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El periodismo cultural: por un espectador crítico

Su vocación ilustrada y el aporte sistemático a la apreciación de las artes y las letras han distinguido al periodismo cultural desde una perspectiva lúcida y de enfoque crítico

Autor:

Magda Resik Aguirre

No hay ninguna fórmula mágica que te pueda permitir cambiar la realidad si no empiezas por verla como es. Para poder transformarla hay que empezar por asumirla. Este es el problema de América Latina. No podemos verla todavía. Estamos ciegos de nosotros mismos porque estamos entrenados para vernos con ojos de otros.

Eduardo Galeano


Desde su magisterio Eduardo Galeano nos convoca a vernos con ojos propios, acostumbrados en nuestra realidad continental a juzgarnos y contemplarnos frecuentemente «con ojos de otros». Esa perspectiva lúcida, de enfoque crítico y recolocación de la mirada, nos alumbra cuando pretendemos acercarnos al periodismo cultural, especialmente al que goza de larga tradición en Cuba.

Aparece como un referente ineludible la vasta producción martiana. ¿Qué zona de su periodismo nos atreveríamos a excluir de la etiqueta cultural? José Martí supo aportarle esa representación culta (que no culterana) a todo cuanto escribió. Sus crónicas neoyorkinas o su ensayo político Nuestra América, son tan referenciales del arte y la literatura —habitualmente asociado con lo cultural— como sus acercamientos explícitos a la poesía del norteamericano Walt Whitman.

La saga del inagotable cronista que fue Alejo Carpentier se erige en otro referente inexcusable. Su viuda, Lilia Esteban, me confesó alguna vez que poco antes de morir había tecleado una última nota en su máquina de escribir con disciplina irrenunciable. Y se trataba de un novelista tan bien dotado literariamente, que hubiera podido prescindir del periodismo como ejercicio profesional. Pero su vocación de revelar los instantes y emociones vividas en el contacto con la realidad cultural y convertir sus juicios en referentes posibles para el lector, pesaban más que cualquier vanidad intelectual.

El periodismo nombrado cultural exhibe tantos exponentes en nuestro país, que sería inviable enunciarlos todos. Pero vale remarcar su vocación ilustrada y el aporte sistemático a la apreciación de las artes y las letras desde un enfoque particularmente cubano. Ha sido espacio para reavivar polémicas a veces eludidas en los medios si de otros temas de la realidad nacional se trata. Y ha encarnado el juicio crítico, en sus ejemplos más paradigmáticos y de vanguardia, con el látigo de cascabeles en la punta que prefería Martí para dibujar el humor y la sátira.

Ante tamaña tradición, el ejercicio del periodismo cultural en nuestros días se extiende de diversos modos al periodismo de cualquier materia, por muy ajena al título de lo cultural que nos parezca. No nos debe afrentar ese interés, ya revelado por nuestros antecesores, de aportarle al receptor una buena dosis de conocimientos —sólidamente documentados. Como no es la cultura una píldora concebida en cuotas exactas a digerir, el propio profesional de los medios debe andar convencido, sin vanidad alguna, de que su signo vital es la búsqueda infinita del conocimiento.

El periodismo cultural se enfrenta en nuestra realidad al reacomodo formal que implica el salto de la profesión a espacios concebidos desde las nuevas tecnologías. El lenguaje web, las posibilidades del mundo digital, la inmensidad del hipermedia… se combinan con las prácticas en soportes más tradicionales de comunicación. Todo ello implica un esfuerzo adicional con el fin de posicionar los contenidos.

Son retos propios de la misión de un periodismo que, en nuestra realidad, debe pugnar por jerarquizar ante el público los verdaderos valores identitarios y culturales que nos sustentan como nación.

Que el látigo martiano condene las gradaciones de seudocultura, violencia, exclusión, dogmatismo y banalidad, atractivos disfraces de un canon «cultural» imperial —propalados en ocasiones por nuestros propios medios de comunicación—, cuya pretensión única es reducirnos en la suficiencia artística y literaria, y en la capacidad de expresarnos con voz auténtica y contemplarnos con ojos propios.

Que los cascabeles en la punta resuenen con el nada velado propósito de entronizar auténticos paradigmas en un público al cual debemos lucidez y valentía para ofrecerle los referentes necesarios en el camino del discernimiento. Que esos cascabeles arrimen su toque redentor a cuanto suponga el desarrollo de un espectador crítico, consciente, culto y juicioso, única garantía de resistencia para, como nos alerta Galeano, en la marea del consumo mediático, no estar «ciegos de nosotros mismos».

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