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Triple impacto verde-amarillo

Tres telenovelas brasileñas transmite por estos días la Televisión Cubana: Insensato corazón, Terra Nostra y Río del destino

Autor:

Joel del Río

En la tira cotidiana de la Televisión Cubana se dibujan tres bandas verde-amarillas, trazadas gracias a la decisión de nuestros programadores de emitir, simultáneamente, las telenovelas brasileñas Insensato corazón (CV), Terra Nostra (CV y TR) y Río del destino (Canal Habana). Al ritmo carioca, paulista o gaucho, atrapados entre el pretérito idealizado y un presente desnaturalizado por el edulcorante, transcurren días y noches de millares de cubanos empujados por el suspense de saber qué pasa al final con el villano, con quién termina el romance apasionadamente itálico, y cómo se resuelve el triángulo entre el héroe, la niña rica y la india brujera.

Es probable que los programadores hayan decidido juntar las tres en pantalla, debido a la enorme popularidad de que gozan en Cuba, sin descontar argumentos relacionados con el muy alto poder comunicacional de esta tríada. Se trata de eficaces productos audiovisuales, mediadores entre el público y ciertas idealizaciones sobre la realidad contemporánea e histórica. El televidente necesita verse representado y, al mismo tiempo, contemplar un espectáculo lo suficientemente atractivo como para hacerle creer que el mundo es así de hermoso y armónico. Es decir, que gracias a la extrema profesionalidad y agudeza de sus guionistas (y productores) las tres telenovelas en cuestión alternan las relucientes virtudes y simplificaciones sombrías que constituyen la esencia del dramatizado televisivo más popular en Iberoamérica.

A diferencia del cine, la figura dominante de la telenovela es el guionista, quien le confiere a las alargadísimas historias sus ideas y sentido del mundo, siempre respetando las leyes que pasan por el final feliz, la conquista del amor, la transgresión de las barreras sociales, y el triunfo de los buenos-pobres que se las arreglan para devenir buenos-ricos, con la consiguiente derrota de algunos malos-pobres, que a lo mejor hasta llegan a ser malos-ricos, pero por lo regular terminan siendo castigados con la muerte, la cárcel, la enfermedad o la soledad. No las estoy contando. No he visto el final de ninguna de las tres. Me remito a la estructura narrativa de cientos de productos similares y anteriores.

Antes de entregarnos el romance accidentado de Pedro y Marina, o más bien el relato sobre el ascenso y la caída de Leo, que es Insensato corazón (2011), el escritor Gilberto Braga le dio forma y contenido a algunas de las telenovelas más populares del mundo: La esclava Isaura (1976), Dancin’ Days (1978), Vale todo (1988) y Paraíso tropical (2007). En todas se adivina el sello de autor que tanto atrae también a los aficionados de Insensato corazón: ritmo incesante de la acción en una trama que se teje y desteje prácticamente todas las semanas, la incorporación al melodrama de las realidades políticas y sociales de Brasil: corrupción, desigualdad sexual, abuso de poder, racismo y, por supuesto, siempre, las enormes diferencias entre ricos y pobres.

Gilberto intenta refrescar los arquetipos denunciando las enormes barreras que separan a las clases sociales, aunque los pobres terminen casándose con los ricos. En Insensato corazón casi todas las parejas se integran a partir de la transgresión de barreras clasistas, raciales o de prejuicio. Además, la narrativa de Braga utiliza situaciones criminales o delincuenciales para regalar personajes viles llenos de matices, carismáticos y con un costado de carencias y pasiones, que favorece cierto grado de identificación. Así, Norma (Gloria Pires), Leo (Gabriel Braga Nunes), Wanda (Natália do Valle) y Natalie Lamour (Deborah Secco) se roban el show histriónico, a pesar de la competencia que significan la belleza deslumbrante de Marina (Paola Oliveira) y la excelencia perpetua de Antonio Fagundes, a quien le toca interpretar otra vez a un padre lacerado.

Braga concibe sus complicadas y corales historias para retratar el cotidiano de la clase media alta. No obstante, algunas de sus telenovelas abogan por una liberalidad emancipadora que se distancia de las mojigaterías pequeño burguesas, y ha causado polémica por las escenas de desnudo, de sexo, o por la constante atención a los personajes homosexuales, que él muestra tan asertivos e integrados como sus pariguales heterosexuales. Braga suele repetir en los elencos a un grupo de intérpretes-fetiche entre los cuales se cuentan Fagundes y Pires, y con frecuencia recurre a determinados tics narrativos como ciertos asesinatos misteriosos, el escalador sin escrúpulos, y el romance entre personas de edades muy diferentes.

Más directamente inclinado al melodrama de sesgo historicista parece Benedito Ruy Barbosa, autor de Terra Nostra, y también de Pantanal (1990), El rey del ganado (1996), Esperança (2002), Cabocla (2004) y Niña Moza (2006). Barbosa elige un período posterior a la colonia y anterior a la Segunda Guerra Mundial, para ambientar las invariantes del folletín: la pasión que vence todas las pruebas y sobrevuela todos los obstáculos; amores casi imposibles por diferencias de casta, cultura y edad; triángulos complicados entre parientes o criados, la inocencia femenina amenazada; la muerte, el duelo y la resurrección; el valor de la familia y del matrimonio; la maternidad en todas sus posibilidades de martirologio, los hijos extraviados y reencontrados...

