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55 años con la Casa abierta

La Casa de las Américas arribará el próximo lunes a su 55 aniversario de fundada: un alumbramiento que sonó como la palabra «faro»

Autor:

Jaisy Izquierdo

A pocos meses del triunfo de la Revolución Cubana, nació una Casa. Amaneció vivaracha, con los ojos y las puertas abiertas. Y el alumbramiento sonó como la palabra «faro», como un beso de olas para nuestras tierras. Era el 28 de abril de 1959, y acaso por eso el escritor Eduardo Galeano tuvo que «corregir» la fecha y marcarla como el verdadero día en que se descubrió el Nuevo Mundo al ver la luz «en Cuba, la Casa que más nos ha ayudado a descubrir América y las muchas Américas que América contiene».

Nuestra raíz mestiza, hija taína, lucumí y española, encuentra entonces en la Casa de las Américas el espacio para validar y esparcir su mixtura cultural, su expresión auténtica reinventada desde las más diversas manifestaciones artísticas. Este tejido visible, tantas veces invisibilizado, es el que la Casa ha erigido como bandera para que intelectuales y artistas del continente puedan compartir y tributar desde sus experiencias creativas a esa sustancia común que alimenta nuestras venas.

Durante cinco décadas y cinco años, esta reconocida institución ha sido puntera en la divulgación de la obra de escritores, artistas plásticos, músicos, teatristas y estudiosos de la literatura y las artes de la América toda, congregando así a intelectuales de la talla de Manuel Galich, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Oswaldo Guayasamín, Roberto Matta, Mercedes Sosa y Chico Buarque, entre otros.

Por eso para su presidente, el poeta Roberto Fernández Retamar, la razón de ser de Casa no es otra sino la integración latinoamericana y caribeña en el ámbito de la cultura, como lo confirmara a JR ante la proximidad de la pasada edición de la II Cumbre de la Celac en La Habana: «Durante más de medio siglo la Casa de las Américas ha luchado por ideales comunes que no solo miran a los países latinoamericanos sino también a los caribeños donde no se habla español, y un ejemplo palpable de ello es el Centro de Estudios del Caribe, creado en 1979 por Haydée Santamaría».

Yeyé, la inolvidable heroína del Moncada, es un nombre permanente en la historia de la Casa, marcada por su mano desde sus albores. A su labor incansable se debió que notables figuras de la cultura mundial se interesaran en una Cuba inmersa en los avatares revolucionarios, con la que la mayoría de los Gobiernos de la América Latina rompieron relaciones diplomáticas. Conformó así la institución un puente extendido a los numerosos intelectuales que se pusieron en contacto con la nueva realidad del país, propiciando la permanencia de los lazos culturales entre la Isla y el resto del continente.

Un creciente interés que se puede apreciar en estas líneas que el gran novelista y poeta guatemalteco Miguel Ángel Asturias, (Premio Nobel de Literatura, 1967) dirigiera a Yeyé, precisamente durante el clima fundacional del año 1959: «Me brinda usted una oportunidad para ponerme al servicio de la obra cultural que está desarrollando Cuba, en estos momentos gloriosos de su Revolución, que es la de toda América».

Más que un premio

Una manera contundente con la que la Casa ha logrado establecerse al frente de la promoción y difusión de la obra de intelectuales y escritores, ha sido sin dudas a través de su prestigioso premio literario.

Ya en 1964 el nombre del Concurso Literario Hispanoamericano convocado desde el año 1960 había sido sustituido por el de Concurso Literario Latinoamericano, con el propósito de incluir a los escritores brasileños. Una clara intención integradora que fuera elogiada por el escritor Fernando Morais en una carta a Haydée: «La inclusión de brasileños entre los candidatos al premio, a partir de este año, causó el más vivo interés y entusiasmo entre los intelectuales brasileños. A todos nos honra y ennoblece poder participar del más importante concurso cultural latinoamericano».

Su impacto fue también confirmado en otra misiva dirigida en 1998 a Roberto Fernández Retamar por el autor de El cartero de Neruda, Antonio Skármeta: «El Premio hizo que se ocuparan de mi obra críticos de distintos países, inalcanzables entonces por otras vías, y que llegara a gran número de lectores. Fue la base de una comunicación mayor con el mundo y una alegría inolvidable».

