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Con la firma de Tabío

El cineasta Juan Carlos Tabío, a quien le fue concedido el Premio Nacional de Cine 2014, dialogó con nuestro diario

Autor:

Jaisy Izquierdo

Juan Carlos Tabío Rey vio la luz en La Habana hace casi 71 años. Contaba con apenas 18 cuando decidió unir sus fuerzas y talento al empeño de moldear con sus propias manos el enigmático arte del cine, ese que en un naciente Icaic, otros jóvenes como él soñaban impulsar con un sello nacional.

Primero fue asistente de producción, luego de dirección, más tarde coguionista y después realizó muchos, muchos documentales. Toda una escalera en el tiempo. Peldaños de aprendizaje y constancia hasta que, al fin, en la madurez de sus 40 años logra dirigir su primer largometraje de ficción: Se permuta.

Desde entonces sus películas han sido su mejor carta de presentación, esas que han sabido colarse dentro de la memoria popular con personajes cubanísimos (¡cómo olvidar el ciego de Lista de espera o a la Rosa Fornés adicta a buscar permutas!) y con tramas que han teñido con los colores de la ficción los conflictos de cada época. Con la risa cómplice, sus filmes nos han acompañado hasta en los años más duros de la crisis económica, en los que pertinaz continuó filmando.

Por eso Tabío es un nombre imprescindible del séptimo arte cubano y ha sido merecedor este año del Premio Nacional de Cine. Esta distinción ofrece la oportunidad de reconocerle y acceder una vez más a sus respuestas precisas, pero que con generosidad brinda a quien se las pida. Nunca olvidaré que, siendo una estudiante, me recibió en la sala de su casa para aclarar mis inquietudes y las de mi compañera de tesis de grado, en torno a la polémica levantada por Guantanamera. Esta vez, en tiempo récord, me respondió por correo electrónico estas confesiones que también llevan su firma. «No le quites, por favor, una palabra», me pidió. Y así lo hice.

—Sus filmes han reflejado siempre una problemática de la Cuba de su tiempo. Se permuta apuntó a la vivienda; Fresa y chocolate a la homofobia en la sociedad, y El cuerno de la abundancia a la crisis económica, por citar algunos ejemplos. ¿Por qué siempre Cuba, su gente y los conflictos contemporáneos lo han motivado para crear una historia?

—En el caso del cine cubano, en las décadas de los 60 y 70 se hicieron muchas películas históricas: guerras de independencia, luchas durante el machadato, la etapa insurreccional de la Revolución lo mismo en la Sierra que en las ciudades. A partir de los años 80, tanto el cine como la literatura dirigieron la mirada a los conflictos que se generaban en nuestra realidad inmediata. Siempre, y en todas partes, ha sido una función esencial de la narrativa (literatura, teatro y después el cine) el registrar su propia sociedad y reflexionar acerca de ella.

—En su cinematografía está presente de un modo u otro la risa. ¿Qué piensa acerca de la comedia, un género que es visto por algunos como una manera ligera o poco profunda de acercarse a la realidad?

—Yo respeto lo que piense y diga cualquiera sobre el tema. Personalmente, creo que el humor puede ser una herramienta para decir cosas muy serias. ¿Son obras menores, ligeras y poco profundas el Quijote, de Cervantes, y Tiempos Modernos, de Chaplin?, para solo citar dos obras realmente muy «cómicas». El teatro satírico y la caricatura gráfica muchas veces han encendido revueltas sociales. Y más allá de géneros específicos, obras como Viridiana, de Buñuel, La soprano calva, de Ionesco, o Cien años de soledad, de García Márquez, a través del humor han descendido a los abismos humanos.

«Por supuesto que existen y existirán infinidad de comedias ligeras, incluso bobas, repletas de lugares comunes y chistes fáciles. Pero, por otra parte, ¿cuántos “dramas” muy “serios” no hay por ahí más ligeros que un papalote y más superficiales que la caspa? No creo que sea el humor o el sentido dramático lo que le confiera profundidad o “ligereza” a una obra. El asunto, como yo lo veo, no está en tirar curva o recta, sino en pasar la bola por el centro del home (para utilizar términos beisbolísticos)».

