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La música me salva

Cada canción que componga debe conllevar un aporte en mi obra, enfatiza el destacado cantautor Leonardo García, quien protagonizó recientemente un aplaudido concierto en la sala teatro del Museo Nacional de Bellas Artes

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

POR embullo de un par de socios, el cantautor Leonardo García se sometió a las pruebas de aptitud de la Escuela Vocacional de Arte y, cosas de la vida, solo ellos tres aprobaron. Hasta ese momento, la música era únicamente un motivo de diversión. Así que esos cuatro años en aquel plantel fueron esenciales para el autor de temas como De paso por el sol, Alcohol 90, Detrás del tilo y Sombra de mi nobleza, quien desde Villa Clara ha conseguido que su obra se reconozca tanto en Cuba como en el extranjero.

En el caso de Leonardo, quien acaba de protagonizar en la sala teatro del Museo Nacional de Bellas Artes un aplaudido concierto, se cumple cabalmente ese dicho popular de que «la yagua que está para uno...», porque después de quedar sin plaza de guitarra con su séptimo lugar en el escalafón, tras los exámenes de pase de nivel, y decidir estudiar una carrera universitaria, García determinó, al final, ganarse su existencia haciendo canciones.

«Ciertamente fui un buen estudiante de guitarra y, a pesar de que justo entonces se abrían posibilidades con el estudio del tres y el laúd con Efraín Amador, preferí seguir los pasos de mis padres, que son profesionales. De modo que opté por el Preuniversitario y más tarde elegí la carrera de Agronomía», cuenta García, quien hasta que se desarrolló el II Congreso de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) formó parte, por varios años, de la dirección nacional de dicha organización.

—¿Es que la música todavía no te había conquistado del todo?

—La verdad es que en el pase de nivel me percaté de la cantidad de instrumentistas buenos que estaban allí. Fíjate que en años anteriores no había aprobado ninguno, pero esta vez pasamos los 16. Inmediatamente comprendí que no iba a ser el gran guitarrista del mundo, y por otra parte, me tenía que separar de los míos y yo siempre fui muy apegado a mi familia, a mi circunstancia; me gusta mi ciudad. Además, transcurría 1990 y la situación del país comenzaba a ponerse difícil.

«No sé..., tal vez me equivoqué, pero no me arrepiento. Ya entonces me quedaba claro que la música necesitaba de un empeño total, mientras a mí me urgía conocer y hacer otras cosas distintas a estar ocho horas arriba del instrumento. Sabía que grandes músicos como Joaquín Clerch, Jorge Luis Zamora, Rey Guerra, estudiaban diez horas diarias y yo no tenía voluntad para eso».

—Entonces, Agronomía...

—Siempre me gustó. Estuve en un pre en el campo en cuyas cercanías se hallaba el Instituto de Biotecnología de las Plantas, que surgió en 1992 y donde trabajaban algunos vecinos míos, al tiempo que a mí me atraía el mundo de las investigaciones científicas, de manera que la Agronomía era el camino más directo. Solicité esa carrera en primera opción, aunque igual hubiera podido optar por Microbiología, Alimentos, Biología…, también muy prometedoras, mas se estudiaban en La Habana y tampoco me quise alejar de las cosas que conocía.

—Supongo que el reencuentro con la música lo provocó el pujante movimiento de artistas aficionados de entonces...

—Efectivamente. Ahí estaba Alain Garrido atendiendo música por Extensión Universitaria, cuando en segundo año empecé a interactuar con otros aficionados. Integraba un dúo de guitarra con el que me presentaba en festivales de la FEU. De ese modo conocí a Diego Gutiérrez, al mismo Alain..., y me incorporé al movimiento de la trova, que enseguida me sedujo. Con Diego y Alain encontré un tipo nuevo de canción, por lo cual no me perdía ni una sola de sus peñas que se realizaban cada 15 días en la Universidad Central de Las Villas, y yo loco porque llegara el día para asistir y, a veces, cantar alguna canción de Silvio...

—Ah, ¿porque ya cantabas?

—Sí, mal, pero cantaba, me arriesgaba, además de lo que hacía como instrumentista, porque en la Universidad de aquella época la música era muy fuerte. En fin que también conocí al trío Enserie, y poco a poco se me fue abriendo el espectro, porque también en el 97 comenzó el Longina, el evento de la AHS que convocaba a trovadores de todo el país. De sus orígenes recuerdo a Alejandro Bernabeu, al dúo de Karel y Carlos, Ariel Díaz... Todo eso me fue atrapando, al punto de que empecé a escribir canciones que ya no interpreto, pues casi ninguna ahora tiene valor, sobre todo porque se parecían a lo que había escuchado. Por suerte, paulatinamente fui encontrando el camino.

