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Óperas primas y sus espacios refrescantes

El cine brasileño presenta los títulos El lobo detrás de la puerta, Tatuaje, Menor de edad y Estación Libertad. Argentina participa con Los dueños y Chile reserva los filmes El verano de los peces voladores y Las analfabetas. En tanto, México compite con los largometrajes Halley, Las lágrimas y La jaula de oro

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Joel del Río

Asciende la temperatura de las expectativas por uno de los grandes eventos culturales que ocurren en Cuba, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Tal vez sea el momento de recordar que una de las muchas razones por las que puede enorgullecerse la magna cita es la pormenorizada atención que siempre recibieron las obras de los debutantes. Desde 2003 existe una competencia independiente de óperas primas, y son muchas las ediciones en que dicho concurso eclipsa al no siempre bien llamado concurso principal.

Desde La Habana se le dio el espaldarazo, cuando eran principiantes, al mexicano Carlos Reygadas, los brasileños Karin Ainouz y Claudio Assís, y los cubanos Juan Carlos Cremata, Alejandro Brugués y Jorge Luis Sánchez, por solo mencionar unos pocos de los que ahora deben concursar, cuando tienen nuevas películas, en el apartado de los consagrados y veteranos. Porque al igual que todos los movimientos cinematográficos innovadores que en el mundo han sido, el nuevo cine latinoamericano ha garantizado sus perennes ciclos de supervivencia mediante el injerto de la savia más fresca y oxigenante.

Todo eso está muy bien, pero el espectador cubano, que gusta de volcarse en diciembre a las salas del Festival, muchas veces se ve incapacitado para decidir, por falta de información, lo que debe ver. Y la capacidad de elegir se obstaculiza en el caso de las primeras películas, que muchas veces llegan a la competencia sin demasiado fogueo internacional en otros eventos. A continuación intento caracterizar algunas de las óperas primas en concurso, para tratar de motivar a los indiferentes, e incluso evitar que los interesados en el banquete se lancen a cualquier propuesta mientras que, tal vez, en un cine cercano, se proyecta un título cuyo tema o tratamiento parecía más interesante.

Si bien 2013 no ha sido el mejor año para el cine brasileño, permanece continua la fluencia de nuevos talentos. Son cuatro los títulos: El lobo detrás de la puerta, Tatuaje, Menor de edad y Estación Libertad. El espectro genérico es muy amplio, desde una historia de amor homosexual en el contexto del teatro travesti y subversivo, en el Recife de 1978, con Tatuaje, de Hilton Lacerda; hasta el thriller urbano, carioca, con el estudio de la obsesión, y la violencia que puede generar el aburrimiento y la traición en El lobo detrás de la puerta, de Fernando Coimbra.

Tatuaje viene avalado con la leyenda de «el filme brasileño más premiado del año». También han conquistado elogios los dos filmes procedentes del gigantismo urbano paulista. La directora Caru Alves de Souza apuesta por debatir la disminución de la edad penal con Menor de edad, que habla sobre una abogada que debe comparecer ante un tribunal para defender a su hermano menor, acusado de un delito grave, mientras que Caito Ortiz aborda en Estación Libertad la historia de Mario Kubo, un antihéroe descendiente de japoneses que sufre una crisis existencial en medio del barrio Libertad y la estación de Metro que se nombra de igual manera, también en São Paulo.

Tampoco Argentina tuvo un gran año cinematográfico. Al menos en el contexto internacional, brasileños y argentinos se vieron desplazados por el empuje de mexicanos y chilenos, pero sobre ellos escribimos más adelante. Dos mujeres debutantes se incluyen en esta nómina: María Florencia Álvarez con la coproducción argentino-brasileña Habi, la extranjera, y Bárbara Sarasola-Day con la coproducción argentino-colombiana Deshora. La primera cuenta la historia de una joven provinciana, que va a Buenos Aires y conoce a un joven libanés que la atrae profundamente. Una historia también de descubrimiento y búsqueda se relata en Deshora, que describe la llegada de un joven colombiano, adicto a las drogas, a la casa de su prima, y el cambio que el muchacho ocasiona en la vida de ella y de su esposo.

El concurso de primeras obras se completa, en cuanto a la participación argentina, con Los dueños, codirigida por Agustín Toscano y Ezequiel Radusky. Y hacia temas definitivamente sociales, como la desigualdad de oportunidades, la exclusión y el sistema de castas, tratados sin panfleto ni arengas, se orientaron también las chilenas El verano de los peces voladores, de Marcela Said Cares, y Las analfabetas, de Moisés Sepúlveda.

Protagonista femenina tiene la mexicana Los insólitos peces gatos, de Claudia Sainte-Luce, que trata sobre una joven solitaria que decide hacerse cargo de los niños de una amiga muy enferma. Sin embargo, los otros tres largometrajes mexicanos en competencia se concentran sobre todo en personajes masculinos, pero aquejados por grandes angustias y malestares: Halley, de Sebastián Hoffman; Las lágrimas, de Pablo Delgado Sánchez, y La jaula de oro, de Diego Quemada-Diez.

Entre las grandes sorpresas de este Festival se cuenta la alta calidad de la representación venezolana. En anterior edición hablamos de Pelo malo, de Mariana Rondón, que ha sido destacada en cuanto Festival se presentó en los últimos meses, y ahora queremos destacar a un par de debutantes: Miguel A. Ferrari con Azul y no tan rosa, y Claudia Pinto Emperador con La distancia más larga. En la primera de estas, Diego debe hacerse cargo de atender a su pareja, Fabrizio, víctima de un ataque homofóbico, mientras intenta lidiar con los reproches de un hijo adolescente a quien no ve desde hace años.

En La distancia más larga hay también un joven que desordena la vida del personaje central, en este caso Martina, una mujer a quien le quedan pocos meses de vida y recibe la visita inesperada de su nieto Lucas. Y la atención a las expectativas, actitudes e inclinaciones de los niños o jóvenes se convierte también en el centro dramático de la uruguaya Tanta agua, codirigida por Ana Guevara Pose y Leticia Jorge Romero, que explora las relaciones tensas de unos niños con su progenitor, y de las ecuatorianas Mejor no hablar de ciertas cosas, de Javier Andrade, y Sin otoño sin primavera, de Iván Javier Mora, dedicadas ambas a retratar submundos del marginalismo, las drogas, la delincuencia, el sexo y el rock and roll.

Mi lector tiene dos caminos: buscar la rutina de los nombres conocidos y los prestigios bien cimentados, o aventurarse a escuchar y tratar de comprender lo que intentan comunicarnos los más jóvenes. El Festival estará abierto para ambas opciones.

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