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Triunfadela, de El Ciervo Encantado

Desde el arte, esta obra propone una reflexión sobre la historia reciente del país, las maneras en que esta ha sido y puede ser registrada, y el modo en que cierta retórica ha ido conformando en algunos individuos una forma de comportamiento

Autor:

Jaime Gómez Triana

Coherente con la línea de investigación que lleva adelante Nelda Castillo, la actriz y directora de El Ciervo Encantado, su reciente performance en escena, Triunfadela, explora un conjunto de imaginarios que hacen parte de lo que somos.

Más allá de símbolos o estereotipos, esta vez interesa a El Ciervo Encantado profundizar en la relación de las colectividades y los individuos con esa que en el programa de mano identifican como la copiosa «tradición cubana de actos, asambleas, marchas, concentraciones, reuniones, homenajes, aniversarios, desfiles, conmemoraciones, galas…». Pocos elementos permiten al grupo entrar en la zona específica de la memoria que no solo archiva sino también catapulta prácticas sociales, algunas de las cuales con el tiempo hemos visto vaciarse de contenido para transitar hacia un discurso formal, vana repetición sin tuétano, retórica desconectada de la acción, que satura y acaba por distanciar y desintonizar. Para proponer este espacio de reflexión en torno a las formas, usos y abusos del discurso triunfalista entre nosotros, el grupo ofrece una especie de díptico abierto a colaboraciones de creadores invitados. La presencia central de Mariela Brito, quien nuevamente ofrece muestras de su excelencia, da cuerpo a toda la acción, sin perder de vista a los espectadores ni por un momento —por esta interpretación, presentada en la ciudad de Nueva York durante el Festival de Teatro Hispano del Comisionado Dominicano de Cultura en los Estados Unidos, la Organización Hispana de Actores Latinos (Hola, por sus siglas en inglés), le acaba de otorgar a la actriz uno de sus Premios 2014-2015 a la Excelencia en Teatro.

Los teatristas han seguido durante algún tiempo a personas «privadas de la razón» que deambulan en lugares públicos. Algunos de ellos parecen haber quedado detenidos para siempre en medio de un acto, una concentración, un evento masivo o de una estratégica acción de combate, responsabilizados con transmitir ideas que consideran de la mayor importancia o con sostener un estado de cosas del cual depende la supervivencia de todo el universo. Estos «locos», que habitualmente evitamos y que a veces son objeto de burla irresponsable, están aferrados a actitudes, comportamientos y palabras.

Más que al discurso mismo y al andamiaje ideológico al que este hace referencia, la intervención escénica se instala en el ámbito de comunicación performativa, de su puesta en circulación, para, desde allí, ir a estudiar los modos en que leemos esa tradición cívica —y también épica—, que en los nuevos tiempos es percibida fundamentalmente por algunos de los más jóvenes, como testimonio de un pasado remotísimo, teque,  muela…

Analizado desde la distancia que la síntesis artística permite, el triunfalismo resulta verdaderamente extremo y terriblemente peligroso.

El performance funciona más que como obra (objeto) como acción (efecto). Su función, aunque estética, pone el énfasis sobre la relación. El público en escena participa, forma parte, por lo que Triunfadela no debe ser considerada una propuesta unipersonal. El trabajo consiste precisamente en construir un espacio de investigación en el que podamos estudiar las reacciones. El conjunto de los espectadores conforma una muestra diversa desde todos los puntos de vista. La propuesta de cierto modo ficcionaliza esa participación, pero el acto mismo de participar, el modo en que colabora cada espectador, sea directamente convocado o no, abre el ámbito de acción concreta y lo ancla de manera directa en lo real, o sea, más allá del espacio de juego que los creadores construyen.

La obra deviene así una especie de cámara al vacío en el que se evocan sucesos y sensaciones que conectan directamente con las vivencias de cada una de las personas implicadas. Desde el arte esta propuesta nos obliga a reflexionar no ya sobre la historia reciente del país y las maneras en que esta ha sido y puede ser registrada, sino acerca del modo en que cierta retórica ha ido conformando en algunos individuos una forma de comportamiento, que en ocasiones resulta totalmente indolente, descomprometido, superficial. Como en otros espectáculos, El Ciervo Encantado pone el dedo en la llaga al mostrar con todo rigor y sin complacencias de ningún tipo, la ingeniería interna del «brillo en el ombligo». Se actualiza así desde el teatro un estudio psicosocial que tiene su cumbre en la obra de autores tales como José Antonio Ramos, Alfonso Bernal del Riego, Jorge Mañach y Eladio Secades. Se suma a ello una peculiar habilidad para asumir y procesar nuestra propia tradición teatral, en particular la de nuestro teatro bufo, no solo desde su capacidad para reconfigurar y repensar lo social a través de tipos y estereotipos, sino sobre todo desde sus estrategias de diálogo con el pasado, presente y futuro de la nación.

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