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Renacer de mis cenizas

De muchas maneras Cuba ha estado en la importante carrera del bailarín principal de la Compañía Nacional de Danza de España, Moisés Martín, quien debutará el 1ro. de noviembre en el 25 Festival Internacional de Ballet Alicia Alonso como partner de Viengsay Valdés en El lago de los cisnes

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Nada le indicaba a la dueña de los días del reconocido bailarín español Moisés Martín Cintas, que su hijo llegaría tan lejos. La verdad es que en aquel entonces, para el bien de su «salud mental», lo mejor era buscar cómo mantener ocupada a su prole, constituida por cuatro muchachos. En un principio pensó en la gimnástica, porque le encantaba la postura que adquirían estos atletas. Preguntó en el colegio, pero allí solo se practicaba gimnasia rítmica. Le hablaron de la Escuela Municipal de Danza y Música de Zaragoza, donde vieron los cielos abiertos con la llegada de un «ejército» de varones.

«Nos hicieron las audiciones y nos escogieron. Y mi madre estaba feliz: no estaríamos dándole guerra en casa y nos habíamos involucrado con el mundo del arte», cuenta a Juventud Rebelde quien se convertirá en el Príncipe Sigfrido que cae rendido ante los encantos de las irresistibles Odette y Odile, de Viengsay Valdés, el venidero martes 1ro. de noviembre, a las 8:30 p.m., en el Teatro Nacional de Cuba.

Y si en los inicios no era lo que más le atraía a Moisés, el ballet se las arregló para conquistarlo hasta atraparlo con fuerzas. «Ocurrió en buena medida gracias al empeño de mi profesora María de Ávila, la gran dama de la danza y una persona muy influyente en mi carrera. Nos enseñó a amar y a respetar nuestro trabajo. Después en la conformación de mi vocación resultó fundamental un curso de verano que realicé con Fernando Bujones: el empujoncito que acabó por decidirme, a pesar de que no estaba muy convencido de si lo lograría, pues en aquel momento no existía ninguna compañía clásica en España.

«La Compañía Nacional de Danza, en la cual me hallo ahora, la dirigía Nacho Duato, quien desarrollaba una poética muy interesante, pero a partir de lo contemporáneo. Por suerte, surgió la posibilidad de estudiar en San Francisco con Jorge Esquivel, el afamado bailarín y maestro cubano. Tras esa aportadora experiencia no me quedó ninguna duda de hacia dónde quería encaminar mi futuro, que empezó a dibujarse en el San Francisco Ballet».

—¿Por qué te marcó tanto el encuentro con Bujones?

—Él se convirtió en un ídolo para nosotros a partir de que lo descubriéramos en una serie de televisión que transmitía la BBC y conducía Peter Schaufuss, nombrada Bailarín. Te podrás imaginar lo que significó recibir un curso impartido por alguien a quien admiras. Y más cuando mostró interés en mí, al punto que propuso llevarme a Orlando, solo que yo no pasaba los 15 años. Pero me inculcó mucha confianza.

«Debo decir que otros profesores también alimentaron mi pasión hasta el momento en que inicié mi adiestramiento con Esquivel. En ese caso se encuentran Lázaro Carreño, que vino al estudio para impartirnos otro curso de verano; y Lolita, la hija de María de Ávila, quien se desempeñaba como directora de la escuela de San Francisco y me ofreció la oportunidad de continuar mis estudios en Norteamérica, aunque debía agenciarme una beca en el Ministerio de Cultura.

«Partí con 17 años con una ganas inmensas de conocer San Francisco y con la conciencia de que en mi entrenamiento era muy necesaria la figura de un varón, o de una persona que me enseñase la técnica masculina. Mi escuela era excelente para la base, la limpieza, el uso de los pies... Era esencial apropiarnos mejor de los saltos, de las piruetas que los hombres debemos ejecutar».

—Supongo que llegar a San Francisco significó encontrar la maravilla…

—Pues no te lo creas. Justamente por no poseer una técnica masculina desarrollada, al principio fue un shock. Sucedió que Esquivel daba sus clases aplicando la técnica cubana, que es tan fuerte, mientras yo estaba bastante verde. Pero poco a poco, con paciencia y su saber hacer, fui mejorando. Por eso decidí quedarme dos años y graduarme con 19, lo cual equivalía a aprender durante más tiempo de Jorge Esquivel, pero también de la maestra Aurora Bosch, que también pasó por allí; de Mikko Nissinen, actual director artístico del Boston Ballet; de Antonio Castilla, que formó parte del Ballet Nacional de España y del San Francisco; del colombiano Ricardo Bustamante, que integró el American Ballet Theater... Todos ellos me fueron moldeando como artista, aunque Jorge ha sido mi mayor escuela.

