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Prohibido olvidar

El volumen Ecuador: De Banana Republic a la No República, del presidente ecuatoriano Rafael Correa y publicado bajo el sello Casa de las Américas, se presentó este jueves en La Cabaña

Autor:

Jaisy Izquierdo

Si aún no ha entendido términos como neoliberalismo, globalización, libre comercio o dolarización, y sobre todo el impacto negativo que sus prácticas han acarreado para las naciones latinoamericanas, entonces para usted es el libro Ecuador: De Banana Republic a la No República, del presidente ecuatoriano Rafael Correa, que precisamente se presentó este jueves en La Cabaña, en la inauguración de la Feria Internacional del Libro.

Como bien se indica desde el título, estas páginas proponen una lectura cuesta abajo, como quien desciende de una condición mala y desemboca en otra peor. Lo que resulta más trágico es que —aun cuando Correa toma por eje central las experiencias de su país—, mientras se avanza en la lectura, la América Latina, el Caribe y el resto del mundo subdesarrollado se suben a la misma barca, para juntos viajar entre la orilla de un pasado neocolonial y el puerto de destino incierto, donde la palabra República naufraga a la deriva.

Para ello el autor se sitúa en un campo que domina con creces, el de la teoría económica, pues antes de alcanzar la presidencia su actividad transcurrió siempre en los claustros universitarios: se graduó como economista de la Universidad Católica de Guayaquil en 1987, obtuvo su Máster en Economía en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, en 1991; y estudió en la Universidad de Illinois, en Urbana-Champaign, Estados Unidos, hasta doctorarse en 2001.

Aunque el libro —publicado por la editorial de Casa de las Américas— realiza un análisis profundo de temáticas económicas y critica con rigor académico las posturas y preceptos dominantes en esta esfera, no son estas páginas un mamotreto catedrático. Asegura en el prólogo Aurelio Alonso, a quien se le entregará mañana sábado, en la misma sala Nicolás Guillén, el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas, que este volumen «goza de las cualidades de la buena pluma. Con ello quiero decir claridad, buen manejo del lenguaje y ausencia de tecnicismos económicos y estadísticas excesivas, que no lo limitan a una pupila experta».

En esta edición cubana Correa explicita que aun cuando escribió con toda la objetividad posible, no niega tampoco que lo hizo con una intencionada parcialidad por su país y Latinoamérica. «En lo personal, no puedo dejar de indignarme por el engaño y saqueo a la región. Cómo no encolerizarse ante atracos como el “salvataje bancario”, la Ley de Garantía de Depósitos, el robo de nuestra moneda, la renegociación de la deuda del 2000, y la incapacidad de construir algo propio y ser tan solo vulgares y tardíos imitadores de paradigmas extraños. Cómo no enfurecerse con la insoportable doble moral de nuestros dirigentes, con las políticas públicas decididas por burócratas apátridas, con la supremacía del capital sobre el ser humano», añade.

En las páginas iniciales también da detalles sobre las peripecias de la confección de este libro, que reúne artículos académicos escritos entre 1993 y 2005. Manifiesta que fue un proyecto paralizado hasta el año 2006 debido a las exigencias de la campaña presidencial. Ya como mandatario lo pudo terminar en los escasos días libres, noches de insomnio, en las horas de regreso de los muchos y largos viajes y, finalmente, en tres días providenciales de descanso obligatorio que tuvo en Cuba, después de una operación en la rodilla.

El análisis de Correa abarca desde el surgimiento de una poderosa clase agroexportadora de cacao durante la Colonia, que luego fue suplantada a finales de los años 40 y principios de los 50, con el apoyo de compañías extranjeras y del Gobierno Nacional, por el surgimiento de otro producto primario de exportación: el banano. Pasa revista al proceso industrializador de Ecuador, que se intensificó desde 1972, cuando el país se convirtió en productor y exportador de petróleo, gracias al descubrimiento de importantes yacimientos en la región amazónica ecuatoriana. No deja fuera del tintero la crisis de la deuda externa, y lo que él denomina como «la larga y triste noche neoliberal», que sirvió en bandeja de plata las riquezas nacionales a los monopolios y transnacionales, hasta aterrizar en la condición de la No República, la negación de la «cosa pública», que termina siendo la privada de los más poderosos.

