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La alquimia de la música

Para demostrar que la música es esa suerte de espejo artístico de lo que somos, dos momentos emotivos y de un lirismo atómico llenaron de melodías el Teatro Nacional y el Mella, este último fin de semana

Autor:

Yelanys Hernández Fusté

Dos momentos, emotivos y de un lirismo atómico, afloraron el último fin de semana para demostrar que la música es esa suerte de espejo artístico de lo que somos. En una noche, la del pasado sábado en el Teatro Nacional, Pablo Milanés y José María Vitier llenaron de melodías los versos de una Iberoamérica rica y diversa en tradiciones sonoras. En otra jornada —la del domingo en la tarde noche en el Mella—, Omara Portuondo y Roberto Fonseca revisitaron ese repertorio que la Diva del Buena Vista Social Club recorrió en las postrimerías de la década de los 60, del pasado siglo.

La velada del Nacional fue la consagración de un anhelo de más de tres decenios. Pablo y José María habían trabajado en los últimos meses en un proyecto discográfico interesantísimo en el que el trovador es el intérprete de poemas de importantes escritores de la región, y también de piezas de su autoría —imprescindibles en su repertorio—, y de otras salidas de la intensidad creativa de Vitier.

En más de una hora y media de canciones, Pablo y José María regalaron al auditorio de la sala Avellaneda, los versos de Federico García Lorca, Rubén Darío, Gabriela Mistral, y los cubanos José Martí, Fina García-Marruz y Cintio Vitier.

Pablo Milánes y José María Vitier desbordaron en cubanía con su actuación en el Teatro Nacional. Presentaron allí un álbum a «piano y voz», que facturará Bis Music. El trovador es el intérprete de poemas de importantes escritores de la región, y también de piezas de su autoría —imprescindibles en su repertorio—, y de otras salidas de la intensidad creativa de Vitier.

De fondo escenográfico, las pinturas de Silvia Rodríguez Rivero, y como únicos instrumentos utilizados en la noche, el piano y la voz, moldeados de manera ingeniosa por las orquestaciones de José María, y enriquecidas con las interpretaciones de un Milanés enérgico, que se desbordó en su impecable trabajo vocal.

Se percibió desde el mismo comienzo con Paloma plañidera, pieza de Eugene O’Neill que data de 1979. Precisamente en Canción de otoño, obra que da título al fonograma, se recurrió al texto del nicaragüense Rubén Darío, considerado uno de los pilares del modernismo literario, y allí el vocalista le insufló a su interpretación ese valioso significado que representa la vida.

Antes, tres números se convirtieron en antesala de los temas del compacto: Ya ves y Para vivir, de Pablo, y el instrumental Fresa y chocolate, banda sonora devenida clásico de la filmografía nacional, que escribió Vitier para la cinta homónima de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío.

Luego se reveló el amplio contenido del álbum, que facturará la disquera Bis Music, encargada también del DVD filmado en esa ocasión. Si me preguntan qué momentos del concierto fueron puntos climáticos diría sin temor a equivocarme que Besos, cuyo texto es de Gabriela Mistral, con música de José María. Igualmente lo fue Al pie de tus altares, de la autoría de Vitier y dedicado a la Virgen de la Caridad del Cobre; El breve espacio en que no estás, tema esencial de Milanés, y Se dice cubano, cuyo texto es de José Martí.

Con un cerrado aplauso y para complacer a los asistentes, los artistas regalaron Para empezar a vivir, sencillo muy recordado al ser la banda sonora de una serie televisiva, y Mírame bien.

Una Omara Portuondo seductora e intensa en sus interpretaciones volvió sobre Magia negra, una placa de invaluable calidad que facturará Producciones Colibrí, así como el DVD que contiene este concierto. Como dijo el poeta Miguel Barnet, el volumen fue idea original del compositor y pianista Julio Gutiérrez, y «colocó a Omara en el cénit del mundo del disco y cumplimentó su antojo de mostrar la versatilidad de su arte».

Acompañada esta vez del talentoso pianista Roberto Fonseca y su grupo Temperamento, la Diva del Buena Vista Social Club homenajeó con su actuación a César Portillo de la Luz, compositor del que regaló una emotiva versión de Contigo en la distancia, seguida de David Blanco y Jorge Luis Chicoy en la guitarra eléctrica.

Con una empatía desbordada entre la Portuondo y Fonseca, el concierto mostró un compendio de canciones esenciales compuesto por Adiós felicidad, de Ela O’Farrill; Veinte años, de María Teresa Vera y Guillermina Aramburu, y Bésame mucho, de Consuelito Velázquez.

Omara encontró un espacio en su presentación del Mella para reverenciar a Celina González, Ramón Veloz y al folclor campesino que tanto representa el programa televisivo Palmas y cañas. También quiso la cantante juntarse a exponentes de otras corrientes musicales como El Micha, para juntos interpretar una movida Oggere, obra que contó con una introducción grabada de Luis Carbonell, a quien igualmente se rindió tributo en el teatro.

Fiel cultor del jazz, Roberto Fonseca aprovechó la oportunidad para mostrar composiciones suyas y que forman parte de sus presentaciones con Temperamento (Javier Zalba, Ramsés Rodríguez y Yandy Martínez), pero esta vez fortalecido con la intervención de Yaroldy Abreu (congas).

Especiales momentos devinieron la evocación a Ibrahím Ferrer o esa interpretación de Tal vez, escrita por Juan Formell y que, como dijo Omara, fue «alguien que partió tan pronto». Igual de sensibles fueron La era, de Silvio, en la que subió al escenario el héroe cubano Antonio Guerrero, y Amigas, que la Portuondo cantó a capella, como cierre perfecto para más de dos horas de emociones y derroche de cubanía.

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