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Una pausa en medio del ensueño

Tras dos décadas de intenso funcionamiento el Anfiteatro de La Habana se toma un descanso para ser objeto de una restauración de gran envergadura. El 2 de septiembre dará inicio a su temporada de espectáculo musical con una trama de lujo: Los miserables

Autor:

Alina Perera Robbio

Por algo nuestra capital ha sido bautizada oficialmente como una de las siete ciudades maravillas del mundo moderno. A inicios de junio, en la explanada del Castillo de San Salvador de la Punta, a la entrada de la bahía, fueron develados el monumento y la placa conmemorativa que dan fe del reconocimiento otorgado por votación de cientos de millones de personas en el orbe, durante el tercer concurso organizado por la fundación suiza New7Wonders.

La Habana, cuya principal capacidad de deslumbrar proviene de sus hijos, guarda además tesoros tangibles como el Anfiteatro del Centro Histórico de la Ciudad, teatro al aire libre, diseñado en líneas claras y códigos de filiación Art Déco, lamido por el aire que pasa embriagado de las aguas de la bahía.

Espectáculos musicales inolvidables se han dado en ese particular escenario por el cual, en los últimos 20 años, han pasado en calidad de espectadores más de medio millón de personas.

La noticia que trae esta vez el Anfiteatro a nuestros lectores, es que, tras dos décadas de intenso funcionamiento, hace una pausa para ser objeto de una restauración de gran envergadura en su aniversario 80. Por esa razón dará inicio a su temporada de espectáculo musical en septiembre, exactamente el día 2, con una trama de lujo: Los miserables, musical visto por más de 70 millones de espectadores en todo el planeta, traducido a 22 idiomas, representado en más de 42 países y más de 300 ciudades.

En la Isla la partitura musical —preñada de no pocas complejidades— será asumida por un reparto de jóvenes, quienes previamente presentarán la obra durante agosto en el habanero teatro Martí.

Antes… después…

La historia de Alfonso Menéndez Balsa, director del Anfiteatro de La Habana, está llena de capítulos hermosos, los cuales prueban todo lo que un hombre amante de la cultura de su país y desvelado por ofrecer el esparcimiento más exquisito a sus coterráneos, puede hacer.

El comienzo se remonta a abril de 1996, cuando la entonces Directora de Patrimonio del Centro Histórico de la Ciudad pidió a Alfonso que permaneciera al frente del Anfiteatro de La Habana «por unos días». Él dijo «Sí», y su responsabilidad se ha mantenido tal cual hasta el sol de hoy.

Alfonso no olvida que durante los primeros seis o siete años al frente del recinto, siempre que tomaba un automóvil para llegar a él, era casi inútil dar como referencia al Anfiteatro: resultaba raro que alguien supiese dónde quedaba; para la ubicación se hablaba de otros sitios, como bares o restaurantes que sí eran populares entre los habaneros.

«Ya eso no sucede», rememora el director artístico. También forma parte del pasado que cuando el Anfiteatro brindaba espectáculos, no pocos preguntaban si allí se daban problemas de trifulcas por cuenta de bebidas alcohólicas, o si los niños podían ir.

Lo primero que hizo Alfonso fue un festival de bandas. En total eran 190 músicos. Para los cuales… solo hubo dos espectadores…

El director artístico no olvidará nunca que aquel suceso triste tuvo lugar a las 6 de la tarde de un día de 1997: «Hicimos la Obertura 1812 de Chaikovsky».

Parece, según ha meditado muchas veces el entrevistado, que las personas estaban marcadas por un período, allá por los años 80 del siglo XX, en que el Anfiteatro era escenario para orquestas bailables y lugar donde se expendía cerveza a granel, con los episodios que a veces esa mezcla conlleva. Resultó muy difícil cambiar la imagen que en la memoria colectiva tenía el Anfiteatro.

Pero el esfuerzo sostenido en el tiempo hizo prodigios. La temporada en que se presentó El fantasma de la ópera, en 2004, fue un punto de cambio sustancial: se tenían previstas solo diez funciones, pero se hicieron 48. «Cuando comenzamos a hacer los primeros musicales —recuerda Alfonso— la población circundante no venía, no se sentía atraída por nuestras propuestas. La afluencia comenzó a notarse a partir de la tercera experiencia, precisamente con la historia de El jorobado de Notre Dame».

