Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El ballet está en nuestra sangre

El reconocido artista Yanis Pikieris, dialoga con JR sobre su carrera profesional y su estancia en Cuba, «un sueño que deseaba materializar hace muchos años»

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Por la añoranza que lo embargaba por volver, a Yanis Pikieris se le antojó que hacía como un siglo que había estado en la Isla, cuando en realidad sucedió en 1976. Y es que para este reconocido artista nacido en Colombia su estancia de entonces en La Habana resultó una inolvidable y gran experiencia. «Era muy joven, de hecho aquí cumplí y hasta me celebraron mis 17 años, en este mismo lugar», dice, señalando la sede del Ballet Nacional de Cuba (BNC), donde accedió a conversar con Juventud Rebelde.

«Te estoy hablando de mi debut fuera de mi tierra. En Colombia había estudiado con mi padre, pero no había actuado en ninguna otra parte. ¡Y de repente me hallaba en el Festival Internacional de Ballet de La Habana! Desde entonces no había conseguido regresar, aunque Alicia Alonso me invitó en varias ocasiones. Me había mudado a Europa y cuando me convocaba, las compañías a las que pertenecía no me autorizaban (fue primer bailarín del Ballet Nacional de Baviera, del Deutsche Oper am Rhein-Dusseldorf, del Miami City Ballet y el Ballet du Nord, así como invitado en: Ballet de la Ópera de Berlín, Nagoya Ballet, The Australian Ballet...). Pero ahora estoy “retirado” y me siento superfeliz de trabajar con el BNC, montando estas dos obras de Vicente Nebrada».

—¿Cómo fue que se produjo esa visita a Cuba?

—Por aquel tiempo también me impartía clases un maestro soviético Erik Volodin, a quien mi padre trajo a Colombia, porque quería que tuviera la oportunidad de ampliar mi espectro con las enseñanzas que otros me pudieran ofrecer. Entonces también manteníamos intercambios con la Embajada soviética. Por medio de esta y de mi maestro pude venir. Recuerdo que al llegar me tomó los ensayos la afamada Galina Ulánova, en el Salón Azul. Yo era un muchachito, así que cuando mi maestro me lo dijo parece que entré en shock porque no me salió nada. Me caí por todos lados. Tremenda depresión. Pero después, por suerte, sí me fue muy bien cuando interpreté Gopac, vestido con unos pantalones rusos de esos bombachos, en la que  no escaseaban los saltos».

—Se dice que fue el primer bailarín no soviético que ganó medalla en el fuerte Concurso Internacional de Moscú...

—Tengo ese honor. Antes gané la medalla de plata de Jackson, Estados Unidos, en la edición inaugural de esa competición. Después me fui a vivir a Münich, Alemania, entré en el Ballet Nacional de Baviera y vino el concurso de Moscú, donde sí conquisté el oro, convirtiéndome, como bien dices, en el primer latinoamericano que lo conseguía.

—¿Y esa pasión por el ballet de dónde viene?

—Es cuestión de familia. Mi padre era bailarín de la Ópera de Riga, en Letonia, y se lo llevaron para el Teatro Estable de Colón, en Buenos Aires donde se hizo primera figura. Como Latinoamérica le encantó, se quedó abriendo compañías por todas partes. Dando tumbos fue a parar a Colombia, donde conoció a mi madre, que era una de sus alumnas. Ellos, claro, fueron mis maestros. Es decir que el ballet está en nuestra sangre. De hecho, mi tío por parte de padre también fue bailarín; mi esposa es bailarina retirada y ahora maestra, y mi hijo de 20 años está comenzando, también quiere bailar. O sea, somos como los trapecistas que de repente encuentras 15 en una familia... (sonríe con ganas). Tenemos la Escuela de Ballet Mencia-Pikieris, en Colombia, y la Compañía Juvenil de Miami. Al mismo tiempo, viajo montando las obras del maestro Vicente Nebrada y coreografías mías (Dischordia, Still Waters, Mephisto, Imagined Notions, Gargoyles, The Four Seasons).

—Bueno, ya por fin estás en Cuba, ¿cómo te ha ido?

—Estar en Cuba ha sido maravilloso. Un sueño que deseaba materializar hace muchos, muchos años. Fue con Miguel Cabrera, historiador del BNC con quien comencé a conversar en el Festival Internacional de Ballet de Cali sobre la posibilidad de montar para el BNC las obras del maestro Nebrada, y no solo porque él y Alicia Alonso se quisieron mutuamente, sino por la calidad que las distingue. Él formó parte del Ballet Alicia Alonso en sus comienzos. Tanto yo como el estadounidense Zane Wilson (extraordinario bailarín que fue su asistente coreográfico y compañero por más de 30 años), quien es el heredero universal de sus obras, habíamos pensando que sería formidable que algunas estuvieran en el repertorio de esta gran compañía, porque nuestra misión es mantenerlas en vida. Está claro que un ballet que no se baile no existe.

