Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Aciertos y averías en aniversario cerrado

Vale la pena rememorar hoy algunas huellas en el trabajo del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos a lo largo de 50 años, que sobrevivieron la erosión de la desmemoria

Autor:

Joel del Río

Ahora que el Icaic está abocado a medulares transformaciones dentro de un contexto nacional que las propicia, y existe la voluntad de modernizar, viabilizar e incrementar diligencia y eficacia, tal vez valga la pena rememorar algunas huellas en el trabajo del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos a lo largo de 50 años que sobrevivieron la erosión de la desmemoria. ¿Qué películas y acontecimientos ocupaban la atención de nuestros padres y abuelos? ¿Qué tendencias marcaron aquellos filmes? ¿Dónde localizar los segmentos de pretérito que sobreviven en un presente de reajustes?

A lo largo de los primeros meses de 1963 permanecía en Cuba, rodando, la líder de la nueva ola francesa, Agnes Varda, quien al final de su labor nos regaló el emotivo Saludos cubanos, un documental con montaje de fotos, que contiene entusiasmado testimonio sobre quiénes éramos y lo que estábamos luchando por lograr. El mejor momento es cuando Benny Moré parece cantar y bailar a través de la vertiginosa sucesión de instantáneas, tomadas durante una actuación del Bárbaro del Ritmo. Otro francés, el escritor, poeta y cineasta Armand Gatti, rodaba por esos mismos días la delirante El otro Cristóbal, que significó la primera incursión nuestra en el Festival de Cannes.

Por ese entonces, en Cuba no solo filmaban los franceses mencionados, sino también el reconocido documentalista danés Theodor Christensen (Ellas) y el soviético Mijail Kalatozov, quien estaba dándole forma a ese mamut siberiano, como ha dado en llamársele a Soy Cuba, una película que, muchos años después, en 1992, encandiló primero a Martin Scorsese y luego a Francis Ford Coppola (sobre todo, gracias a la enloquecida coreografía de los movimientos de cámara), pero que en su momento el Icaic y las autoridades cinematográficas soviéticas consideraron ridícula, retórica, panfleto inmisericorde aquejado de gigantismo y altisonancia. Soy Cuba tenía mucho más que ver con la epopeya del país de los sóviets, en la línea de Cuando vuelan las cigüeñas, Balada de un soldado o El destino de un hombre, que con el carácter o las tradiciones artísticas generadas en la Isla.

En octubre de 1963, Santiago Álvarez acometió el primero de sus grandes documentales: Ciclón, realizado a raíz del paso trágico del huracán Flora y de la movilización inmediata de autoridades, ejército y población civil para ayudar a los damnificados. Realizado en tono del más puro reportaje periodístico (en una época cuando nadie perdía el tiempo, como ahora, tratando de separar en compartimentos estancos periodismo y documental) Santiago utilizaba imágenes de noticiarios de la época filmadas por los camarógrafos del Icaic, del Noticiero Nacional de TV y de la Sección Fílmica del Minfar. Ciclón fue uno de los documentales más elogiados en el lustro de vida inicial del Icaic, gracias a su estrecha observación de la realidad y a la emoción que le confiere a la batalla entre el hombre y la Naturaleza.

Asimismo debutaba ese año Nicolás Guillén Landrián con el corto En un barrio viejo, en el cual testimoniaba, de modo más o menos tangencial, la rémora innegable del subdesarrollo y la marginalidad, a través de personajes simples, comunes, sumergidos en la insignificancia de la cotidianidad, y de algún modo ajenos al proceso transformador de la Revolución. El documental es también un retrato de La Habana Vieja desde una visión bastante inédita, personal, y hasta poética, que vaticina las preocupaciones expresadas por el guionista Senel Paz y los realizadores Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío por medio del personaje de Diego en Fresa y chocolate, tres décadas después.

Y hablando de Gutiérrez Alea, en 1973, hace 40 años, el New York Film Critics Circle concedió un premio especial a Titón por Memorias del subdesarrollo, exhibida entonces en Estados Unidos. El Departamento de Estado rechazó el otorgamiento de visa al cineasta, y en una declaración oficial apuntó que la negativa representaba la continuación de la misma política (de cerco) hacia Cuba, al tiempo que advertía sería una violación del acta de Trading with the Enemy el hecho de que cualquier persona recogiera el reconocimiento a nombre del realizador cubano. Algunos medios norteamericanos protestaron airadamente por el maltrato a un artista de renombre internacional, y Andrew Sarris, el célebre crítico, se quejó en el Village Voice de que «durante muchos años entregamos premios y nunca recibimos tamaña atención de los medios. Ahora se le niega la visa al director cubano de una buena película y estamos en primera plana». Dos décadas después del escándalo con Memorias del subdesarrollo, la misma asociación le concedió un premio especial de archivo a la coproducción cubano-soviética Soy Cuba, rescatada del olvido.

