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¡Quiero cantar!

El guantanamero Yusmani Gaínza Sánchez asegura que no dejará de dirigir la banda de conciertos, de enseñar, de formar instrumentistas, pero se resiste a dejar que le borren su sueño mayor

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Yusmani Gaínza Sánchez supo desde siempre que quería ser músico, pero no consiguió empezar a amasar ese sueño hasta que cumplió los 20 años. «Ubícate: nací en Niceto Pérez, en una comunidad nombrada Mártires de la Gloria. Desde pequeño me incliné por el arte, pero no encontraba adónde acudir. En esa localidad, en la que hay solo 54 casas, viven muchos profesionales, pero ninguno tiene que ver con lo artístico... Yo no lo recuerdo, pero mi mamá me cuenta que yo hacía una canción de cualquier cosa. Me soltaban una palabra y allí iba yo a inventar una letra y a cantar, como si me hubieran dado un pie forzado. En lo más profundo de mi ser estaba la convicción de que ahí estaba mi camino. No me preguntes por qué, pues en Mártires de la Gloria aquel sueño era la mayor de las utopías».

Casi resignado, después de cursar la Secundaria y el Preuniversitario, Yusmani optó por la carrera de Derecho, mas no le gustaba en lo absoluto. «Empecé, pero las clases me resultaban insoportables, ni siquiera iba a la escuela. No quería saber de Derecho ni de Medicina, que era el deseo de mi madre, para que siguiera la línea familiar. Por la radio me enteré de la convocatoria para aquellos que aspiraban a integrar bandas de conciertos que se crearían. Nunca se me había ocurrido tocar algún instrumento y mucho menos que me convertiría en director. Eso jamás me pasó por la cabeza. ¿Do, Re, Mi, La? ¡No, hijo, no! No sabía qué cosa era nada de aquello. Ya te digo que no conocía de la existencia de Bach, Beethoven, Mozart... Lo único que yo escuchaba era Nocturno, que me encantaba, porque mi mamá me cantaba las canciones de Juan y Junior, y muchas otras que fueron armando mi sueño. Yo quería ser cantante sobre todo».

—¿Y entonces qué ocurrió?

—Me presenté en un lugar llamado La Yaya, en el museo, donde se estaban realizando los exámenes que me hicieron los maestros Conrado Monier, Antonia Luisa Cabal «Tusy» y Adonis Fernández. Fue Monier quien me dijo que tenía posibilidades. Pero luego me olvidé. Tenía 17 años cuando aquello y pensé que esa historia no iba a conducir a ninguna parte. Sin embargo, al finalizar el Servicio Militar en La Habana me encontré la sorpresa.

«Antes, en la capital, como la música era una idea fija, me dirigí a la escuela Alejandro García Caturla, donde conocí a una directora de coro, Oriana Pérez, quien comenzó a impartirme algunas clases para que educara mi voz. Fue ella quien me habló de un curso nocturno, el cual comenzaba a las seis de la tarde y terminaba a las diez de la noche, pero no lo conseguí por el tema de la dirección. Sin embargo, la maestra, en un acto de amor tremendo, sin cobrarme ni un centavo, se dispuso a darme clases particulares. Me ayudó mucho y alimentó mi confianza».

—¿Cómo fuiste a parar a la dirección de una banda?

—Con 20 años, terminado el Servicio Militar, de regreso a Guantánamo, matriculé en la escuela de bandas. Yo quería estudiar percusión, mas como no fue posible, me propusieron trompeta. Pero sucedió que ese instrumento no tenía nada que ver conmigo, así que me cambié de especialidad y me fui por el clarinete. De todas maneras, la primera vez que lo tuve en mis manos no supe qué hacer con él. Era incapaz de extraerle sonido. ¡Terrible! Pero después resultó divino, porque empecé yo mismo a descubrir notas, a experimentar intentando sacar canciones...

«Ya luego, cuando se iniciaron las clases (por suerte me tocó como profesor el director del Cuarteto de Clarinetes de Guantánamo, Rayder Pacheco) me percaté de que era más que eso, que se trataba de adueñarse de la técnica del instrumento, hacer bastantes notas largas, enfrentarse a un mundo superraro, y de mucha paciencia y dedicación, algo que al principio no se llevaba muy bien con mi juventud. Pero poco a poco el clarinete me fue cautivando, hasta que me apasionó. Tanto, que siempre estuve en la delantera entre mis compañeros. No pocos me ayudaron, como la maestra Carmen —en la lectura musical—, esposa de Monier, profesor que fue un puntal en mi carrera, al igual que Tusy; también Agianit Paján Trejo, directora entonces de la Banda Provincial de Conciertos, que confió en mí...».

—¿Cómo se produjo ese cambio en tu carrera, si amabas tanto el clarinete?

