grupos musicales y unidades artísticas modulan la iniciativa del denominado «cobro por puerta» (es decir, potenciar el pago de artistas en correspondencia con lo recaudado por la asistencia de público), que logra aligerar la carga presupuestaria del organismo cultural.

Pero si bien la opción ha recibido buena acogida por parte de conjuntos de géneros bailables como el reguetón, la salsa y otros similares —aunque en algunos los precios resultan exorbitantes para el salario medio de Cuba—, para aquellos representantes de formatos de cámara, coral o de índole análoga, la situación es compleja.

Abel Prieto aclara que no se dudará en subvencionar todo lo que sea útil y necesario por su valor y aporte cultural y que pueda correr riesgo por falta de demanda. «La cultura es estratégica», señala.

Para la maestra Digna Guerra, directora del Coro Nacional de Cuba, existen unidades que deben seguir en ese proceso de subvención, aunque pueden recrear propuestas más atractivas en búsqueda de mayor asiduidad de público. «Debe existir mezcla y diversidad favorables para el gusto estético de la población. Hay que incursionar en todo; nosotros como coro no somos especialistas en folclor, música cubana o antigua, pero podemos incursionar en todos esos géneros y estilos. Es necesario abordar una serie de variedades y de épocas, de discursos, de diversidad, dinamizar los repertorios, y ello influye mucho en el que escucha».

La también profesora titular del Instituto Superior de Arte, enfatiza en la necesidad, para las agrupaciones vocales y de música clásica, de agotar todos los mecanismos en busca de una mayor sensibilización del espectador. «Resulta vital también llegar a la audiencia, al que no está tan vinculado a este tipo de entregas, porque lamentablemente todavía existe mucha gente que dice: “Los coros son aburridos, es música de iglesia”, y no es así. Se puede hacer tanto música bailable como antigua del siglo XVI, o romántica del XVIII, hasta contemporánea. Debemos partir del gusto del pueblo, para traerlo poquito a poco a este otro ámbito sonoro».

Por su parte, Francisco Alonso, director de la compañía de teatro lírico Ernesto Lecuona, de Pinar del Río, va más allá. «Soñamos con convertirnos en un conjunto que autogestiona sus procesos. Nos gustaría depender del Ministerio de Cultura, y metodológicamente tener un organismo rector dentro del mismo. Pero defendemos firmemente la independencia para poder tramitar nuestros procesos, agenciarnos programación en espacios variados, promocionarnos, buscarnos contratos con instituciones que puedan pagar nuestros servicios, ofrecer diferentes tipos de opciones culturales en dependencia de la demanda del cliente, por solo mencionar algunos pasos que a veces se tornan engorrosos con las relaciones actuales dentro de las instituciones».

Aunque el cincuentenario teatro lírico pinareño forma parte del Consejo de las Artes Escénicas, puede articular diferentes ofertas musicales con solistas, dúos o formaciones más pequeñas, en aras de ofrecer variados espectáculos, tanto en formato, extensión como calidad, que le permita ofrecer una gama mayor de servicios en dependencia de las posibilidades económicas del cliente —sea estatal o particular—, y solventar la aspiración de lograr una mayor autonomía de la compañía.

Para ello, Francisco Alonso defiende la idea de que cada unidad artística gestione, en aras de ser más rentable y autónoma, sus propios procesos, ya sean de programación o promoción, entre otros. «Cada grupo debe ser capaz de promoverse, comercializarse y gestionarse los aspectos económicos; a nadie le puede interesar más darse a conocer, buscar propuestas de trabajo y articular sus cuentas en función de ello que a nosotros mismos. A veces estos procesos se traban innecesariamente en otros niveles dentro de las mismas instituciones culturales.

«Quizá todos esos aparatajes burocráticos que existen no son lo que necesitamos. A veces con un pequeño equipo se suple todo. Si a la unidad artística es a la que más le interesa, pues que no dependa de nadie más. Cuando cae en manos de otro que no lo sufre, que no tiene sentido de pertenencia, que no posee amor por lo que hace ese grupo, pues no es igual, y lo que salga mal no se padece de la misma manera, ni acarrea las mismas responsabilidades y consecuencias», explicó el también cantante.

