Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pablo Santamaría: eminentemente romántico

Pablo Santamaría sigue animando las noches de La Habana en descargas íntimas; así recibe, entre presentaciones y nuevos proyectos, sus 50 años de vida artística

Autor:

Mariana Brugueras Más

Baladista por excelencia, amante del bolero y la canción romántica, Pablo Santamaría sigue animando las noches de La Habana en descargas íntimas. Así recibe, entre presentaciones y nuevos proyectos, sus 50 años de vida artística, un vasto período de tiempo en el que tiene que agradecer mucho al locutor Eduardo Rosillo y a los directores de televisión Julio Pulido y Eugenio Pedraza Ginoris.

Su vida resulta sorprendente. Quien se acerca a ella descubre que no ha sido la música su única vocación. Quiso ser narrador deportivo y pasó cursos para lograrlo, sin embargo, esta arista de su existencia no pudo explotarla al máximo y es algo que lamenta.

Aunque estudió batería en la academia, Pablo llegó al canto por casualidad. Comenzó tocando la percusión en el cuarteto Los Bucaneros y agrupaciones como Los Llamas. En esta última se probó como intérprete. Relata que en una ocasión, en casa del director Armandito Noda, cantó Y volveré, tema muy conocido del grupo chileno Los Ángeles Negros.

«Días después de ese encuentro tuvimos ensayo. Cuando llegué, ya habían montado la canción y dije: “¿Quién va a cantar?”, respondieron que yo. Me resistí un poco, pero luego acepté hacerlo con una condición: tenía que tocar la batería. Nos presentamos en el Copa Room, espacio del hotel Riviera. Aquello fue un exitazo», aseguró el artista a Juventud Rebelde.

—¿Pablo Santamaría solista?

—En mi carrera profesional intervino el Comandante Juan Almeida Bosque, quien me aconsejó que fuera solista, porque creía que mi voz lo merecía. Entonces integraba Los Bucaneros y tenía un compromiso ético con ellos. Pertenecer a ese cuarteto fue una gran experiencia. Eran de los más populares y de los de mayor categoría de Cuba.

«Todo eso fue por 1973, tiempo en el que también recibí una propuesta para formar parte del grupo Irakere. Rechacé esa oportunidad».

—¿Declinó la propuesta? ¿Por qué?

—Irakere marcó un hito en nuestra historia musical. Allí se encontraban muchos compañeros con los que pasé el Servicio Militar en la Banda de Música del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), así que ya existían relaciones personales entre nosotros. Fue un error dejar pasar esta propuesta. Hubiera sido una gran escuela para mí. Pero tuve la dicha, tiempo después, sin ser miembro de la orquesta, de trabajar con ellos. Además, creía que ya era hora de empezar a labrar mi camino en solitario, lo que logré un año más tarde.

—¿Y qué pasó con los Van Van?

—Eso fue cuando trabajaba con Los Bucaneros, antes de la oferta de Irakere. Hicimos un show espectacular en el hotel Habana Libre. Aquello fue una maravilla, un desfile de estrellas: Las D’Aida, los Van Van... Entonces Juanito (Formell) habló conmigo para que me incorporara a la orquesta. No tuvimos tiempo para ponernos de acuerdo, pues salieron para España y nunca más conversamos sobre eso.

—Si estaba tan seguro de su afición por la música en esa época, ¿por qué irse al mundo de la locución y la narración?

—Fui animador en 1969 en las brigadas artísticas de la Banda de Música del Estado Mayor General de las FAR. Allí estuve junto al trompetista Elpidio Chapottín y los bajistas Jorge Reyes  y Carlos Puerto. Fue en ese momento cuando la dirección política de las Fuerzas Armadas me envió a estudiar locución al Icrt. También impartían un curso de narración deportiva, y yo era un aficionado, así que fui a los dos. Tuve la dicha de tener como maestros a leyendas de la narración como Rubén Rodríguez, Bobby Salamanca y Eddy Martin. Honestamente, lamento no haber podido desarrollar esa vocación.

—Volviendo a la música... Usted es conocido como baladista, ¿qué pudiera decir de los momentos en que interpretó géneros más movidos?

—Lo hice, lo he hecho y lo estoy haciendo. Cuando Tito Gómez se jubiló de la orquesta Jorrín, me propuso sustituirlo. No acepté, por supuesto, porque era un compromiso muy grande, pero él insistió.