—En tercer año ya tocaba y hacía prácticas en la Provincial de Conciertos de Guantánamo, bajo las órdenes de la maestra Agianit. Fue en ese tiempo que me propusieron estudiar Dirección, algo que era completamente nuevo para mí. Yo era el clarinetista principal de la banda de Niceto Pérez y me desempeñaba también como su administrador, y en una ocasión en que el director se tuvo que ausentar por una reunión a la que lo citaron y yo me quedé al frente, me puse a dirigir un himno, recuerdo que era El miliciano, justo en el momento en que pasaba por allí la profesora de dirección. Al rato me mandó a buscar para proponerme que dirigiera la banda de Caimaneras... Como vivo más cerca de allí que de Niceto Pérez... «Tú tienes para eso», trató de entusiasmarme. «Mire, profe, es que no puedo dejar el clarinete», que era la pura verdad, pero ella logró convencerme. Así terminé las dos carreras al mismo tiempo.

—¿Pero la Dirección te llegó a conquistar?

—Desde que la batuta cayó en mis manos, aunque no he dejado nunca de tocar.

—¿Cómo fuiste recibido en Caimaneras?

—Esa banda se formó cuando todavía estábamos en la escuela. De sus integrantes solo dos me conocían, aunque el resto conocía de mi trabajo. De cualquier modo no fue fácil. Apenas había visitado ese territorio en una o dos ocasiones, y era un extraño que llegaba allí a dirigirlos. Para colmo no solo pensaban diferente a mí sino que eran mayores que yo. Sí, fue muy difícil empezar a enseñarlos, incluso a cómo debían sentarse, a pesar de que yo aún estaba aprendiendo y todos habían sido compañeros míos y hasta nos graduamos juntos.

«Hubo momentos muy duros, porque la banda comenzó a asumir un repertorio de mayor rigor y, por tanto, de mayor complejidad técnica, y había instrumentistas que no poseían las condiciones, que ya no eran buenos, y no quisieron estudiar más, superarse; algo que era inadmisible. La vida le pasa la cuenta al músico que no estudia todos los días. Y me busqué muchos problemas. Bueno, aún me los sigo buscando, aunque ya no intentan tirarme sillas... Ahora hay otra cultura. Quienes conforman la banda en la actualidad están graduados, evaluados incluso. El pensamiento es otro».

—¿Había en Caimaneras hábito de escuchar retretas?

—Había cultura de escuchar ese tipo de música, sobre todo las obras de Glenn Miller, que traían en LP los trabajadores de la Base, sin embargo, a mí me tocó fundar en Caimaneras una banda, que allí nunca había existido. Pero sí, el público caimanerense tiene cultura musical. Ahora se ha perdido mucho eso, mas la gente tiene un amor increíble por su banda. Cuando esta no se presenta los viernes y los sábados en el parque, me busco un lío con el Partido y el Gobierno. A veces organizo conciertos didácticos en el Centro de Promoción Cultural, donde la gente va, comparte y aprende sobre autores, instrumentos, la música... En ocasiones nos subdividimos en diversos formatos: un quinteto de saxofón, un dúo de clarinetes, un solo de flauta... También hemos pensado en invitar a algún cantante que pueda interpretar los arreglos de piezas que están en nuestro repertorio y que pueden ser cantados».

—¿Cómo montas el repertorio?

—Ensayamos por la mañana. Lo vamos haciendo con calma porque como mis músicos no tienen formación académica, hay que estudiar bien cada partitura, lograr que primero ellos se escuchen bien para luego poder lograr un empaste sonoro con toda la banda. Ello exige que ensayemos mucho por cuerdas, lo cual permite que ellos puedan dominar sus partes y escuchar al otro compañero. Es un trabajo muy complejo.

—Pero igual te da muchas satisfacciones...

—Por supuesto, justo por esa razón después que me gradué el primer proyecto que hice fue crear una academia de música, la Antonia Luisa Cabal, en honor a Tusy, de la cual egresaron muchos de los músicos actuales de la banda, formados en instrumentos de viento. Es difícil, porque yo solo toco clarinete, flauta y saxofón, y tengo que enseñar trompeta, tuba, trompa, lo que me ha obligado a estudiarlos con detenimiento, a adentrarme más en la teoría, para que luego sean capaces de leer las partituras. No tenemos local, damos clases en la calle, donde se pueda, pero no nos detenemos.

—¿Y qué ocurrió con tu pasión por el canto?

—Fundé un proyecto, Catarsis, que integramos cinco instrumentistas de la banda, quienes nos reunimos para interpretar nuestra propia música, así como versiones de temas de Noel Nicola, Juan Formell, Raúl Torres... Ahí me doy la oportunidad de cantar y de tocar la guitarra de vez en cuando. No quiero dejar de dirigir la banda de conciertos, de enseñar, de formar instrumentistas, pero ¡quiero cantar! Ese es mi gran sueño. Creo que es una oportunidad que me merezco.

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