¿Libros rentables es igual a seudoliteratura?

En el caso de la literatura, qué escribir y qué publicar constituyen las inquietudes, en aras de no caer en las tentaciones de los best-seller y en cuestionables propuestas editoriales por «cumplir con el plan de ingresos».

Aunque se valora la posibilidad de introducir las editoriales en el sistema empresarial, la máxima dirección del Instituto Cubano del Libro aclara que mantendrá su carácter de institución y sus funciones con la política cultural.

«Algunos sellos pasarán a un estatus legal de unidades empresariales, lo cual no quiere decir que el primer objetivo será lucrar, como las empresas capitalistas dedicadas a la publicación de textos», aclara Zuleica Romay Guerra, presidenta del Instituto Cubano del Libro.

En el criterio de Romay Guerra, que una editorial cubana se convierta en empresa significa «crear una institución capaz de tener un catálogo que satisfaga los intereses de la población, que cumpla con la política cultural y además lo haga con rentabilidad en moneda nacional.

«Aclaro que es en moneda nacional. Los insumos para la confección de un libro se importan y se pagan en moneda libremente convertible. Por ello, una editorial cubana no tiene posibilidades de asumir estos gastos; tampoco se puede poner el precio al producto final en proporción del costo de las materias primas», esclarece la también autora de Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad.

La Premio Casa de las Américas 2012 confía en que el proceso ayudará a ser más racionales, indagar con profundidad sobre las demandas del público, evaluar mejor cómo se realizan comercialmente los libros, «pero de ninguna manera se pondrá el ingreso por encima de las conquistas de la lectura en nuestro país».

El teatro no es rentable, pero...

Una de las manifestaciones artísticas con arraigados problemas en su gestión económica resulta el teatro.

Para Noel Gorgoy, laureado exponente de la manifestación para niños en Pinar del Río, el teatro nunca va a ser rentable. «Se tienen que dinamizar sus procesos para que no pierda la esencia y la calidad. Debe ser subvencionado, pero a la vez abrir marcos para que pueda generar ganancias, como ampliar las relaciones de trabajo con todas las entidades —estatales o no—, o articular obras que generen mayor asiduidad de público y con ello una ganancia que solvente puestas en escenas más conceptuales».

El también compositor de música infantil, recalca que esto no constituye algo fácil. «A veces no se tiene con qué trabajar; los montajes cuestan mucho, y no tienes cómo revertir ese gasto con lo que se cobra en la puerta».

José Alberto Lezcano, destacado crítico teatral y de cine considera que amén de la propuesta artística, si una obra no logra una buena asistencia de público es una inversión baldía. «Hay una lógica que no se puede discutir: en términos económicos no se pueden mantener los ensayos de una pieza durante ocho meses o un año, con todo lo que eso implica, y que después, cuando se estrene, solo vayan a verla diez personas. No tiene sentido».

Para este ensayista los grupos escénicos, aun cuando no logren ser autofinanciados, no pueden generar gastos improcedentes. «El teatro no será rentable, pero las obras sí pueden aspirar a serlo. Para ello hay que ampliar los repertorios, suplir lagunas, producir obras que tengan mayor aceptación del público, que te permitan asumir después propuestas más intimistas y profundas conceptualmente».

El también guionista radial enfatiza en la dinamización y el perfeccionamiento de mecanismos como la promoción, la programación, el sentido de competencia y la mencionada variedad.

«Puede haber una obra muy buena, extraordinaria, de un autor alemán vanguardista, pero si solo la ven diez intelectuales, esa pieza se quedó ahí. En cada autor hay que buscar el perfil, con el mensaje artístico que más se adapte a la idiosincrasia de la mayoría, porque esta es la que paga la entrada», recalcó el escritor de El actor de cine: arte, mito y realidad.

José Alberto Lezcano advierte que en el caso del séptimo arte ya se observan transformaciones sustanciales. «La mayoría de las películas cubanas en circulación en la última década, han sido éxitos taquilleros. Con el cine ocurre el problema de la doble marca que con el teatro es más difícil: tienes una cinta aclamada multitudinariamente que permite compensar los ingresos reducidos o limitados de otra».

