Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La avenida de la venganza fatigosa

La Televisión cubana, y otros medios de comunicación, se hicieron eco de la publicidad que rodea a la telenovela Avenida Brasil que se cuenta entre las más populares del monopolio audiovisual brasileño. Mas, ninguna novela puede enhebrar «cientonosécuantos» capítulos, con un mínimo de coherencia, empleando solo como argucia el ánimo vengador de su protagonista

Autor:

Joel del Río

En la tentativa por lograr personajes positivos y negativos cada vez más espectaculares y atrayentes, o de enredar a tales protagonistas en una trama asombrosa e insidiosa, la telenovela brasileña pudiera llegar a sacrificar por completo la base moral que sostuvo 200 años de melodrama operístico, literario, teatral, cinematográfico y radiofónico. A juzgar por Avenida Brasil pudiéramos estar en presencia de un nuevo tipo de telenovela que renuncie flagrantemente a la educación ética y sentimental del público en tanto se embellece, se tolera y se aceptan el rencor, la deslealtad, la vileza y el delito, mientras se presenta cierto estereotipo del suburbano carioca, devorador de arroz con frijoles, tomador de cerveza, aficionado al chisme y la irreverencia, ruidosos, parlanchín y mal educado.

Sobre la premisa argumental de «hasta dónde se puede llegar para aplicar la justicia por tus propios medios», ocurría en los primeros capítulos una historia de humillación por parte de una madrastra mala, a lo Cenicienta, y luego aparecía el ingrediente de la venganza, que emparenta la trama con la de Hamlet, El conde de Montecristo y con centenares de thrillers norteamericanos. Porque la telenovela que está llegando a nosotros tres veces por semana gastó sus mejores municiones al principio, en los primeros 15 o 20 capítulos, cuando la trama se movía entre el pasado y el presente, y parecía que los personajes seguirían alguna lógica, al menos, la del melodrama, con aquella niña sufriente y maltratada que regresaba para hacer justicia. Pero después, el guion se ocupó en acabarnos con la paciencia, y menospreciar la inteligencia del auditorio.

Con una correcta dirección de Ricardo Waddington, que destaca a veces por su visualidad sofisticada, con matices cinematográficos y hasta documentales, sobre la base de un guion demasiado estirado y previsible de João Emanuel Carneiro (creador también de La favorita), Avenida Brasil abusa sin control, en su estructura dramática y planteamiento de los conflictos, de situaciones casuales, excesiva discreción de personajes que solo guardan el secreto mientras le conviene al guionista, gente que escucha todo el tiempo detrás de las puertas, personajes que gritan sus secretos más oscuros, chantajes facilísimos y fidelidades inauditas. Y todas estas circunstancias solo cumplen el propósito de alargar de manera inmisericorde el tema «serio» de la identidad encubierta de Rita-Nina, o el triunvirato de adulterios que sostiene Carlitos (Alexandre Borges).

La villana absoluta está beneficiada por los desbordes de sobreactuación suministrados en cada capítulo por Adriana Esteves, quien ha sabido moldear una de las mejores malvadas de la telenovela brasileña, junto con Gloria Pires en Vale Todo (1988), Renata Sorrah en Señora del destino (2004) y Patricia Pillar en La favorita (2008). Pero hablando del personaje, ya no de la actriz, es preciso decir que creerse las patrañas y fingimientos constantes de este monstruo requiere, en primer lugar, de un público postrado intelectualmente, incapaz de aplicarle a la trama la lógica más elemental. Y en segundo lugar, las barbaridades de la rubia peligrosa ocurren solo gracias a la imbecilidad innata y la ignorancia de los buenazos que la rodean.

La venganza de Nina, ejecutada dentro de la propia casa de su peor enemiga, contiene demasiadas situaciones que violan incluso la tradicional ilógica telenovelera. Y no es que se trate de una antiheroína, sino que más bien fueron incapaces de perfilarle matices de nobleza trágica a su venganza. Ella cumple a cabalidad su papel de mentirosa, adulona y cómplice, renuncia a su realización personal, perjudica a sus amigos y seres queridos en una venganza tan ruin como necia, mientras se reitera hasta el ridículo aquellas náuseas en el inodoro, y sus lavados de manos para tratar de purgar una decadencia que evidentemente está disfrutando. A todo ello se agrega que Nina está mal defendida, con un repertorio de tres muecas para expresar tristeza, y dos mohines para la alegría, por Débora Falabella, cuya extraordinaria fama apenas puede cubrir su tendencia a interpretar cualquier papel desde lo monocorde e inexpresivo.

Mis lectores alegarán que siempre quedarán los últimos capítulos como oportunidad para la redención, el arrepentimiento y hasta la reconciliación entre estas dos mujeres tenaces que perdieron todo sentido del límite, pero de nada valdrá tal instante de satisfacción y catarsis, si ya nos machacaron con decenas de capítulos donde la heroína perdió toda su integridad, y sin beneficios de ninguna índole, porque Rita desciende y se desmoraliza, sin que Nina gane ni un ápice de complejidad, o de capacidad para convencer al espectador de sus buenas razones. Y ese es el problema que perjudica toda la trama, ningún personaje parece estar en trance de mejoramiento, o crecimiento moral, mediante el sufrimiento. Los móviles dejaron de ser el amor imposible y la pasión no correspondida. Aquí las fuerzas motoras de la acción se localizan en el cuadrado equilátero: miedo, dinero, venganza y lujuria.