«Era todo un desafío y una gran experiencia. Nunca pensé que pudiera cantar esa música, pues no me especializaba en ella. Por aquella etapa, era considerado un “cancionero”, sin embargo, en la Jorrín canté son, chachachá y una serie de géneros que fui capaz de interpretar, gracias a la ayuda y asesoramiento de Tito».

—Pero la canción tiene un especial espacio en su vida.

—Me apasiona mucho. En mi corazón, aunque me guste la música tradicional cubana, la americana y la de Brasil, soy una persona eminentemente romántica.

—¿Y a la gente le atrae?

—Pertenezco a la Comisión Nacional de Evaluación del Instituto Cubano de la Música y es evidente que existe una corriente de bachata y canción. De hecho, se percibe mucha influencia de la música americana en los intérpretes que hacen la canción. Se está retomando el bolero, pero de una forma más moderna.

—Hay un gusto por el bolero y la canción, pero sus cultores a menudo se desconocen o no se sabe dónde actúan.

—Los medios de comunicación masiva dejan de lado este tipo de música. La juventud rechaza un poco la música tradicional y los medios se han olvidado de la mayoría de los cantantes de mi generación: Héctor Téllez, Mundito González, Miguel Ángel Piña y José Gallardo, quienes están en sus mejores momentos.

—¿A qué se dedica en estos días?

—Desde el 2012 formo parte del proyecto Tradicionales de los 50, que tiene casi 13 años de fundado. Actuamos en el Centro Cultural Rosalía de Castro. Ahí se ha demostrado la valía de nuestra música. Cuando se termina el espectáculo, aquello es una locura colectiva. El público que nos visita busca simplemente eso, la cubanía. También llevo siete años con una peña en la Casa de la Cultura de Plaza.

—¿Algún proyecto inmediato?

—Terminé hace poco un fonograma con la disquera Colibrí. Fue producido por Juan Manuel Ceruto. Se titula Este corazón, que es un tema de Albertico Pujol. Con la Egrem voy a empezar otro álbum. Pienso hacerlo con un pequeño formato (de músicos). Tendrá versiones de algunos temas conocidos y quisiera contar con Pancho Céspedes como invitado.

Baladista por excelencia, amante del bolero y la canción romántica, Pablo Santamaría sigue animando las noches de La Habana en descargas íntimas. Así recibe, entre presentaciones y nuevos proyectos, sus 50 años de vida artística, un vasto período de tiempo en el que tiene que agradecer mucho al locutor Eduardo Rosillo y a los directores de televisión Julio Pulido y Eugenio Pedraza Ginoris.

Su vida resulta sorprendente. Quien se acerca a ella descubre que no ha sido la música su única vocación. Quiso ser narrador deportivo y pasó cursos para lograrlo, sin embargo, esta arista de su existencia no pudo explotarla al máximo y es algo que lamenta.

Aunque estudió batería en la academia, Pablo llegó al canto por casualidad. Comenzó tocando la percusión en el cuarteto Los Bucaneros y agrupaciones como Los Llamas. En esta última se probó como intérprete. Relata que en una ocasión, en casa del director Armandito Noda, cantó Y volveré, tema muy conocido del grupo chileno Los Ángeles Negros.

«Días después de ese encuentro tuvimos ensayo. Cuando llegué, ya habían montado la canción y dije: “¿Quién va a cantar?”, respondieron que yo. Me resistí un poco, pero luego acepté hacerlo con una condición: tenía que tocar la batería. Nos presentamos en el Copa Room, espacio del hotel Riviera. Aquello fue un exitazo», aseguró el artista a Juventud Rebelde.

—¿Pablo Santamaría solista?

—En mi carrera profesional intervino el Comandante Juan Almeida Bosque, quien me aconsejó que fuera solista, porque creía que mi voz lo merecía. Entonces integraba Los Bucaneros y tenía un compromiso ético con ellos. Pertenecer a ese cuarteto fue una gran experiencia. Eran de los más populares y de los de mayor categoría de Cuba.

«Todo eso fue por 1973, tiempo en el que también recibí una propuesta para formar parte del grupo Irakere. Rechacé esa oportunidad».

—¿Declinó la propuesta? ¿Por qué?

