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Ronda de seducciones

Con el erotismo como tema, las obras teatrales Diario de un seductor (El Público) y La ronda (Teatro Estudio) deatacan en el panorama cultural capitalino

Autor:

Frank Padrón

Dos recientes estrenos han resultado, por varios motivos, notables: Diario de un seductor (El Público) y La ronda (Teatro Estudio) tienen en común, además, el erotismo como tema, aunque sus enfoques y tonos difieran. Y si hubiera que seguir hallándoles nexos, estarían los que ambas piezas han sostenido con la pantalla grande.

Viajes continuos del teatro al cine ha dado Sueños de un seductor, del célebre Woody Allen (incluyendo Broadway), que apareció en la escena de la Fábrica del Arte vía teatro El Público, en una puesta que protagoniza y dirige Alexis Díaz de Villega.

Alexis Díaz de Villega actúa y dirige Diario de un seductor.

Siempre cinéfilo, inundando cada obra de guiños a sus exquisitas deudas fílmicas, Allen plasma aquí su admiración por el filme Casablanca (Michael Curtis, 1942) y en especial por su actor Humphrey Bogart, convirtiéndolo incluso en un personaje, suerte de fantasma que asesora las dudas y neurosis eróticas del personaje principal, un crítico de cine en crisis porque lo ha dejado su esposa.

La lectura de Alexis resulta respetable, como quiera que ha conservado el humor afiladamente intelectual de Allen; precisamente por ello es que considero sobrantes ciertos excesos físicos que lastran la puesta.

A cualquier libreto escrito por el extraordinario cineasta neoyorquino le basta con el ingenio desplegado, sus equívocos y juegos de palabras, de ahí que ciertas entradas y salidas fuera de escena (digamos, el baile en la discoteca) resultan superfluos. Mas se agradece esta versión cubana que nos hace pasar momentos tan gratos como los que siempre transcurren en el cine donde hace de las suyas el genio estadounidense.

En cuanto al decisivo rubro actoral, Díaz de Villega logra un trabajo notable, en especial respecto a la gestualidad facial; solo le recomendaría una mayor naturalidad en lo eufónico, en ocasiones un tanto artificial, algo que lastra a Yanier Palmero como Bogart, quien, sin embargo, transmite adecuadamente la imagen «dura» del carismático actor.

La ronda pertenece al escritor austriaco Arthur Schnitzler (1862-1931) y fue llevada al cine en 1950 por el francés Max Ophüls con un elenco de lujo que incluía a Simone Signoret, Serge Reggiani, Danielle Darrieux y Gerard Philipe, entre otros muchos.

La ronda tiene el erotismo como tema.

En Cuba es recordada por los menos jóvenes en la versión que con la misma compañía que ahora la reestrena (Teatro Estudio) hicieran Abelardo Estorino y su entonces directora, Raquel Revuelta, en 1967.

Como indica su nombre, la pieza presenta rotaciones de parejas que con diferentes máscaras protagonizan episodios donde la promiscuidad sexual y la prostitución son cartas de juego, y ello ocurre en la Viena de principios del siglo XX. Entonces eran la sífilis y otras enfermedades venéreas, hoy —además de aquellas— aparece el implacable VIH, pero el mensaje de la obra sigue estando vigente, de ahí la pertinencia de una nueva representación, a cargo esta vez de la también actriz María Elena Soteras.

Mas, si el emplazamiento de Schnitzler siglos atrás al peligroso libertinaje en materia erótica continúa en pie, no así ocurre con el lenguaje y la dramaturgia de La ronda, lo que atenta contra su actual montaje, que no transcurre con la fluidez y la energía esperadas; las leves diferencias entre los cuadros no son suficientes para mantener el interés durante el trayecto, nada corto, de la puesta, y en ello tiene no poca culpa el desigual desempeño histriónico del elenco.

Sin embargo, no puede silenciarse el trabajo que con el vestuario ha hecho Eduardo Arrocha, la escenografía diseñada entre el maestro y la propia Chiquitina o el tratamiento coreográfico de Eduardo Blanco sobre canciones de Freddy Mercury y el grupo Queen, en una oportuna conexión con la actualidad (recordemos que el líder de esta banda fue víctima del sida), que revitaliza un tanto el texto, dentro de un montaje ciertamente complejo pero que no sale airoso del todo. No obstante, se saluda la continuidad emprendida por  Teatro Estudio respecto a proseguir dando vida a los clásicos, sobre todo dentro de su rica historia.

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