—Además de haber dirigido varios largometrajes, posee usted una numerosa obra documental. ¿Qué importancia le concede a este ejercicio a lo largo de su carrera?

—Todos los cineastas de mi generación aprendimos el oficio del cine haciendo documentales, desde donde hay que poner el ojo para mirar a través de la cámara, hasta cómo se monta una secuencia para poder decir lo que uno quiere. Al mismo tiempo, el documental significó un verdadero proceso de aprendizaje acerca de nuestra realidad. Entre nosotros surgieron grandes documentalistas (yo no me encuentro entre ellos). Claro, el documental no es una etapa previa para llegar a la ficción, es un género en sí mismo, y muy difícil, por cierto.

—¿Qué significó para usted haber trabajado junto a Titón, primero como guionista de su película Hasta cierto punto y luego codirigiendo Fresa y chocolate y Guantanamera?

—¡Qué pregunta más difícil! Una respuesta cabal tendría que abarcar muchas cosas que no caben en este espacio. Titón significa, y no solo para mí, el paradigma del artista, del intelectual comprometido con su tiempo, con su sociedad. Titón entendía el cine como parte de la realidad, y como tal, una forma de interactuar con ella. Mira, sobre lo que te decía del humor «como herramienta para decir cosas muy serias»: en la obra de Titón, siempre ha estado presente el humor, no solo en sus «comedias», sino en sus películas que escapan a ese género. Mi relación personal y profesional con Titón, a través de la amistad y el trabajo, por supuesto que ha sido un privilegio.

—Usted, que ha sido maestro de varias generaciones de cineastas y su nombre forma parte de la historia dorada de nuestro cine, ¿qué recomendaría a la nueva fila de cineastas cubanos que se abren paso de disímiles maneras estéticas, temáticas y de producción, para continuar haciendo cine cubano?

—¡Bueno, bueno, muchas gracias! Mira, yo no me atrevería a recomendarles nada a los jóvenes, en primer lugar porque no creo que me hagan caso. Cada generación trae consigo su propia carga, sus propios intereses, su propio lenguaje. Pienso que la verdadera continuidad es una suma de rupturas. Lo otro sería estancamiento.

—El Premio Nacional de Cine se le otorga en el aniversario 55 del Icaic, en un momento de transformaciones para la propia institución. ¿Cómo valora el estado actual de nuestra cinematografía y avizora su futuro?

—Las nuevas tecnologías digitales están facilitando y «democratizando» cada vez más las posibilidades de producción de una película. Ya no hace falta el mecanismo gigantesco y costosísimo de un laboratorio para revelar los innumerables rollos de negativo con los que se filmaba hasta hace poco. Así que el Icaic no puede ser el mismo organismo que se fundó hace 55 años, porque nada puede ser igual 55 años después. El presente de nuestro cine tiene que estar condicionado por esta realidad. Y el futuro, bueno, no soy adivino, pero no puedo dejar de sentirme optimista.

Sus películas

1983. Hasta cierto punto (guionista).

1983. Se permuta (guión y dirección).

1988. Plaff o Demasiado miedo a la vida (coguionista con Daniel Chavarría y dirección).

1993. Fresa y chocolate (codirección con Tomás Gutiérrez Alea).

1994. El elefante y la bicicleta (coguionista con Eliseo Alberto Diego y dirección).

1995. Guantanamera (codirección con Tomás Gutiérrez Alea).

1998. Lista de espera (dirección).

2003. Aunque estés lejos (dirección).

2009. El cuerno de la abundancia. (coguionista con Arturo Arango y dirección).

2010. El dulce amargo de la desesperación (cuento del filme Siete días en La Habana, dirección).

Además, en su carrera ha realizado más de 30 documentales, muchos de ellos dedicados a figuras de la cultura como Miriam Makeba, Soledad Bravo, Chicho Ibáñez, Sonia Silvestre, Amelia Peláez y Joan Manuel Serrat. Su más reciente obra Cimarrón. Historia de un esclavo (2011), también en clave documental, se acercó a la vida de Esteban Montejo, el hombre que inspiró la novela Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet.

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