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Secreto inerte en versión de Hollywood

Los excesos melodramáticos del famoso thriller político argentino se incrementan en el remake norteamericano Secret in Their Eyes

Autor:

Joel del Río

El próximo sábado 12 se estrena en televisión un filme norteamericano que intenta repetir las virtudes de un original argentino. Y aunque parezcan muy similares, para aquellos espectadores que solo reparan en lo que cuenta una película, Secret in Their Eyes (2015) y El secreto de sus ojos (2009) están separadas por el abismo que distancia la autenticidad de la impostura.

Puede ser que estén en desacuerdo conmigo los incondicionales del cine policiaco norteamericano, y los admiradores de Julia Roberts, aunque es posible que incluso ellos descubran la prepotente indulgencia que destila el remake del guionista y director norteamericano Billy Ray respecto al filme original del también guionista y director argentino Juan José Campanella.

Los excesos melodramáticos del famoso thriller político argentino, récord de taquilla en su país, ganador del Goya como mejor película iberoamericana, y del Oscar a la mejor producción no hablada en inglés, se incrementan en el remake norteamericano, que toma dos personajes del filme de Campanella, el victimizado y díscolo auxiliar del protagonista (interpretado originalmente por Guillermo Francella), y el justiciero novio de la muchacha asesinada, y le cambian el sexo para que lo interprete Julia Roberts, convertida en madre de la occisa, y que por tanto deviene uno de los personajes arquetípicos del melodrama: la progenitora dolida y mártir, obsesionada en este caso por su terrible pérdida y por la necesidad de hacer justicia.

La historia original resulta tan poderosa que la clonación yanqui todavía provee algunos buenos momentos de suspense y grandes actuaciones (sobre todo a través de la Roberts, porque quien se batió victoriosa con Meryl Streep, apenas tiene tropiezos para borrar de la pantalla a la aquí descolorida Nicole Kidman, y pugna duro para robarle el protagonismo al brillante Chiwetel Ejiofor) pero la reiteración aparentemente estelar del mismo argumento, y su adaptación a las circunstancias norteamericanas de la lucha contra el terrorismo carece de vitalidad e inventiva, es morosa y superficial, aunque consiga a ratos recrear la atmósfera de intriga y los giros de la trama inherentes a los buenos policiacos. Pero ocurre que el filme argentino era también algo más que una guerra de estrellas.

Profesional y eficaz sin discusión, con diálogos ingeniosos y sugestivos, El secreto de sus ojos, la argentina, exponía los vaivenes de la investigación sobre un asesinato a lo largo de unos 20 años de historia nacional, de manera que el asesino terminaba formando parte de la junta militar golpista, y el doliente viudo se tomaba la justicia por su mano, y encerraba perpetuamente al criminal, en sintonía con la política del Gobierno de los Kirchner respecto al justo castigo de los culpables. Así, el filme vehiculaba lo privado, incluso íntimo, hacia dimensiones sociales, políticas y reflexivas de absoluta actualidad en tanto la historia de Benjamín Expósito (Ricardo Darín) sumerge al espectador en la violencia y la oscuridad del pasado, en una tácita pero muy clara invitación a que la nación completa revise en su memoria, y profundice en el empeño de administrar justicia y nunca venganza.

Campanella ofrecía al mundo una lección sobre cómo entretener sin renunciar al pensamiento, ni a la emoción, en un relato fragmentario, complejo, con un trabajo de cámara que por momentos se torna prodigioso (la secuencia de la persecución en medio del estadio de fútbol inundado es una maravilla de realización e inventiva), y entonces los norteamericanos hacen esta versión aletargada y olvidable, que desprovee al original justo de la esencia intransferible, y nos demuestra cada diez minutos de metraje cuán innecesario resultaba repetir un argumento tan profundamente ligado a la realidad argentina que el trasplante mutila las raíces, la savia y la fronda.

Y por supuesto que en el trasvase los norteamericanos se empeñan en «corregirle» la plana a los argentinos con una prepotencia casi ridícula, como cuando replican la escena de la persecución en el estadio de fútbol, lo cambian a béisbol, y para presumir de originales y de top of the tops en términos técnicos, inician la secuencia con una espectacular pero improcedente toma aérea del estadio, cuando lo único que quiere ver el espectador en ese momento, en vez del lucimiento del fotógrafo, es a los dos héroes atrapando al asesino en medio de la multitud.

El nuevo guion, hablado en inglés y ambientado en Estados Unidos, trata de borrar a toda costa la profunda huella que dejó su predecesor meridional en casi todos los públicos, y también le aportan varios elementos, presumiblemente nuevos, al impactante final del filme argentino, pero este no lo cuento para conservar algo de suspense en este malentendido yanqui que apenas consigue integrar de modo coherente la historia de amor con la trama criminal y la denuncia política sobre las incongruencias de la justicia. En fin, que el disfrute está garantizado para quienes detesten a Ricardo Darín e idolatren a Julia Roberts, e incluso ellos estarán incurriendo en el pecado de apreciación inherente al fanatismo.

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