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Juventud, terrenal tesoro

Las primeras edades siguen motivando a los cineastas de la región, de modo que muchos de los personajes protagónicos o secundarios (aunque de suficiente peso dramático) son jóvenes

Autor:

Frank Padrón

Las primeras edades siguen motivando a los cineastas de la región, de modo que muchos de los personajes protagónicos o secundarios (aunque de suficiente peso dramático) son jóvenes.

Distancias cortas (México, Alejandro Guzmán), que concursa en óperas primas, sigue a un hombre obeso, autoconfinado a un encierro tras la muerte de su madre, y que genera por su condición cierto rechazo social —a ello se suma una hermana autoritaria y represora. Seducido por la fotografía, él conoce a un muchacho que vende cámaras, con quien establece una amistad desinteresada y sincera, algo que comparte con el cuñado, quien lo estimula en tal hobby, y logra irse liberando de la tiranía que implica su cónyuge; entre ambos, ayudan a que Federico realice su mayor sueño.

Largometraje en tono menor, se expresa con economía de recursos, evita la morbosidad en el tratamiento de un tema a todas luces delicado, pero que se focaliza con prisma natural, llevando a primer plano la amistad y la camaradería por encima de condicionamientos físicos, y la necesidad de la libertad en su más amplio significado, de lo cual la fotografía —que de algún modo une a los tres personajes y constituye la pasión del protagonista— actúa como eficiente metáfora.

Aunque pudiera saber a lugar común, eso de que los valores reales se encuentran por debajo de cualquier apariencia, es algo que el filme de Guzmán logra trasmitir sin caer en los peligrosos excesos de la sensiblería o del melodrama; a la puesta saludablemente austera, concentrada en las características de los personajes más que en las (mínimas) acciones, se añade lo notorio de los actores que los asumen (Luca Ortega como Fede, baterista sin experiencia actoral hasta ahora; Mauricio Isaac, Joel Figueroa y Martha Claudia Moreno), quienes arman con dedicación y esmero tales perfiles.

Una relación erótica entre dos muchachos centraliza Te prometo anarquía, dirigida por Julio Hernández Cordón, y que concursa en largos de ficción. Tiene como fondo una verdadera tragedia: la compra de sangre humana por parte de narcotraficantes, quienes se acercan a jóvenes irresponsables, deportistas, gente pobre y necesitada, y justo lo hacen mediante los protagonistas.

La obra guatemalteca detenta un tono deliberadamente silvestre, desaliñado incluso, y más que sobre el hecho en sí, trata sobre la irresponsabilidad; las extracciones sociales diferentes de los protagonistas —que influyen de modo directo en la manera en que los padres tratan de salvarlos de la culpa una vez descubiertos— emiten una señal sobre los rostros diversos que asumen la marginalidad y el delito en una sociedad permeada por la corrupción a veces soterrada, pero emergente. Se trata de un filme aleccionador, sin didactismos ni moralejas, donde la fuerza de su discurso hace olvidar cualquier descuido formal.

De descarriados cuenta asimismo el venezolano Desde allá (Lorenzo Vigas), otra ópera prima, y si bien los premios no siempre hacen justicia a la realidad, en este caso el León de Oro en Venecia —por primera vez otorgado a una película de ese país— resulta más que merecido.

Distancias cortas lleva a primer plano la amistad y la camaradería por encima de condicionamientos físicos. Foto: Juventud Rebelde

Un dentista maduro, que solo resuelve sus inquietudes sexuales mediante el voyerismo onanista con muchachos, conoce a uno violento y brutal; logra atraerlo, incorporarlo, amansarlo al punto de conseguir toda una relación estable y armónica; mas, ¿qué móvil lo lleva a esa labor de orfebrería con un despreciable marginal? ¿Es en realidad el cacareado «amor a primera vista» lo que impulsa a trabajar con paciencia y dedicación lo que pudiera ser un «diamante en bruto»?

Mediante un giro de 180 grados en su desenlace, la película se ocupa de poner las cosas en su sitio, pero no estamos ante uno de esos casos en los que un golpe de efecto final pretende aglutinar los presuntos quilates artísticos de una obra. Vigas ha realizado un esmerado trazado sicológico de sus protagonistas, y justifica dramatúrgicamente sus motivaciones y procederes, de modo que la última pieza de tan complejo puzzle es también la perfecta para concluir su armadura.

Un montaje excepcional que contribuye a la eficacia narrativa, y dos soberanas actuaciones (Alfredo Castro como el hombre mayor aspira legítimamente al Coral correspondiente) descuellan entre los méritos de este, uno de los «platos fuertes» de este 37 Festival.

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