—Irakere marcó un hito en nuestra historia musical. Allí se encontraban muchos compañeros con los que pasé el Servicio Militar en la Banda de Música del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), así que ya existían relaciones personales entre nosotros. Fue un error dejar pasar esta propuesta. Hubiera sido una gran escuela para mí. Pero tuve la dicha, tiempo después, sin ser miembro de la orquesta, de trabajar con ellos. Además, creía que ya era hora de empezar a labrar mi camino en solitario, lo que logré un año más tarde.

—¿Y qué pasó con los Van Van?

—Eso fue cuando trabajaba con Los Bucaneros, antes de la oferta de Irakere. Hicimos un show espectacular en el hotel Habana Libre. Aquello fue una maravilla, un desfile de estrellas: Las D’Aida, los Van Van... Entonces Juanito (Formell) habló conmigo para que me incorporara a la orquesta. No tuvimos tiempo para ponernos de acuerdo, pues salieron para España y nunca más conversamos sobre eso.

—Si estaba tan seguro de su afición por la música en esa época, ¿por qué irse al mundo de la locución y la narración?

—Fui animador en 1969 en las brigadas artísticas de la Banda de Música del Estado Mayor General de las FAR. Allí estuve junto al trompetista Elpidio Chapottín y los bajistas Jorge Reyes y Carlos Puerto. Fue en ese momento cuando la dirección política de las Fuerzas Armadas me envió a estudiar locución al Icrt. También impartían un curso de narración deportiva, y yo era un aficionado, así que fui a los dos. Tuve la dicha de tener como maestros a leyendas de la narración como Rubén Rodríguez, Bobby Salamanca y Eddy Martin. Honestamente, lamento no haber podido desarrollar esa vocación.

—Volviendo a la música... Usted es conocido como baladista, ¿qué pudiera decir de los momentos en que interpretó géneros más movidos?

—Lo hice, lo he hecho y lo estoy haciendo. Cuando Tito Gómez se jubiló de la orquesta Jorrín, me propuso sustituirlo. No acepté, por supuesto, porque era un compromiso muy grande, pero él insistió.

«Era todo un desafío y una gran experiencia. Nunca pensé que pudiera cantar esa música, pues no me especializaba en ella. Por aquella etapa, era considerado un “cancionero”, sin embargo, en la Jorrín canté son, chachachá y una serie de géneros que fui capaz de interpretar, gracias a la ayuda y asesoramiento de Tito».

—Pero la canción tiene un especial espacio en su vida.

—Me apasiona mucho. En mi corazón, aunque me guste la música tradicional cubana, la americana y la de Brasil, soy una persona eminentemente romántica.

—¿Y a la gente le atrae?

—Pertenezco a la Comisión Nacional de Evaluación del Instituto Cubano de la Música y es evidente que existe una corriente de bachata y canción. De hecho, se percibe mucha influencia de la música americana en los intérpretes que hacen la canción. Se está retomando el bolero, pero de una forma más moderna.

—Hay un gusto por el bolero y la canción, pero sus cultores a menudo se desconocen o no se sabe dónde actúan.

—Los medios de comunicación masiva dejan de lado este tipo de música. La juventud rechaza un poco la música tradicional y los medios se han olvidado de la mayoría de los cantantes de mi generación: Héctor Téllez, Mundito González, Miguel Ángel Piña y José Gallardo, quienes están en sus mejores momentos.

—¿A qué se dedica en estos días?

—Desde el 2012 formo parte del proyecto Tradicionales de los 50, que tiene casi 13 años de fundado. Actuamos en el Centro Cultural Rosalía de Castro. Ahí se ha demostrado la valía de nuestra música. Cuando se termina el espectáculo, aquello es una locura colectiva. El público que nos visita busca simplemente eso, la cubanía. También llevo siete años con una peña en la Casa de la Cultura de Plaza.

—¿Algún proyecto inmediato?

—Terminé hace poco un fonograma con la disquera Colibrí. Fue producido por Juan Manuel Ceruto. Se titula Este corazón, que es un tema de Albertico Pujol. Con la Egrem voy a empezar otro álbum. Pienso hacerlo con un pequeño formato (de músicos). Tendrá versiones de algunos temas conocidos y quisiera contar con Pancho Céspedes como invitado.

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