—¿Cuál fue la primera canción con que quedaste satisfecho?

—En ese tiempo todo me satisfacía...

—Me refiero al momento en que supiste a dónde querías llegar...

—A partir de que apareció un casete de Habana Oculta. Entonces compuse Pobre gente, un tema que me ha identificado mucho con las personas. Creo que sí, que desde ese instante hallé un camino más sólido en mi manera de componer las canciones.

—¿Cómo dejaste a un lado la Agronomía?

—Cuando comenzaron a ser demasiados los compromisos. Me acostaba a las cuatro de la madrugada y me tenía que levantar a las seis y media. No rendía como deseaba en la investigación y ocupaba una plaza que debía tener alguien que lo hiciera mejor que yo. Eso ocurrió en 2002, cuando ya había sido finalista en varios concursos, lo cual me hizo pensar que mis canciones poseían un valor para la gente. Coincidió, además, con que me habían profesionalizado en la provincia, por tanto contaba con un salario; había ofrecido conciertos que aún conservo grabados (malísimos, con las canciones aquellas, pero la respuesta del público era formidable y la gente se enganchaba con alguna que otra canción)...

«Si a eso le sumas que en el festival Los días de la música, del 2000, canté ante un jurado compuesto, nada más y nada menos, que por Gerardo Alfonso, Liuba María, Kiki Corona, Vicente Feliú y Joaquín Borges Triana; un jurado de esa magnitud que, sin embargo, quedó muy satisfecho con mi propuesta... Influyó además que la gente se fue aprendiendo mis canciones... Nada, que me llegaron varias señales de que la música siempre me salva».

—¿Por qué competir en concursos?

—Porque gana la canción, que siempre queda registrada, además de que tal vez tenga la suerte de que la pasen por la radio, lo cual es mejor a que no suceda nada con ella. En lo personal, me empeño en que las que escribo le aporten de cierto modo al concurso en el que participan. Por esa razón creo que no han pasado indiferentes títulos como Sombras desiertas, Bailando en la telaraña, Mar de sábado, Detrás del tilo... Ocurre también que a veces algunas de esas canciones son defendidas por intérpretes que deliran cuando las cantan. En ese grupo está, por ejemplo, Entre la luna y yo, lo cual es muy agradable para mí: me gusta escuchar mis creaciones en voces de otras gentes y ver lo que pueden hacer de las mismas. Entonces no, nunca pierdo cuando envío mis composiciones a un concurso.

—Tu quehacer se distingue también por sacarle el máximo provecho a la guitarra...

—Sí, trabajo básicamente con la guitarra y trato de ser con ella lo más autosuficiente posible. Utilizo músicos acompañándome solo cuando siento que las obras lo necesitan, como ocurre, por ejemplo, con un tema como El cocodrilo.

—¿Cómo se lleva Leonardo con las musas?

—Imagino que existen, especialmente cuando las canciones me salen en un santiamén y son buenas, aunque creo en el trabajo. Yo me he pasado ocho meses, un año, insistiendo con una canción. A veces me ha tomado dos años darlas por terminadas. No puedo «dejarlas» hasta que a mí me satisfagan y me parezcan diferentes dentro de mi obra, de lo contario las elimino, rápido. Cada canción que componga debe ser un aporte en mi obra. Puede que se parezcan en ocasiones unas a otras, pero tiene que haber un aporte, si no es desde el punto de vista rítmico, entonces en lo armónico o en lo literario...

«A veces me paso tiempo sin crear canciones, quizá porque estoy más agobiado con la vida por la responsabilidad que entraña tener un hijo, y me cuesta hallar la concentración que necesito. Por momentos aparece la musa musicalmente, pero ciertas situaciones te obligan a cortar y cuando regresas ya no te sabe igual lo que estabas “cocinando”, así sucede con la creación. La fórmula es encontrar algo que me guste, seleccionarlo, fijarlo, y trabajar una y otra vez sobre eso. Se sufre mucho haciendo una canción, pero también se goza cuando sale de un tirón y enseguida ves que posee valores, como si te la estuvieran dictando. Ojalá siempre fuera así, pero no es fácil».

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