—Es evidente que Cuba ha estado muy metida en ti...

—Es innegable. Hasta mí han llegado notables influencias de grandes artistas que son hijos de esta bella tierra. Me hace feliz también el hecho de que mis relaciones con gente de este pueblo se extienden al plano personal.

—¿Cómo te uniste al San Francisco Ballet? ¿Fue una decisión tuya?

—Permanecer en Estados Unidos no es tan sencillo para los extranjeros, pues se requiere de un permiso de trabajo otorgado por las Oficinas de Inmigración. Debes reunir suficientes argumentos para que entiendan por qué te contratan a ti y no a un norteamericano.

«Ya en San Francisco me inicié como parte del cuerpo de baile, en el cual permanecí desde 1999 hasta 2005 en que obtuve la categoría de solista, que mantuve hasta 2007, cuando me uní al Dutch National Ballet de Ámsterdam, de Holanda.

«De San Francisco recuerdo aquellas temporadas del clásico Cascanueces que significaban más actuaciones para la gente joven. Igual no olvido cuando en el 2005 el director me creó un ballet para la gala inaugural de ese año. Luego, poco a poco, fui asumiendo roles principales en coreografías de Hans Van Manen, Balanchine, Christopher Wheeldon, Alexei Ratmansky, Robbins... Mi repertorio se fue enriqueciendo.

—¿Por qué entonces el cambio?

—El San Francisco Ballet se distingue por poseer una nómina grande de bailarines principales. Por tanto era difícil meterse dentro. Yo me aprendía más y más coreografías, pero jamás llegaba a bailarlas. No veía escenario en las cosas de mayor relevancia y tuve la sensación —quizá prematuramente— de que tardaría un mundo en subir. Encontré otra posibilidad de crecimiento después de bailar con el San Francisco Ballet en un festival en Holanda, en el cual se celebraba un aniversario de Hans Van Manen. Me interesó lo que me mostró el Dutch National Ballet, hablé con su director, y decidí cambiar.

—¿Valió la pena?

—En algunos aspectos sí, en otros no estoy tan seguro. Llegué a Ámsterdam y todo empezó muy bien, sin embargo, me lesioné en la espalda. Fue una época muy difícil para mí, que me enseñó mucho. Resultó complicado recuperarme de una hernia discal en la zona lumbar. Conseguirlo la primera vez me tomó ocho meses. No quería dejar de bailar porque recién me había unido a la compañía. Pero después de un año volví para atrás. Esta vez ponerme en forma exigió año y medio de una tensión terrible.

«Creía que no bailaría nunca más. Un poco resignado me puse a recibir cursos de formación profesional de Gyrotonic y Pilates con el fin de convertirme en instructor. Como debía hacerlo bien para luego poder enseñar, comencé a sentirme mejor de la espalda. Con unos meses de trabajo ya estaba en forma. Me audicioné para la Compañía Nacional de Danza, que conduce en la actualidad José Carlos Martínez, quien fuera Etoile de la Ópera de París, y me escogió como bailarín principal, consciente de lo que me había ocurrido, pero con la confianza de que poco a poco iría mejorando, y así fue. De 2012 a 2016 me he encontrado casi mejor que cuando dejé de bailar».

—¿Conocías a Viengsay de antes?

—La conocí brevemente cuando estuve en Cuba hace cinco años, a trabajar con un terapeuta como último recurso cuando estaba lastimado de la espalda. Una tarde que Viengsay pasó por la consulta nos presentaron. Sabía de ella, pero solo como bailarina.

«Bailaremos el próximo 1ro. de noviembre y estoy muy contento, aprendiendo lo que representa una primera figura en el Ballet Nacional de Cuba: el cariño y la admiración que le tiene la gente, algo que se siente y se vive. Viengsay es una artistaza, como decimos nosotros, y a la vez accesible, cercana, llena de paciencia para explicármelo todo. Sí, estoy más que ilusionado. Para mí es un verdadero placer.

—Empezaste con ocho años y ahora cuentas con 36… ¿Qué tal te has llevado con la danza en todo este tiempo?

—Fue duro cuando no pude bailar porque le echaba mucho de menos. Moría de ganas de volver. Lograrlo ha sido como renacer de mis cenizas. Ahora valoro la danza y la disfruto de otra manera, porque a veces nos pasamos el tiempo buscando demasiado el perfeccionismo y no llegamos a vivir plenamente todo lo que nos puede ofrecer la profesión de bailarín, máxime en una carrera corta. Te puedo asegurar que ahora más que nunca amo la danza. La quiero y la respeto.

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