«Esta política guarece títulos cinematográficos en otros, pero resulta más complejo en grupos de teatro independientes. Por eso cada unidad debe insistir en perfeccionar su repertorio para que funcione como un microsistema: aplicar las ganancias de aquí en las pérdidas de allá», insistió el autor de La magia del laberinto.

«Ambos, el teatro y el cine, son muy costosos. Ningún país se puede permitir el lujo de anunciar carteleras distintas todo el año si culminan en inversiones inútiles. El reordenamiento actual lo que está haciendo es poner las artes con los pies sobre la tierra», concluyó el asiduo colaborador de la revista Cine Cubano.

En este acápite, Misael Ledesma, director provincial de Cine en Pinar del Río, sugiere que para cambiar los procesos hay que transformar los mecanismos. «Existen intenciones, proyectos para hacer sustentables estos centros, pero confluyen muchas trabas burocráticas, marcos legales a modificar».

A esta visión se suma Heriberto Acanda, director de la galería Arturo Regueiro, una de las más reconocidas del panorama plástico pinareño. «Expongo una pieza de un artista, la promociono y hasta la comercializo, pero no tengo un estatus legal para cobrar un porciento por ello. Así están la mayoría de las galerías de arte, hacemos el trabajo gratis y el centro no gana nada».

¿Rentabilidad cultural vs. cultura socialista?

El modelo económico socialista debe propiciar una eficaz y consecuente gestión de la música, la pintura, la literatura, el teatro… el arte. No se traduce esto en que el objetivo principal sea la rentabilidad; siempre será la cultura, pero sin convertirse esto en justificación para la existencia de eventos de dudosa calidad, plantillas infladas, puestos de trabajo sin contenido laboral o el crecimiento de recursos humanos más allá de las posibilidades reales.

Para Julio García Espinosa, premio nacional de Cine, y Rigoberto Fabelo, presidente del Cieric, estas ideas no contradicen la cultura socialista que se intenta fomentar.

Rigoberto Fabelo lo ve así: «El socialismo significa también eficiencia, rentabilidad, eficacia, y tiene que absorber, ganar, recuperar el espacio económico como garante de la nación. Tenemos, con estas nuevas miradas, que ganar para una economía solidaria, sustentable, y la cultura ofrece un campo de experimentación. No creo que en otro lugar del mundo como en Cuba existan determinadas condiciones que permitan potenciar esa autogestión de recursos desde lo que se pueda crear a partir de un rediseño de la cultura».

Pero Abel Prieto llama la atención: «Hay que estar muy vigilantes en términos cualitativos; no podemos equivocarnos. Los errores en la cultura no se ven a corto plazo, pero se pagan siempre. Luego es difícil volver al punto de inicio», apuntó.

Ya lo alerta también Ambrosio Fornet, premio nacional de Literatura 2009: «Lo único que no nos podemos permitir es que se den respuestas fáciles a preguntas difíciles, como por ejemplo ¿para qué sirve la llamada “alta cultura”; es decir, qué utilidad tiene un libro de poemas, un concierto de la Sinfónica, una función de ballet o un ensayo sobre el teatro de Luaces? La única riqueza renovable y por tanto inagotable que tenemos no puede ser solo sometida a las leyes de la oferta y la demanda. Hay que darle al mercado lo que es del mercado… y ni un milímetro más».

«Nada se opone al socialismo a no ser nuestros propios errores, para conciliar economía y arte, para lograr una verdadera democratización de la cultura», decía Espinosa en 1986.

Fabelo, más de 25 años después, coincide: «Hay que ser un poco más audaces, asumir los retos y los riesgos confiando en toda la capacidad construida y emulada por la Revolución en cuanto a valores, educación e identidad. En la población cubana hay muchas buenas miradas que se pueden integrar; por lo tanto una política cultural, con una economía que la sustente y no a la inversa, no excluiría jamás preservar los valores auténticos del disfrute cultural.

«Es una complementación, un equilibrio que hay que lograr, y ahí está el reto y una de las tareas que hay que emprender desde el debate, desde la reflexión y la sistematización de estas experiencias. Tenemos que mostrar que este país puede proponer al mundo, con sus particularidades, una salida a la enajenación desde una economía de la cultura saludable y sostenible. Los principios de esa economía los tenemos que construir entre todos… Están por construir».

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