Dentro de las armas blandidas por la oligarquía para la entrega total del país, Correa señala la dolarización de la moneda, una respuesta desacertada a la crisis que, por demás, señala que era inconstitucional, ya que bien claro había sido plasmado en la Carta Magna que la moneda oficial de la nación era el sucre y por ningún lado se había escrito la palabra dólar. «Así, la dolarización condenó al país no solo a la pérdida de la política monetaria, sino a una mayor dependencia extranjera, puesto que se adopta la política monetaria del país emisor de la moneda, los Estados Unidos y, como manifestó ya hace muchos años Louis Even, “que se me conceda el control de la moneda en una nación y me río de quien hace sus leyes”», indica el mandatario ecuatoriano.

Otro nefasto ingrediente resultó la llamada «política» de deuda, que terminó maximizando el beneficio de los acreedores. Un ejemplo de ello fue la desconcertante «renuncia» a la prescripción de la deuda externa comercial ecuatoriana (que alcanzaba 6 992 millones de dólares) contratada con la banca privada internacional, un hecho probablemente sin precedentes en la historia mundial.

Sobresale en el análisis emprendido, desde el punto de vista social, la catástrofe a que condujeron estos pasos, pues la crisis de 1999 se convirtió en uno de los procesos de empobrecimiento más acelerados en la historia de América Latina, donde se dispararon los índices de pobreza, desempleo y emigración.

Ante tal funesto cuadro pintado no con palabras sobrecogedoras, sino con datos certeros y hechos específicos, parecería que ya dentro del infierno no quedaría más remedio que repetir, como Dante, «abandona toda esperanza aquí». Sin embargo, luego de revelar los desequilibrados manejos económicos, atracos bancarios y desacertadas políticas administrativas e inversionistas, Correa se encamina a deshacer entuertos teóricos y a proponer soluciones prácticas para que no solo Ecuador, sino la América Latina toda, puedan encontrar la salida del laberinto.

Dedica así la tercera parte de su libro a desmontar ciertos mitos de la economía, como aquel que reza que el libre comercio beneficia siempre y a todos, y lo califica simplemente «como una falacia o un planteamiento de una ingenuidad extrema más cercana a la religión que a la ciencia». Expone cómo la ideología liberal se puso los atuendos de ciencia sin que nadie le cuestionara el disfraz; y frente a la impugnable premisa de que la globalización no tiene marcha atrás, advierte de la imperiosa necesidad de que «los países subdesarrollados, y en particular los países latinoamericanos, se integren inteligentemente a dicha globalización, sin aceptar de manera pasiva convertir naciones en mercados y ciudadanos en consumidores».

Finalmente, Correa traza el camino hacia una nueva política económica en la que resalta como un paso fundamental la implementación de una nueva arquitectura financiera regional (NAFR). «El eje para esta NAFR se basa en un nuevo proceso de integración que apunte a la creación de un banco regional de desarrollo, de un fondo común de reservas, y de sistemas de pago y monetario comunes, que pueden comenzar con la emisión de derechos regionales de giro y una moneda contable regional», apunta.

Al problema de la deuda externa, que afecta a toda la región, Correa contrapone la deuda ecológica, de manera que los deudores latinoamericanos se convierten en acreedores de los países desarrollados: «Es necesario entonces promover también la creación de una instancia internacional que valore de forma adecuada los bienes ambientales generados por los países endeudados, y a su vez cobre el consumo de dichos bienes a los países industrializados contaminadores, así como la deuda ecológica —el daño ambiental ya generado— que tienen. Con dichos fondos se podría pagar a los acreedores de los países generadores de medio ambiente sin comprometer su desarrollo, dentro de un enfoque no de caridad, sino de estricta justicia».

Al cerrar estas páginas cobra sentido la frase que a menudo se utiliza en la Revolución Ciudadana: «Prohibido olvidar». A la vuelta de la esquina aún existe ese pasado al acecho, en demasía pesado como para que pase inadvertido.

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