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Arte inteligente para una vida elegante

El maestro Nicolás Dorr, premio nacional de Teatro, nos habla del humor y otros temas vinculados con este género y con la escena cubana de todos los tiempos, a propósito de la entrega del Premio Nacional de Humor 2014 a Alejandro García, «Virulo», este jueves 13

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JAPE

Si les digo que no estaba preocupado, les miento. Entrevistar al gran dramaturgo Nicolás Dorr, creador de tanto y buen teatro, era uno de mis objetivos fundamentales en la gesta de contar, en un documental, un poco de la historia del humor cubano, tan ligado a las tablas. Cuando supe que el renombrado creador sería jurado del Premio Nacional Aquelarre asumí que estaba ganada la mitad de la «batalla». La otra mitad se la debo a él, por su gentileza de permitirme compartir, también  con ustedes, los lectores de JR, estas consideraciones sobre el difícil arte de hacer humor y teatro.

—Su extensa obra cuenta, entre otros géneros, con altas comedias, farsas, absurdos, humor negro, comedias costumbristas… ¿Por qué el humor como parte de su lenguaje?

—Me gusta hacer reír porque creo que «reír elimina las bilis y evita las úlceras». Eso le hice decir al personaje de Amparo en mi obra Una casa colonial, porque lo creo absolutamente. Me gustaría precisar que el humor ha tenido presencia en el teatro cubano desde la primera obra teatral cubana: El príncipe jardinero, o fingido Cloridano, que fue escrita entre 1730 y el 1733… La fecha exacta no se tiene. Entre los personajes de los criados está presente el supuesto choteo que nos caracteriza tanto.

«El humor en el teatro cubano ha sido siempre una constante, para alegría y bienestar del público. Hemos tenido comediógrafos excelentes como Héctor Quintero, pero, injustificadamente, existe cierto deslinde entre el humorismo y la comedia elaborada, cosa a la que no le veo sentido, porque ambos tienen idéntico propósito: la comunicación a partir de la simpatía y la irrisión. La fundamental diferencia, pienso, es que el humorismo aborda la inmediatez, los temas político-sociales del momento. Pero el abordaje de actualidad a través de la ironía y la burla es sumamente productivo para los cambios sociales de una realidad, y esa labor que realiza el humorismo es muy importante. Claro, si el humorismo se acercara más al drama teatral ganaría en el ejercicio de la estructura dramatúrgica.

«El humorismo ha de tener en cuenta que los diálogos y los textos tienen que ser sugerentes, sutiles, refinados, sobre todo para no exacerbar ciertas vulgaridades que hoy se hallan en un incremento alarmante. Cuando el humorista establece un intercambio irrespetuoso con el público, cuando es grueso, excesivamente populista y chabacano, hace mucho daño.

«A mí me parece muy válido lo que aconteció en el Festival Aquelarre de este año, donde percibí el propósito de hacer del humorismo un espectáculo teatral con historias, con personajes. Por eso es tan importante la labor que está haciendo el Centro Promotor del Humor en esa dirección, escogiendo aquellos espectáculos que no vulgaricen la realidad cubana, ni el humor, porque el humor es algo muy necesario para la vida… para una vida elegante. Me agradó que Kike Quiñones, a quien admiro mucho, me invitara a participar como jurado».

—En su obra también aparece la música, particularmente en Vivir en Santa Fe, que cuenta con temas originales de Van Van… ¿Qué relación ve entre la música, el teatro y el humor?

—Tuve el privilegio de que Juan Formell escribiera 13 números musicales para esta comedia, Vivir en Santa Fe. La música libera tensiones en la escena; da vida, dinamismo y sobre todo espectacularidad y esplendor.

—Especialistas del humor afirman que el éxito está en la eficaz creación de personajes. Para usted es tan importante el personaje que asegura «cohabitar con ellos», y que luego los regala a quienes quieran disfrutarlos. ¿Por qué les concede tal importancia?

—El personaje es el que da vida a la historia. A través de él se puede lograr el humor, no solo por lo que dicen, también por como actúan. Es deseable la caracterización del personaje en un sentido muy cubano, pero con un aire de universalización.

—Muchos de los creadores en los medios de comunicación hablan de las limitaciones o la censura. ¿Cómo ve usted y cómo ha vivido la censura en su obra, y en general en el teatro cubano?

—Nunca he conocido lo que es la censura. Todo está en la forma de decir. Los humoristas deben frecuentar a los dramaturgos y viceversa. Soy de la década de los 60, cuando todos nos alegrábamos del éxito ajeno. Asistía a las obras de los demás, y los demás iban a mis obras. Nos alegrábamos y sentíamos orgullo por el triunfo ajeno, que en realidad no lo era, pues se trataba del éxito de la cultura cubana, de la Revolución. Y estábamos de fiesta. Sería bueno recuperar esos hábitos de nobleza e inteligencia.

«El humor lleva mucho de espontaneidad, pero con límites, con respeto. La sala teatral es un espacio de comunicación colectiva. No se trata de autocensurarnos; hablo simplemente de no olvidar que ese público, para el que trabajamos, es muy heterogéneo en su composición social. Hay que ganarse a todos esos públicos para que el teatro posea una verdadera y amplia dimensión».

—La crítica es un elemento importante en esta historia. ¿Qué considera de la crítica actual y su papel en el desarrollo del humor y el teatro contemporáneo?

—¿Existe la crítica actual? ¡No lo sabía! Provengo de una época de grandes críticos como Rine Leal, José Manuel Otero, Mario Rodríguez Alemán, Alex Fleites y Leonardo Padura, que hizo una crítica muy generosa de mi obra Confesión del barrio chino. Actualmente no se ejerce la crítica. Y estamos padeciendo de algo muy lamentable, que es el «aupamiento» amistoso, y la desatención tendenciosa hacia determinadas manifestaciones y creadores. La crítica más importante es la del público, la presencia del público; ese público que se pone de pie como un resorte para aplaudir. Para eso es que trabajamos nosotros.

—Existen opiniones encontradas en cuanto a porqué ya no se montan grandes espectáculos teatrales. La mayoría lo achaca a problemas económicos. ¿Qué opinión le merece esta disyuntiva?

—Le está hablando una persona que ha montado muchas piezas teatrales llevando cosas de su casa. Lo importante es que haya buen gusto en la selección de lo que se coloque en la escena.

—Teniendo en cuenta que el humor es considerado por muchos como un género chico, ¿piensa que sea válida la entrega de un Premio Nacional para distinguir a humoristas y su obra?

—Por supuesto. El humorismo es válido siempre que enaltezca al género, pero es rechazable cuando es vulgar.

«Me gustaría que todos lucháramos porque el Premio Nacional de Humor permanezca por siempre. Este Premio ha sido entregado a grandes creadores, excelentes actores como Carlos Ruiz de la Tejera, cuyo primer trabajo profesional fue en mi obra La esquina de los concejales, en una fecha tan lejana como 1962. A Osvaldo Doimeadiós, que ha hecho un trabajo muy bueno. Fue mi alumno, y también su primera incursión profesional fue en mi comedia musical Vivir en Santa Fe.

«Me atrevo a decir que se había demorado el otorgamiento de este Premio a Alejandro García, «Virulo». Él sacó al humorismo de la frivolidad del cabaré, del mundo nocturno, para darle una dimensión artística y de elaboración poética. Él fue y sigue siendo creador de un humorismo ingenioso, sugerente, sin dejar de ser popular, y es ahí donde está el verdadero arte».

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