 

El fantasma de la ópera, en 2004, fue un punto de cambio sustancial: se
tenían previstas solo diez funciones, pero se hicieron 48.

 

El fantasma de la ópera, en 2004, fue un punto de cambio sustancial: se tenían previstas solo diez funciones, pero se hicieron 48. Foto: Cortesía del entrevistado

El principal artífice de todo cuanto ha acontecido en el Anfiteatro de La Habana confiesa que ha sido un reto la responsabilidad asumida desde 1996, pues él viene del teatro, «donde hay bambalinas, telones, y techo».

Alfonso ha vivido experiencias insólitas, como cuando la función de La Bella y la Bestia, en 2008: a mitad del espectáculo, cuando todavía restaban 40 minutos de función, arreció un aguacero, y aun así los espectadores permanecieron en sus asientos.

Por culpa de aquellas aguas el vestuario se ensopó, todos los sombreros se estropearon, dejaron de funcionar cinco equipos de luces, pero aquella permanencia de los espectadores a pesar del mal tiempo, fue una nota que estuvo por encima de toda adversidad.

Lo bello y lo humano

A modo de síntesis, Menéndez Balsa entrega a nuestro diario algunas notas que ofrecen idea del impacto que ha tenido para muchos, especialmente los jóvenes, el trabajo de 20 años: sobre ese escenario de piedras se han hecho realidad el concierto de la Orquesta Filarmónica de Leipzig, galas a destacadas personalidades de la cultura nacional, festivales de tríos, de habaneras, y galas por el Grito de Dolores. Se ha podido apreciar la adaptación a ese espacio de obras del teatro lírico como Las Leandras, Cecilia Valdés, y La viuda alegre; y los estrenos, en la Isla, de musicales tan famosos como Cabaret, El fantasma de la Ópera, El jorobado de Notre Dame, La bella y la bestia, Cats, El rey león, y Aladino, además de dos antologías del género: La vuelta al musical en 70 minutos y De vuelta al musical.

Cuenta Alfonso que las temporadas largas, como la que abrió el estreno de El fantasma…, no podían ser asumidas por figuras de alto nivel, que suelen tener otros compromisos. Y ese fue el inicio de la labor con aficionados, lo cual ha exigido muchos meses de ensayo por tratarse de jóvenes con talento y deseosos de trabajar, pero que nunca habían caminado sobre un escenario.

«Algunos tenían en su haber problemas de conducta y lograron adquirir hábitos de disciplina y convivencia. otros han simultaneado ensayos y funciones con obligaciones laborales y estudiantiles», explica el director artístico, quien se da por satisfecho sin en algo contribuyó al mejoramiento de esos muchachos

El creador expresa su profunda gratitud por el «apoyo irrestricto de la Dirección de Patrimonio de la Oficina del Historiador: funcionarios, dirigentes administrativos, carpinteros, restauradores, personal de mantenimiento y otros especialistas y obreros» que han hecho posible el ensueño disfrutado por muchos en estas últimas dos décadas. Un ensueño cuyo sentido de ser es el rescate del musical en Cuba.

Recuento

El Anfiteatro de La Habana se inauguró el 20 de mayo de 1936, y desde entonces fue escenario de obras dramáticas, presentaciones de la Coral de La Habana y conciertos de solistas y agrupaciones. Entre los años 40 y 50 del siglo XX fue sede de las retretas de la Banda Nacional de Conciertos.

Durante los años 50 acogió a importantes figuras de la música cubana como Rita Montaner, Benny Moré, Rosita Fornés y María de los Ángeles Santana, y a intérpretes extranjeros como Pedro Vargas y Libertad Lamarque.

En los años 60 se presentaron populares agrupaciones y solistas de la música nacional. Y aunque muchos asocian al Anfiteatro con solo música, en este se ofrecieron obras comoFuenteovejunaRomeo y JulietaMadre Coraje, protagonizadas por Raquel Revuelta, Roberto Blanco y José Antonio Rodríguez.

La década de los 70 fue la temporada de celebrar varias ediciones del Festival del Creador Musical. Los 80, con los que llegaron las agrupaciones de música bailable y la venta de bebidas alcohólicas, desvirtuaron los propósitos iniciales de la institución. Durante los años 90 el recinto fue objeto de una restauración a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad, la cual trajo de vuelta la fisonomía original del lugar. Desde entonces la Dirección de Patrimonio de la Oficina tiene a su cargo la programación y administración de tan especial escenario.

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