Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Hansel y Gretel de Okantomí

El popular cuento de los Hermanos Grimm se podrá disfrutar en el lunetario del Guiñol en versión y puesta en escena de Marta Díaz Farré (Rirri) durante todo noviembre

Autor:

Jorge Fiallo

A sala llena presenta el grupo Teatro de Muñecos Okantomí, en el Teatro Nacional de Guiñol, la obra Hansel y Gretel, en versión y puesta en escena de Marta Díaz Farré «Rirri», sobre el cuento de los Hermanos Grimm; pieza que se mantendrá todo noviembre, los viernes, a las 3:00 p.m., y los sábados y domingos, a las 11:00 a.m. y a las 5:00 p.m.

Refiere un escritor —y son muchos los que comparten una experiencia similar— que en su vida leyó Don Quijote de la Mancha tres veces: de niño, y se rió; de adulto, meditó; y ya viejo, lloró.

Con Hansel y Gretel, en la puesta de Okantomí, el lunetario del Guiñol ha visto las tres reacciones de un público diferenciado por edades y, lógicamente, por la situación de recepción propia de cada cual, lo que genera varias lecturas del mismo texto, por cierto nada inocente con su aire infanto-juvenil.

Reaparece hoy la imagen de esos niños enviados a lo ignoto por sus padres, como se ha visto y se ve, hogaño y antaño (porque el origen de esa historia se pierde en la Europa medieval), cada vez que lo incierto y duro del diario bregar hace soñar desde acá en oportunidades de un «allá» que se imagina más promisorio.

Hay otro caso distinto, pero con resultado semejante, si es por la propia iniciativa que alguien parte en esa búsqueda. Como decía Martí, que tiene para todo tiempo y lugar: «Salir de sí es eterno anhelo del hombre, y hace bien a los hombres quien los lleva a vivir contentos con estar en sí».

Para llevarnos a eso viene aquí Okantomí, desde una reflexión bien matizada, que gracias a la profusión en elementos del espectáculo, aguza la visión y profundiza el sentir de lo que es parte de un universo probable, integrado coherentemente en la ficción del arte, para desde allí poner en nuestras manos algunas armas necesarias al mejor acople con la realidad, entiéndase, valores, que no son tales si conminan a esperar pasivamente el milagro: hay que tomar el cincel y tallar la piedra sin importar las magulladuras.

Imposible juzgar, entre los 27 actores que suben a escena, la interpretación siquiera de los más destacados, y sería injusto porque a unos cabe ponderarlos desde un punto de vista y a los demás desde otros. Pero al menos una clave nos indica la magnitud de la proeza realizada por la directora de la puesta en escena: de ellos solo un tercio son profesionales; los demás son niños y dos jóvenes, Hansel y Gretel cuando regresan al hogar, ya crecidos, roto el maleficio de la bruja.

Es una constante en sus puestas, donde Rirri ha demostrado un don especial para hacer actuar incluso a los más pequeños, que asombra verlos proyectar en escena lo que es fruto de un arduo trabajo —en horario extraescolar—, madurando indicaciones adaptadas a su bisoña personalidad. Lo fundamental es la responsabilidad y el rigor con que responden a la confianza depositada en ellos cuando se les da un escenario y se les proporciona esta experiencia extraordinaria, y ojalá que no única.

Actores y actrices secundan a la directora y trascienden los límites de su propia pericia interpretativa cuando interactúan en la misma cuerda con esos niños y adolescentes, algunos en roles protagónicos o, en otros momentos, contribuyendo al juego escénico al manipular los pájaros-títeres que graznan y picotean asomados por el telón-bosque, cuando se comen las migas de pan que Hansel esperaba sirvieran de rastro para regresar.

Crece la intensidad del juego dramático y los profusos efectos, con destaque para el equipo técnico del Guiñol y la asistencia en la dirección de Graciela Peña Casadeval, cuando Gretel se dispone a rescatar a su hermano y a los expresivos muñecos-niños-galletas que abrían los ojos siguiendo el clamor de voces-eco desde bambalinas, y llega el clímax cuando la pequeña empuja a la bruja hacia un horno de ingeniosa factura, donde el telón en tiras coloreadas, las luces y el sonido remedan poderosas lenguas de fuego. No pretendo contar mucho (aunque a quienes emprendan la segunda y tercera lecturas de este Quijote les depara algo más allá de lo anecdótico), pero vale como botón de muestra para aquilatar mejor la maravilla de la puesta.

La música original (bellas y funcionales canciones, incluyendo una de la propia Rirri), es del teatrovero Augusto Blanca, a cargo también de una larga etcétera que abarca la banda sonora, orquestaciones, grabación, mezcla, masterización, diseño y realización escenográficas (esto último con Efigenio Banzo), más el programa (con Rosy Rodríguez). El diseño del vestuario es de Rocío Castañedo. La coreografía y su montaje son de Eddy Veitía, un maestro que bien hace bailar y dominar con gracia el espacio y el tiempo desde el propio cuerpo.

La dirección general del Teatro de Muñecos Okantomí es del Maestro Pedro Valdés Piña, quien fundó este grupo en fecha tan señalada como el 28 de enero de 1978. Se acerca entonces un aniversario para el cual nos entregan esta puesta invitando a los niños para que, con cualquier edad, se rían, mediten o enjuaguen la visión.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.