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He juzgado mucho y con pasión

Sentirse con la libertad de decir lo que piensa, y al mismo tiempo contrapuntear y aceptar criterios diferentes es esencial para el investigador y ensayista Fernando Luis Rojas, autor del libro Más que una isla (Editorial Sed de Belleza)

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

El investigador y ensayista Fernando Luis Rojas tomó «prestados» nombres a algunas canciones para los tres capítulos que conforman Más que una isla, un esperado texto que ha salido para esta edición 25 de la Feria Internacional del Libro con el respaldo de Sed de Belleza, una de las editoriales de la Asociación Hermanos Saíz. En el primero de ellos, La isla milagrosa, sus mares, se recogen artículos que ofrecen su mirada personal a diferentes problemáticas de nuestro país. Después viene La isla antena, los tiburones, que se acerca a algunas de las amenazas y retos que enfrenta la Revolución Cubana. El último se llama La isla roja, y recuerda la Revolución de Octubre y sus relaciones con nuestro proyecto.

«Más que una isla es una compilación de trabajos escritos —y algunos publicados en diferentes medios— entre el 2003 y el 2011. Todos están marcados por mi experiencia y por el momento en que se escribieron. No soy el mismo que en 2003, pero si me ponía a “actualizarlos” iba a salir otro libro. Y me parece útil dialogar con los criterios que se movían en aquellos años. Para mí ha sido un ejercicio interesante.

«Este libro me dio la oportunidad de trabajar con la editorial Sed de Belleza, especialmente con Jorge Luis Rodríguez; con el editor Yansert Fraga y con el autor del prólogo, el Maestro de Juventudes Fernando Martínez Heredia. A todos ellos debo agradecerles», enfatiza Fernando Luis, graduado de licenciatura en Historia».

—¿Cuánto te aportó haber estudiado en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, y haber ejercido más tarde tu carrera?

—Siempre he dicho que me pareció, al menos en mi facultad y en mi año, muy coherente el modo de organizar la investigación de pregrado. Desde el punto de vista metodológico me aportó mucho. Me pasé casi toda la carrera investigando y cuando tuve que presentar los trabajos de curso en cuarto año, y de Diploma en quinto, me impactó el requerimiento de validar la investigación a partir de su aplicación en una escuela. Fueron años muy difíciles, en que todo el tiempo cuestionamos —creo que con razón— la reducción de la presencialidad en la docencia.

«Pero debo decir que me enriqueció tremendamente estar frente a un aula en secundaria, preuniversitario y en el mismo Varona. Ya después fueron cinco años trabajando en institutos preuniversitarios, y siendo testigo de los conflictos que se viven en una escuela con los alumnos, sus padres, los directivos de Educación a todos los niveles y la comunidad, lo cual te brinda a diario motivos para escribir e investigar».

—Para muchos, todavía sigue siendo muy encartonada la manera como se enseñan la Cultura Política y la Historia... ¿Qué opinas?

—Así es. El primer problema se aprecia desde tu pregunta. ¿Enseñar la Cultura Política? Cultura y Política trascienden el aula y la academia. ¿Qué sentido tiene una asignatura mal llamada Cultura Política en medio de una sociedad cargada de contradicciones que afloran cotidianamente? Al final la asignatura queda como un ejercicio de presión para una evaluación final o un dogma que, paradójicamente, es contraproducente, porque limita la amplitud y diversidad de expresión de la política y pone cortapisas a la cultura.

«En el caso de la Historia veo lógica su existencia como asignatura. Sin embargo, cuando se llega al preuniversitario —asumí la docencia allí por cinco años— desde su diseño se perciben determinadas incongruencias. No existe problematización y específicamente en onceno y doce grados se “remachaca” lo que se impartió en los niveles de enseñanza precedentes. Por tanto, se pierde la oportunidad de aprovechar la enseñanza de la Historia de Cuba para contribuir a la formación de un ciudadano crítico y comprometido con la transformación de su realidad».

—Se dice que te complace hablar sobre temas difíciles. ¿Ese planteamiento lo ves como una crítica o un elogio?

—No es que me lo proponga. Me gusta hablar del país en que vivo, cuál fue el camino que me trajo hasta aquí y cuál es la Cuba que quiero. Si se consideran temas difíciles por algo será. ¿Quizá porque vivimos en una Cuba difícil? A veces las fronteras entre crítica y elogio son difusas. Casi siempre agradezco las críticas y temo a los elogios, aunque ambos constituyen juicios de otros. Si lo que digo o escribo contribuye a un debate, genera acuerdos o disensos, me impulsa a seguir. Te digo con sinceridad: he juzgado mucho y con pasión; un rato después, no siempre me siento bien conmigo.

