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Naranjas inglesas crecen en La Habana

La pieza teatral Blue/Orange permanecerá durante todo junio en la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht.

Autor:

Frank Padrón

Aunque estrenada durante la re-ciente Jornada de la cultura británica en Cuba, la pieza teatral Blue/Orange permanecerá durante todo junio en la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht.

La dirección corrió a cargo de Stephen Bayly, productor cinematográfico (invitado en estos momentos por la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños) y director teatral que lleva siete años realizando montajes con actores cubanos, de donde surgió La Peña Meisner (aludiendo al método de trabajo de este maestro del histrionismo y su discípulo David Mamet).

Ellos nos entregaron el año pasado un atractivo montaje sobre Las tumbas olvidadas —basado en poemas de Edgar Lee Master— y ahora se acercan a otro laureado dramaturgo británico, Joe Penhal, quien comenzó a destacarse en los años 90 con piezas contestatarias e inquietantes.

Blue/Orange discursa sobre el poder como droga, que implica manipulación y deslealtad; en torno al ego en tanto monstruoso impedimento del fluido natural de las relaciones humanas, profesionales y sociales en general, y también acerca del racismo, el fascismo, la xenofobia y el etnocentrismo a veces ocultos dentro de ensayos y tesis doctorales, como la que blasona el/la asesor(a) de un hospital siquiátrico, en pugna directa con el/la doctor(a) que atiende el caso de un(a) joven afrocaribeño(a), quien habita en un Londres excluyente y hegemónico.

Aclaro que la dualidad genérica implica también una complementaria batería de elencos masculino y femenino, pero a ello iremos después.

Valga apuntar por lo pronto que el texto de Penhall es intenso, verbalista y amplio, explayado en diálogos muy fuertes y contrastantes de los personajes, lo cual permite desplegar las tesis que propone la pieza.

Sin embargo, esta carece de evoluciones dramáticas que impliquen una más rica proyección escénica, algo que no ha mejorado la lectura que en tal sentido realiza Bayly con su puesta, si bien su concentración minimal en el remedo de una consulta con una expresiva ventana que permite asistir al paso del tiempo —ayudado por la iluminación y la música— resulta suficiente.

Un defecto aún mayor del texto se ubica específicamente en la relación de lo(a)s experto(a)s con el/la paciente; es absurdo y difícilmente creíble el hecho de que los primeros personajes no solo espeten al tercero sus diagnósticos con pelos y señales, sino que formulen esas y otras consideraciones mediante la nomenclatura científica con la que se expresan entre ellos.

Por otra parte, la obra peca por exceso en cuanto a la frondosidad de terminología médica que maneja, lo cual puede llegar a abrumar a los muchos espectadores que no pertenezcan al ramo o carezcan de suficientes conocimientos sobre el mismo.

Para desarrollar las ideas que maneja Blue…, no era necesario tanto ni tan especializado, y de veras es una lástima pues el diseño caracterológico, así como el desenvolvimiento de las líneas de acción son, cuanto menos, notables.

Afortunadamente, las actuaciones salvan en buena medida tales escollos al punto de que la mayoría del público reprima los deseos de abandonar la sala tras el intermedio.

El equipo femenino es de una contundencia interpretativa irreprochable; quizá pese a ello, Yenisse Soria (Brenda Flaherty), quien proyecta con desgarramiento impotencia y decepción creciente, pudiera fortalecer un poco más ciertos parlamentos desde el punto de vista eufónico.

El trabajo de Maridelmis Marín (La hijastra) exhibe coherentemente el cinismo y el pragmatismo de su doctora Smith con fuerza y desenfado. Idalmis García (Las tumbas olvidadas), como Cristal, las secunda con derroche de matices y la energía que requiere su enferma, objeto de la lucha feroz de las dos profesionales.

Sus colegas hombres no desentonan: aunque este equipo dota la puesta de un ritmo más relajado, la esencia permanece.

Ernesto del Cañal (Pegy Pickit ve el rostro de Dios), asumiendo al doctor Bruce, brinda un fehaciente salto de altura respecto a su trabajo anterior, sin embargo, Yarlo Ruiz debe impregnar a su Christopher de «calle»; falta a su interpretación una dosis aún mayor de la marginalidad que exige su personaje. Héctor Noas (Gotas de agua sobre piedras calientes) dota de sutileza y elegantes transiciones su Dr. Robert.

Obra desigual aunque motivadora, con más de un elemento para reflexionar tras abandonar el teatro, estas «naranjas azules» merecen una cita con la sala Tito Junco.

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