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Las batallas de El acompañante

En este, su tercer largometraje, Pável Giroud ambienta su historia en los años 80, cuando los primeros casos de VIH son detectados en Cuba, y los recluidos en el sanatorio Los Cocos solo podían salir bajo la vigilancia de «un acompañante»

Autor:

Jaisy Izquierdo

Confiesa Pável Giroud que cuando se decidió a escribir la trama de su más reciente película, lo que más trabajo le costó fue dejar a un lado su punto de vista. En este, su tercer largometraje después de La edad de la peseta y Omertá, ambienta su historia en los años 80, cuando los primeros casos de VIH son detectados en Cuba, y los recluidos en el sanatorio Los Cocos solo podían salir bajo la vigilancia de «un acompañante».

Pável Giroud

El descubrimiento de este personaje potencial fue el detonante para construir El acompañante, esta historia de ficción en la que el protagonista, Horacio, la estrella del momento del ring en la Isla, es sancionado por dopaje a trabajar en Los Cocos, donde conocerá a Daniel, el paciente más conflictivo.

—¿Cuáles son las grandes «luchas» de las que hablas en tu película?

—Es una película de luchadores, alguno de ellos a punto de rendirse, y ahí interviene uno de los grandes temas de El acompañante: la amistad. Y es que una lucha verdadera no puede librarse solo. Un boxeador necesita a sus entrenadores y a mucha más gente alrededor; un enfermo de sida requiere cuidado médico, pero también almas compenetradas con su situación que lo ayuden a que cada nuevo paso esté lleno de fuerzas.

«La mía es la de cualquier cineasta en la actualidad: sortear obstáculos para llevar a cabo mi proyecto; armarme de voluntad para no dejarme vencer por los inconvenientes. Aquí el logro final también fue gracias al apoyo de la gente que hizo este viaje conmigo».

—¿Cómo fue el proceso de investigación para armar esta historia poco conocida sobre el VIH en Cuba?

—Me interesó el tema cuando vi a nuestro país con índices muy favorables —según Naciones Unidas— vinculados con el contagio y propagación del VIH. Un país de vida sexual intensa y alto índice de promiscuidad con esos datos era como atravesar en masa un campo minado y tener menos víctimas de las previstas. ¿Suerte? No creo en la suerte venida de la nada. Entonces comencé una investigación para emprender un proyecto documental, pero al aparecer la figura de los acompañantes rápidamente me desvié a la ficción y pretendí localizarla desde ahí.

—¿Cómo llegan los actores Yotuel Romero y Armando Miguel Gómez a la película y cuánto le aportaron a sus personajes?

—Mandy fue una recomendación de Laura, mi mujer, pero me convencí cuando lo vi en Melaza, de Carlos Lechuga. Yotuel apareció en el justo momento. Hay veces en que algo que funciona en el guión no tiene el mismo efecto a la hora de hacer la puesta en escena, palabras que se dejan leer bien, no suenan como debieran. Me sentí tan genial con ellos que muchas escenas climáticas, determinantes en la trama, la resolvieron improvisando. Les daba el eje central, establecía los límites, y eran absolutamente libres, porque ya Horacio y Daniel tenían gestos y palabras otorgadas por ellos dos.

«Solo hago esto cuando los actores me hacen sentir tranquilo y en esta película esa fórmula se repitió con todos. Jorge Molina, magnífico, con un personaje que no tenía ni nombre propio en el guión... Jazz Vilá y Camila Arteche (recomendada por mi madre) consiguieron lo mismo. Yailene Sierra humanizó increíblemente a un personaje que mal enfocado podría desviarse a la caricatura... Me sorprendían constantemente, me dieron la posibilidad de ser espectador de mi propia película mientras la hacía».

—¿Las escenas más difíciles?

—Lo difícil también es muy relativo. Por ejemplo, en un plan de rodaje ves una escena en una habitación con dos planos y puedes pensar: «Bah, hoy terminamos temprano». Sin embargo, en una de esas en la que Daniel cuenta cómo se contagió, tuvimos que hacer más tomas que en ninguna otra. Curiosamente fue la escena que más reescribí, la que más trabajo me costó generar. Estaba destinada a la complicación.

«A nivel técnico, las más compicadas fueron los choques de boxeo. No creo que haya muchas películas de este deporte, cuya pelea principal se filme en seis horas. Yo tuve que coreografiarla. Me sirvieron mi tiempo frente al televisor y unas pocas clases que tomé de los fundamentos básicos del boxeo un año antes de rodar. Son escenas que usualmente generan más parafernalia a su alrededor y más sesiones de trabajo, pero era un lujo que no podíamos darnos».

—Esperaste seis años para realizar tu filme, ¿volverás a apostar por la producción independiente?

—Decía hace poco en una entrevista que esto se llama independiente porque la situación en Cuba es particular, dado el caso que es el único país —que yo sepa—, cuyo instituto de cine también produce. Entonces la clasificación independiente es para diferenciar lo que se hace desde el Icaic de lo que no. Mi fórmula de producción es la de cualquier película en el mundo (exceptuando las grandes industrias, que tienen otros mecanismos). Lo volvería a repetir. A veces logras hacer una película de un año para otro, otras debes esperar más. La capacidad de espera y la tenacidad dependen de la fe que le tengas al proyecto, de la importancia que tenga para ti llegar al final del trayecto.

—¿Qué expectativas guardas con tu regreso al Festival de La Habana?

—Es un batido de sensaciones. Me da miedo, porque es un público que se entrega a la película cuando conecta, pero que te deja la sala vacía si lo defraudas. A la vez, es la proyección que más ansío, porque aunque ya pude probar en dos festivales previos su efectividad, hay detalles que solo en Cuba son apreciables. Llego bastante relajado, vengo de dos certámenes en los que no concursé, Busán y Chicago. En este, aunque estoy en la competencia, no siento presión, porque está tan dura, que no perderé mi tiempo en atormentarme con eso. En Cannes, Venecia, Berlín, han arrasado las cintas latinoamericanas este año y todas están ahora en La Habana. No creo que haya habido una competencia más fuerte que esta en décadas. Así que me conformo con una buena recepción por parte de su público natural y disfrutar del ambiente que siempre genera el festival, ver buen cine y brindar con mis amigos.

—¿Cómo valoras el estado actual del audiovisual realizado por jóvenes?

—Hay algo innegable: hay muchos jóvenes haciendo cosas. Al haber más, por lógica saldrán mejores obras, por pura probabilidad. Miremos este año: nueve películas cubanas de ficción y muchas generaciones representadas. La de Chijona y Rigoberto López. Luego Jorge Luis y Santana (aunque este debuta en el cine), después vendría la mía —de la que yo soy el único representante—... El resto son jóvenes que como mucho tendrán 30 años.

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