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La coreografía: su alma, su esencia

Este viernes los aplausos que se tributaron en medio del 24 Festival Internacional de Ballet sonaron más fuertes en honor al notable creador Iván Tenorio, cuya muerte asestó un duro golpe a la cultura cubana

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Nos dejó con la promesa de otro asombro. Apenas había acabado de estrenar Virgiliando, su homenaje al dramaturgo cubano más esencial de todos los tiempos, y ya le estaba anunciando a JR que la causa de su insomnio en lo adelante de seguro sería La ronda. «Es un proyecto que quiero emprender desde hace tiempo: un ballet de una hora, a partir de una pieza del vienés Arthur Schnitzler que trabajé en las décadas de los 70 y 80, haciendo la asesoría de movimiento para Teatro Estudio, con Raquel Revuelta y Abelardo Estorino».

Cierto que también dijo que lo asumiría con calma, palabras que me hicieron sobreentender entonces que su débil salud le seguía poniendo barreras a su enorme creatividad. Mas como Iván Tenorio no se dejaba intimidar por nada, llegué a pensar que otra vez nos «obligaría» a admirarlo en este 24 Festival Internacional de Ballet de La Habana, cuando se apareciera con una inspirada y nueva obra. Pero la noticia ha sido muy diferente, y muy triste: el extraordinario coreógrafo cubano ha muerto.

El cáncer lo venció finalmente en medio de un evento tal vez único en el mundo, como este que dirige la prima ballerina assoluta. Sí, acabó físicamente con el hombre, mas no podrá debilitar siquiera la contundente huella artística que nos ha dejado. Más bien sucederá que cada ovación que se tribute en este Festival, también será una ovación para Tenorio, como ocurrió cuando presentó por estos mismos días, pero en ediciones pasadas, su Teseo y el MinotauroPiezas del tiempo.

Su nombre integra la nómina de los imprescindibles. Foto: Cortesía del BNC.

Sin dudas, Iván nació para ser coreógrafo. Pudo haber sido artista de mil maneras, pero la coreografía fue su alma, su esencia. Su nombre integra la nómina de los imprescindibles cuando se dice cultura cubana y, sobre todo, Ballet Nacional de Cuba (BNC). Para demostrarlo, ahí están piezas antológicas como La casa de Bernarda Alba, Rítmicas, Estudio para cuatro y Leda y el cisne, que continúan frescas, agraciadas, emocionándonos, como si las hubiese concebido ayer.

Obras que todavía se interpretan en compañías de Francia, República Checa, Eslovaquia, Uruguay, México, Colombia, Guyana, Japón..., en funciones en cuyos programas de mano aún se puede leer el nombre de este maestro, poseedor de la Distinción por la Cultura Nacional, y de las medallas Alejo Carpentier y Raúl Gómez García, quien supo conjugar con acierto la más avanzada danza contemporánea con los movimientos del ballet clásico.

A Tenorio le gustaba contar que en Teatro Estudio encontró su segunda oportunidad. La primera la halló con su maestra Adela Escartín, quien fundó la sala de teatro Prado 260, así como una escuela de actuación. Con esa destacada actriz española debutó profesionalmente en Arsénico y encaje antiguo.

«Después viajé a Estados Unidos —rememoraba—, y cuando regresé, en 1961, comencé a trabajar en Teatro Estudio. Solo que siempre me ofrecían los papeles de galán, de la gente que se movía bien —lo cual me molestaba tremendamente—, hasta que decidí dar el salto. Claro, detrás de ese salto había varios años de estudio de ballet y danza moderna, tanto en Cuba como en Norteamérica».

Luego audicionaría para entrar en el Ballet Nacional de Cuba como bailarín de cuerpo de baile, hasta que en 1967 tuvo lugar el segundo Taller coreográfico en el que impresionó con su primer ballet: el pas de deux llamado Adagio para dos. Después, increíblemente, permaneció siete años sin montar otra coreografía. Fue con el Ballet de Camagüey —se dividía entre las dos compañías— con el que retomó su labor creadora (obras como Cantata marcaron un hito), que no lo abandonaría jamás.

El mañana estuvo entre sus principales desvelos. «El movimiento coreográfico en Cuba de los años 70 y 80 fue tan fuerte —tanto en danza moderna como en la clásica—, que será difícil de superar. En lo que respecta al BNC, excepto Eduardo Blanco, no hay nadie en este momento que pueda constituir un relevo. Así que no sé cuál será el futuro. Estamos quedando un poco rezagados. La coreografía es un arte muy cambiante, pero con ella no sucede como con otras artes que se mueve una piedra y surge un coreógrafo. Hay que experimentar, hay que investigar, hay que meter la pata para lograr algo valedero algún día. Esa práctica es vital».

Le sobraba autoridad para decirlo, y es que si bien dirigió zarzuelas al estilo de Amalia Batista, óperas, teatro...,  lo que le encantaba, y con lo cual recibió innumerables reconocimientos, eran la coreografía y el mundo del ballet que, aseguraba, le aportó todo.

«He recibido de la compañía más de lo que le he entregado. El BNC es una escuela desde todos los puntos de vista: en él aprendí, decididamente, la disciplina, el rigor, y no solo la danza, sino el teatro absolutamente: desde cómo se mueve la maquinaria del teatro hasta cómo sentar al público en un lunetario.» Eres profesor, ensayador, bailarín, coreógrafo... ¿Por qué crees que los bailarines del BNC tienen tanto éxito? «Porque lo conocen todo, algo que no sucede en ninguna otra parte del mundo. Y eso no tiene otro nombre que escuela», afirmaba.

El próximo miércoles 5, en la sala Avellaneda del Teatro Nacional, el Ballet Nacional interpretará escenas de Hamlet. Entonces, mientras el 24 Festival Internacional de Ballet de La Habana recuerde el aniversario 450 del natalicio de Shakespeare, tendremos la oportunidad de reverenciar la genialidad de Iván Tenorio, y hasta de aplaudir felices, porque hemos podido vivir en el mismo tiempo de un ser que, desde la danza, apuntaló también nuestra identidad, nuestra cubanía, y nos hizo sentir orgullosos.

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