En ese mismo 1973, el cine nacional estrenó El extraño caso de Rachel K, que intentaba vincular lo policiaco y lo histórico, y que fue el único filme de ficción del documentalista Oscar Valdés; El hombre de Maisinicú, de Manuel Pérez, que significó el descubrimiento del héroe hecho a la medida del cine épico, o de acción y aventuras, y Ustedes tienen la palabra, de Manuel Octavio Gómez, que contraponía los problemas cotidianos de los trabajadores agrarios a las fórmulas de manual esgrimidas por algunos dirigentes, y a las fáciles soluciones proclamadas en las consignas. Aunque la acción del largometraje transcurría en 1967, la cadena de negligencias, cambalacheos, indisciplinas, la desidia o el oportunismo, resultaban totalmente contemporáneos en 1973 y también, por desgracia, a lo largo de muchos años.

La corriente dominante en 1983 la marcó la comedia urbana y de costumbre, denuncia de diferencias sociales y rémoras pequeñoburguesas que fue Se permuta, debut de Juan Carlos Tabío, mientras Hasta cierto punto, de Gutiérrez Alea, sometía a profunda crítica el esquematismo y los prejuicios de algunos intelectuales a la hora de acercarse a la realidad de los obreros. Y cuando todo parecía favorecer un cine sobre el aquí y el ahora, Humberto Solás codirigió, con Nelson Rodríguez, Amada, una preciosista adaptación de un cuento de Miguel de Carrión ambientado en 1914. El documental se volvía delicado, musical e íntimo mediante Mujer ante el espejo, de Marisol Trujillo, y Omara, de Fernando Pérez.

Y ya se sabe, porque se ha proclamado por todos los medios: 1993 fue el año de Fresa y chocolate, que está cumpliendo 20 años, y continúa hoy en plena vigencia, con su propuesta de fortalecer entre nosotros la cultura del diálogo y la aceptación de la diferencia. Mucho menos se ha celebrado otra efeméride: en Cuba estuvieron Gian Maria Volonté, Ana Belén, Juan Diego e Ignacio López Tarso para filmar Tirano Banderas, inspirada en la novela de Ramón del Valle-Inclán sobre un déspota latinoamericano, y ese mismo año el Festival de Cannes, reacio a galardonar películas cubanas, reconoció con el premio Roberto Rossellini la labor humanística y cultural de la Escuela Internacional de Cine y TV (EICTV), de San Antonio de los Baños, que desde ese entonces, e incluso desde antes, se ha ocupado de preparar el relevo audiovisual en varios países latinoamericanos, incluida Cuba.

Además de que 2003 contempló la apoteosis de Suite Habana, el aplaudido documental de Fernando Pérez sobre la voluntad de los cubanos de crear y soñar, varios egresados de la EICTV estrenaron películas también, hace dos lustros, como el español Jaime Rosales con la celebrada Las horas del día, premio internacional de la crítica en Cannes; el chileno Andrés Waissbluth con Los debutantes, que representó a su tierra en la competencia por el premio Oscar, y el cubano Arturo Sotto, quien codirigió con Jorge Perugorría el notable documental Habana Abierta, uno de los filmes encargados de naturalizar entre nosotros la experiencia de una emigración no definitiva.

El cine cubano evidenciaba señales de cambio. El Icaic organizaba la tercera Muestra de Jóvenes Realizadores para tratar de localizar el relevo (en 2003 despuntaron Eduardo Eimil con La maldita circunstancia; Esteban Insausti con Las manos y el ángel; mientras que Humberto Padrón ganaba reconocimiento especial por Video de familia) y ensayaba una fórmula de producción más ligera y flexible con Tres veces dos, largometraje constituido por tres cuentos, cada uno de los cuales era dirigido por un joven cineasta: Pável Giroud, Lester Hamlet y Esteban Insausti, quienes emprendieron poco después sus largometrajes de ficción. El cine joven cubano estaba naciendo. Diez años después todavía intenta respirar, ser visto, ganar crédito, respeto y el favor del público.

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