Realizada entre 1999 y 2000, Terra Nostra forma parte de la tendencia televisiva internacional a buscar legitimidad por medio del diálogo con la historia nacional, el cine, la literatura y ciertas manifestaciones muy visibles de la idiosincrasia. En este sentido, es heredera de La esclava Isaura, y de una larga serie de títulos como Terras do sem fim, adaptada a partir de Jorge Amado; Dona Beija, cuya trama se inspiraba en un personaje histórico, que vivió y murió en el siglo XIX; Xica da Silva, inspirada en la biografía de una esclava liberta que vivió a mediados del siglo XVIII, y La fuerza del deseo, que se enmarca en el segundo reinado de Pedro II, cuando Brasil aún dependía de la metrópolis portuguesa y se produce un auge del café. La importancia de este cultivo en la historia y la cultura nacionales es uno de los principales temas de Terra Nostra, en la cual se aborda el Brasil rural y terrateniente, el Brasil primigenio, y se reconstruye —al igual que en sus antecesoras mencionadas— la memoria colectiva a partir de ilustrativos fragmentos de archivo documental.

Con una producción fuera de serie, visible sobre todo en la ambientación, escenografía y vestuario, Terra nostra se centra en un escenario temporal localizado entre el final del siglo XIX y el inicio del XX, en torno a las haciendas cafetaleras del interior de São Paulo y la migración de italianos para sustituir a los esclavos como fuerza de trabajo. A partir de estos temas, se las arregla para referir diversos sucesos históricos y políticos desde una visión que permite atisbar la complejidad del Brasil pretérito, contemporáneo y futuro. Y todo ello ocurre mientras Mateo y Giuliana, o Marco Antonio y Rosana, o Mateo y Rosana, o Giuliana y Marco Antonio se unen, se separan, y se unen otra vez.

A pesar de que Terra Nostra constituyó el mayor éxito de Globo TV Internacional en el exterior, pues fue vendida a 84 países, actúa en su contra el aburrido ritornelo de atracción y abandono entre las dos parejas protagonistas, como si el guionista estuviera dudando, a la altura del capítulo 150 (de 221 que tiene la versión original) si la protagonista debía elegir al galán desarrapado, explosivo, irresponsable y celoso, o al compuesto, gentil, caballeroso y delicado. Aparte del exceso de reiteración y circunloquio en su segunda mitad, Terra Nostra exhibe una banda sonora de lujo, integrada por preciosas canciones italianas y varias destacadas actuaciones. La inexpresividad de Thiago Lacerda (Mateo) vuelve a quedarse por debajo de los requerimientos de su personaje, mientras Ana Paula Arósio (Giuliana) cumple con la agenda interpretativa de la heroína melodramática y opera a la perfección el apoyo coprotagónico de Antonio Fagundes (Gumercindo), Ângela Vieira (Janete) y Raul Cortez (Francesco).

Si bien Insensato corazón y Terra Nostra representan espejos colocados delante del presente y del pasado, Río del destino (de seguro luego se verá en todo el país) también constituye un sólido aporte audiovisual a la urdimbre de la narrativa nacional en tanto se desarrolla en un presente macondiano, multiétnico y condicionado por un pasado de dictadura, guerrilla, teología de la liberación y terratenientes manipuladores de la justicia y el derecho. El guionista Walther Negrao (autor también de Malu Mulher, Carga Pesada, Direito de Amar, Siete mujeres y Desejo Proibido) explota el contraste entre modernidad y arcaísmo, a través del recorrido del héroe protagónico. Solano (interpretado por Murilo Rosa) se parece al Santos Luzardo de Doña Bárbara, en tanto representa el progreso que se enfrenta a la barbarie, y además tiene mucho en común con esa estirpe condenada a cien años de soledad en la célebre novela colombiana. Como típico héroe telenovelero, sus aspiraciones de igualdad y justicia se aposentan en el imaginario nacional y representan todas las angustias, traumas, miserias y aspiraciones del brasileño «común».

De manera que en Río del destino desembocan las aguas melodramáticas anegadas de héroes quijotescos, secretos de nacimiento y linaje, ideales grandiosos y emancipadores, vinculados con temas más folclóricos y oxigenados como el pasado indígena, la brujería, los circos itinerantes, las adivinadoras y cartománticas, los árabes trashumantes y los curas liberales. Este ajiaco, medio fantasioso y medio realista, cocinado en el fuego de lo primitivo y lo rústico, cuenta entre sus principales sellos las constantes alusiones al pasado dictatorial y militarista, además de los detalles de farsa y sátira.

Por supuesto que Lima Duarte (Maximiliano) arrasa con todos sus compañeros de reparto en la interpretación del personaje más despreciable y rico en matices. Cleo Pires (Estela), hija de la famosa Gloria, apuesta por la sensualidad y el misterio como cartas de triunfo, y Murilo Rosa (Solano) actúa con brío al galán inocente y recto, particularmente espontáneo y distendido. En la lista de las estrellas debe citarse la fotografía panorámica y paisajística, porque estamos ante una de esas raras telenovelas que jugó la carta de la filmación en exuberantes exteriores y, así, el espectador cansado del mismo estribillo de Solano que duda entre Estela y Manuela, puede recrear su vista entre selvas y campos de girasoles, deslumbramiento verde-amarillo que quiso regalarnos el audiovisual brasileño. Por cierto, la telenovela no solo baila a ritmo de samba. El vallenato está haciendo lo suyo mediante esa joya llamada Escalona, programada en horario ¿infantil? No la deje escapar. Es un verdadero lujo sonoro y visual.

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