«¿La experiencia? Espectacular. Acá existe un talento enorme. La preparación, el nivel técnico-artístico es muy alto. Estamos en verdad contentos, a pesar de que hemos tenido muy poco tiempo para trabajar: solo dos semanas en mayo, y bueno, y ahora que hemos vuelto. Se presentará en el festival Percusión para seis hombres (jueves 6, 9:00 p.m., Teatro Nacional)... Hubiéramos querido que Nuestros valses se interpretara completo, pero era imposible montarlo en tan breve tiempo, así que bajo el título de Valsette, Viengsay Valdés y Víctor Estévez defenderán tres pas de deux (gala de clausura). Espero que en un futuro no muy lejano el público cubano pueda disfrutar de manera íntegra una pieza tan magnífica.

—¿Qué importancia tuvo Vicente Nebrada para el mundo de la danza y para usted en particular? ¿Por qué crear una fundación como la Nebrada Arts Initiative?

—Bueno, cuando me trasladé a Venezuela ingresé al Ballet Internacional de Caracas, fundado en 1975 por él y Zhandra Rodríguez. Es decir, que esa fue la primera compañía profesional en la que trabajé. Nebrada era amigo de mi padre y de mi madre, quien todavía vive. Pero ese fue al lugar en el que mi papá pensó que debía ir cuando los dejé a los 18 años. Allí comenzó en verdad mi carrera. Su estilo ejerció una gran influencia en mí, porque yo venía de un entrenamiento puramente clásico, y todo en Vicente era fuera de balance, lo neoclásico..., muy variado. Él impuso una forma muy única de moverse. Sin dudas, no solo es el coreógrafo venezolano más universal, sino que se halla entre los más reconocidos mundialmente de América Latina.

«Luego, bailando con Zane encontré a mi esposa, Marielena Mencía, quien es cubana. Es decir que llevo cerca de Wilson unos mil años (sonríe) y ambos conocemos perfectamente las obras de Nebrada. La Fundación la creamos porque hubo un tiempo en el que se dejaron de interpretar. De modo que pensamos que era terrible que su legado se olvidara y creamos una institución que manejara los derechos, atendiera las versiones coreográficas..., atendida por él; Laura Fiorucci, maestra que radica en Caracas y conserva los archivos de videos, fotos, documentos, etc., y yo.

«La Nebrada Arts Initiative comenzó a cobrar vida cuando a Julio Bocca —también muy joven estuvo bajo su tutela— le encargaron la dirección del Sodre, Ballet Nacional de Uruguay. Entonces lo primero que decidió fue montar obras de Vicente al estilo de Percusión para seis hombres, Nuestros valses y Doble corchea.

«Claro, Vicente había dejado su huella en muchísimos teatros de Latinoamérica, por tanto comenzamos a revivir sus obras. Estuvimos con el Ballet Santiago que bailó Doble corchea; con el Colón de Buenos Aires (Nuestros valses y Una danza para ti); organizamos en su honor el Festival Viva Nebrada, en Caracas, donde se presentó La luna y los hijos que tenía, además de otras piezas... Poco a poco hemos ido moviendo su legado por el mundo. Recientemente ocurrió algo similar en el Milwaukee Ballet, de Estados Unidos, al tiempo que José Manuel Carreño, quien conduce los pasos del Ballet de San José, también en Norteamérica, representó en su programa de apertura Nuestros valses.

«Ahora nos estamos encargando de remontar algunas de sus obras correspondientes a la etapa en que Vicente dirigió la compañía del Teresa Carreño, donde recreó varios clásicos, como Don Quijote, Romeo y Julieta, El lago de los cines... De hecho, Laura Fiorucci trabajó la versión de Cenicienta para el Teatro Argentino de la Plata».

—Todo parece indicar que con Cuba comienza un nuevo camino...

—¡Ojalá! ¡Es lo que más quisiéramos!

—¿Qué obras de Nebrada ve interpretando al BNC en el futuro?

—Me encantaría que bailara Fiebre, con canciones de La Lupe. Es una pieza fabulosa y creo que para Cuba sería ideal. También funcionaría mucho Doble corchea: 13 duetos cortos pero bien compactos, con muchos caracteres diferentes... Pienso que el público disfrutaría La luna y los hijos que tenía, muy llamativa por el uso de la percusión con los tambores de Barlovento de Venezuela, al igual que Una celebración de Haendel... Sucede que el repertorio coreográfico de Nebrada está compuesto por más de 70 títulos. Son obras que encajan en la idiosincrasia latina y nuestra.

—¿Cómo les ha ido con los bailarines nuestros?

—Fabuloso. Ya nos sentimos en casa, como si no hubiera cambiado nada. Claro, somos latinos y nos entendemos perfectamente. Y de repente: «Ah, pero yo te vi allá...», descubres a alguien que ya conociste. Recientemente estaba impartiendo clases en el Colón, y me encontré a Viengsay y Víctor, quienes participaban en una gala internacional. Y ahora bailarán Valsette. Ya te digo: Ojalá y pudiéramos volver muchas veces. ¡De verdad!

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