El ánimo mendaz que anima a casi todos los personajes de Avenida Brasil (le recomiendo el simple ejercicio de analizar las relaciones entre los principales personajes y salta a la vista que casi todos mienten, engatusan y manipulan a sus parejas y familia) se extiende a los elementos de puesta en escena. Algunos cronistas despistados asumieron el «realismo» con que se presenta la marginalidad, sin parar mientes en que el pintoresco y casi pulcro Tiradero fue construido escenográficamente en un amplísimo y bien equipado foro de la televisora O Globo. Y no es que estuvieran obligados a filmar en alguna de las numerosas favelas cariocas, pero la sofisticación aplicada a la miseria demuestra que en este tópico, como en todo lo demás, Avenida Brasil falsifica la imagen de la miseria, y la presenta de manera agradable, e incluso glamorosa con esas lindas paredes hechas de latas y botellas recicladas.

Por supuesto que el guion tampoco es tan incorrecto políticamente como para dividir buenos y malos en dependencia del sexo o del estatus económico. Pero semejantes libertades se tomó Dickens para describir a sus delincuentes en Oliver Twist hace como 150 años. Y así, Lucinda y Nilo, o Tifón y Carmiña, simbolizan respectivamente a Eros y Tánatos, la eterna pulsión de la vida y el amor en lidia perenne con el odio, la muerte y la desintegración. Pero la tirantez entre estos personajes muchas veces se difumina en tanto «los buenos» son ambiguos, despistados, ciegos, impotentes por completo para cambiar algo o carecen de fuerza para contender con la maldad. De modo que la intensidad del conflicto se mengua a favor, otra vez, de los infames, y el triunfo de los malos, o su capacidad para corromper provoca cierta sensación de incomodidad y desconcierto en un género donde la transmisión de valores y de conocimiento suele marchar a la par con la inclinación al entretenimiento.

La Televisión cubana, y otros medios de comunicación, se hicieron eco de la implacable publicidad que rodea a una telenovela que ya se cuenta entre las más populares y vendidas de cuantas ha producido el monopolio audiovisual brasileño. Debemos confesar que cualquiera se impresiona con aquella propaganda sobre «la telenovela que paralizó un país», el tremendo impacto en las redes sociales, o aquellas sentencias de ciertos críticos respecto a la burla a que son sometidos el mal gusto y la incultura de la clase media alta (nuevos ricos de la zona norte), y la sátira en sordina del machismo carioca. Si bien la chanza aplica en cuanto al ídolo futbolístico cornudo, al anciano con mujer joven, a los varones que solicitan de sus mujeres relaciones serias y estables, y a ciertos galanes lujuriosos y descerebrados, todo ello empalidece ante la sacralización del machista incontinente que es Carlitos, y de la mujerona promiscua e interesada que es Suelen, en tanto sus experiencias se presentan como posibles, justificables y hasta graciosas. Conste que los apuros de la prostituta barriotera y el prostituto de clase alta aparecen bajo el prisma empático de la comedia. Y aunque nadie se ría a estas alturas con los apuros ocasionados por la lujuria, es posible que los trucos del fauno embustero y la deslumbrante meretriz sean admirados por algunos cubanos y cubanas.

Respecto a la sobrestimada crítica social presente en Avenida Brasil, solo puedo decir que la serie se atreve a mofarse de un proceso de ascenso social que sus predecesoras idealizaban. Aquí los pobres también se vuelven ricos, y ascienden en la escala, pero los que eran malos, siguen siendo malos, incluso empeoran con el espantoso barniz dorado que le aplican a sus máculas. Es cierto que los héroes y sus oponentes son todos gente de pueblo, y se abandonan las tradicionales playas de Copacabana o Ipanema para mostrar la vida en los barrios humildes o periféricos (la avenida Brasil del título es una vía que comunica el mar con los barrios del norte, y une todo tipo de vecindades). Pero todo ello no me basta para explicarme el éxito, porque el suburbio se presenta en los mismos términos de grosería y pintoresquismo en que lo presentaban otras telenovelas.

Aunque siga sin comprender las razones de la locura que llevó a 38 millones de brasileños a devenir fanáticos de Avenida Brasil, me parece lógico que el final registrara un récord de 49 puntos de audiencia, porque después de tantas horas perdidas en la dinámica de Nina —que primero le da un masaje a su detestable patrona y luego estriega sus manos con jabón (como si no fuera más fácil y económico abstenerse de tocarla)— ya el espectador necesita presenciar la justicia cumplida, la venganza ejecutada, y que ruede por los suelos la oxigenada cabellera de Carmiña, para que pague por todo el mal que le hizo a la pobrecita huérfana, devenida aquí oscura Erinia cuyo errático comportamiento incluye, quizá, a lo mejor, tal vez, el perdón y el olvido por tanta ignominia.

Allá los que se crean que el ánimo vengador de Nina es algo más que una grotesca argucia para enhebrar «cientonosécuantos» capítulos, y en cada uno de ellos presentar una revelación supuestamente trascendental para la trama. Ninguna serie puede sostener durante tanto tiempo, con un mínimo de coherencia, semejante crescendo de emociones. Avenida Brasil tampoco lo logró, y asumo la polémica que tal vez genere esta opinión.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.