El escritor chileno había sido galardonado en 1969 por su colección de cuentos Desnudo en el tejado y luego habría de pronunciar las esperadas palabras inaugurales, también reservadas para el brasileño Thiago de Mello, el chileno Volodia Teitelboim y el argentino Miguel Bonasso, entre tantos otros.

Pero el lauro está destinado más allá de la difusión de obras y creadores a pensar en nuestra América, así como a afianzar las relaciones culturales entre los pueblos del continente y el Caribe. Por ello el estímulo a la producción e investigación cultural han sido ejes sostenidos, junto al acento en zonas poco tratadas como la literatura caribeña de expresión inglesa y francófona, la brasileña, la indígena o los estudios sobre la mujer.

Por supuesto, que los linderos de la Casa traspasan el Premio, para colmar, imparable, la literatura, el teatro, las galerías, los conciertos y la cultura toda con las fantasías creativas de nuestros mejores artistas. No podemos olvidar que la Casa fue el epicentro de lo que luego trascendería como el Movimiento de la Nueva Trova, con la guitarra de Silvio, Pablo, y Noel Nicola. Como también fue el sitio donde se constituyera, en medio del VII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, avalada por la firma de 24 destacados cineastas de la región, entre ellos Fernando Birri, Jorge Sanjinés, Nelson Pereira Dos Santos, Alfredo Guevara, Julio García Espinosa, Paul Leduc y Miguel Littín.

Intensa historia

Es mucha la historia, intensa, la contenida en 55 años. Son varias las generaciones que de mano en mano hemos crecido, gracias al extenso catálogo del fondo editorial de la institución, hojeando las páginas de Amado Nervo, Alfonsina Storni, los Cien años de Soledad de García Márquez, las Poesías de amor hispanoamericanas compiladas por Mario Benedetti, el Paradiso de Lezama…

Pero este sitio emblemático es mucho más. Es la tropa de teatristas que se citan en las jornadas de Mayo Teatral, el sol de verano que «Va por Casa», o «La viva estampa» que hace volar grabados hasta esa casona bien cerca del Malecón. Es llenarse de juventud con una «Casa tomada» que envidiaría el mismísimo Cortázar y es, a veces, por qué no, sacar la «Casa por la ventana» para ofrecer libros en un desbordamiento que no espera por una feria o una fecha marcada para tal fin. Y es a su vez sus publicaciones periódicas, su biblioteca, sus galerías, que convocan a un Año fotográfico o a celebrar el centenario de Frida Kalho.

Acaso sea como el mítico salón coronado de sirenas, en ese Árbol de la vida que creara Alfonso Soteno y que la torna en fructífero jardín de la creación latinoamericana.

De fiesta

La exposición se titula Carteles en escena y es la actividad principal que festejará este lunes 28, el aniversario 55 de la Casa de las Américas. Se podrá apreciar en el vestíbulo y 4to. piso del edificio de G y 3ra. Agrupa una selección de carteles teatrales que pertenecen a los fondos de la institución, con lo cual se podrá apreciar la evolución de la escena latinoamericana desde los años 80 hasta la actualidad.

Las jóvenes Cristina Figueroa y Nahela Hechavarría, especialistas de la Dirección de Artes Plásticas de la Casa, han estado a cargo de la curaduría de esta exposición. Explicó Nahela a JR que estos carteles evidencian que tanto Mayo teatral, próximo a realizarse, como otros eventos organizados por la Casa, han logrado convocar a través del tiempo a grupos paradigmáticos de la escena latinoamericana.

«A la evidente confluencia de la plástica con el teatro, se une con notoriedad dentro de esta selección los lazos con la literatura, pues se incluyen tres carteles que corresponden a obras galardonadas con el Premio Literario Casa de las Américas: La noche de los asesinos (1965), del cubano José Triana; Pequeños animales abatidos (1975), del chileno Alejandro Sieveking, y Retablo de Yumbel, de la chilena Isidora Aguirre (1987)», señaló la especialista.

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