—¿Qué persigues cuando asumes el ensayo para expresarte? ¿Te ves escribiendo narrativa o poesía?

—Lograr un equilibrio entre investigación y creación propia. Me siento cómodo con el ensayo, implica un rigor que me estimula en la búsqueda de información, en la consulta de textos, autores y fuentes. Al mismo tiempo lo siento como un espacio de libertad expresiva. Hasta ahora, la narrativa y la poesía han sido aficiones y «escapes» temporales; compartidas con pocos.

—Tú que estás tan interesado en comunicarte y polemizar con tus contemporáneos, ¿consideras que el ensayo es el género para ello?

—Limitar las maneras de polemizar a un género, pienso que disminuye la necesidad e importancia que tiene el debate en los momentos actuales. Ciertamente es una de las formas que encontré y practico, pero preferiría —como me ocurrió cuando impartía docencia— que fuera un ejercicio cotidiano. Si me preguntas qué terrenos prefiero para la polémica serían los del día a día, frontales, que permitieran no solo «decir» las cosas como una válvula de escape, sino que se consensuara realmente y se pudiera evaluar la implementación de ese consenso.

—En 2015 obtuviste el premio Memoria Nuestra, que se otorga en el evento homónimo que constituye la columna vertebral de las Romerías de Mayo. ¿Qué importancia le concedes a un espacio como ese?

—Memoria Nuestra, como las Romerías, constituye un escenario útil y necesario. Primero, porque contribuye a situar temas o reiterar la importancia de otros en la agenda de discusión pública, no limitada al ambiente intelectual. También porque promueve el intercambio de experiencias de investigación, genera otras líneas de estudio y sobre todo permite establecer alianzas; tan necesarias para enfrentar la precariedad y los obstáculos para acceder a algunas fuentes que distinguen la investigación social, artística y literaria.

«En el evento confluimos jóvenes investigadores de varias provincias y municipios del país y eso ayuda a visibilizar lo que se hace en otros territorios. Tú sabes que muchas veces los investigadores que no son de La Habana o pertenecen a una institución que tenga en su nombre los calificativos de “nacional” o “cubano” pasan el doble de trabajo para realizar sus proyectos».

—¿Por qué insistes en llevar adelante un espacio como La revuelta?

—En rigor yo me incorporé al proyecto cuando ya llevaba un tiempo de fundado. El grupo de jóvenes que lo creó puso en mis manos, a la llegada al Marinello, «una oferta que no pude rechazar». ¿Te recuerda alguna película la frase?

«La revuelta es un espacio diseñado y organizado por jóvenes, que pretende mirar a una Cuba compleja y diversa. Por eso, cada edición ha tenido una amplia participación y los debates han tocado temas como pobreza y desigualdad en Cuba, la atención a la infancia, las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, el proyecto antimperialista de José Martí... Sería muy útil que comience a valorarse la publicación de las ponencias y debates producidos allí.

«De La revuelta impresiona además la pluralidad de las propuestas (paneles, exposiciones, proyecciones audiovisuales) y la forma en que trasciende el espacio físico del Marinello».

—¿Se parece el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello al lugar donde soñaste trabajar?

—Te imaginas que la respuesta a esa pregunta no puede soslayar lo que ya se ha reconocido incluso por la dirección de nuestro país: el insuficiente papel que juega el salario para satisfacer las necesidades de la gente. Y el Marinello no es la excepción.

«Como eso no es todo, te digo que sí, que se acerca bastante. He tenido la oportunidad —trabajando como especialista en la Vicedirección de comunicación— de coincidir con personas muy valiosas: jóvenes y menos jóvenes. El instituto es un escenario de discusión permanente, donde uno comienza a perfilar elementos que lo identifican con otros. Para mí es muy importante sentirme con la libertad de decir lo que pienso, y al mismo tiempo contrapuntear y aceptar criterios diferentes.

«Si además, esto se combina con el compromiso por llevar adelante un proyecto revolucionario, la pedagogía inclusiva y asertiva de los menos jóvenes y el amor por Cuba, mejor. He aprendido mucho, y cada día —desde que Yolanda me recibe en la recepción con café— siento que me aportará algo. Así, con café matutino incluido, pensé alguna vez mi lugar de trabajo».

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