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Historias de amor para recordar

Acosta Danza honrará a Fidel, dedicándole este miércoles la presentación de Tocororo Suite, en la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Tuvo la dicha de ser la protagonista de Tocororo, fábula cubana, la obra en la que el mundo puso sus ojos en el año 2003. No podía ser de otro modo cuando se trataba del estreno de Carlos Acosta como coreógrafo. Y ella, Verónica Corveas, entonces miembro del Ballet Nacional de Cuba (BNC), se convertía, junto al ícono de la danza internacional, en figura principal de un espectáculo en el que convergen en armonía lo clásico y lo contemporáneo con nuestras fuertes raíces culturales.

Verónica Corveas y Carlos Acosta, los protagonistas de Tocororo. Foto: Alejandro Ernesto (EFE)

Aquel acontecimiento ocurrió hace 13 años. Y el suceso fue doblemente emotivo porque tuvo a Fidel como testigo de un momento de belleza, cubanía y crecimiento plenos. De hecho, agradecido del ángel de la sensibilidad del estadista que con su obra política y social elevó la danza a la cima de la cultura nacional, Acosta, quien ascendió a la tablas desde la humildad de su procedencia, honrará con su compañía al Comandante en Jefe, dedicándole este miércoles la presentación de Tocororo Suite, a las 8:30 p.m., en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.

De este modo también inicia Acosta Danza una esperada temporada, que se extenderá hasta el venidero día 11, y en la que aparecen en el programa dos estrenos mundiales: Hokiri, del galo Mickael Marso, y Babbel 2.0, de la catalana María Rovira.

Asimismo el público tendrá la oportunidad de disfrutar de esa joya nombrada Fauno, de Sidi Larbi Cherkaoui, que alternará con el pas de deux Derrumbe, del coreógrafo cubano Miguel Altunaga, la cual se ejecutará por primera vez en la Isla. Y, por supuesto, estas presentaciones le darán la posibilidad de rencontrarse con la Corveas, quien volverá a asumir el rol estelar de Tocororo Suite.

«La de 2003 fue una noche inolvidable, aunque realmente el mayor intercambio Fidel lo estableció con Carlos y con el padre de este, que también estaba allí», recuerda como si fuera ahora Verónica, mientras conversa con JR.

«Era impresionante cómo un hombre de la talla de Fidel sacaba tiempo para estar en aquella función y para dialogar con nosotros. Entonces nos hizo varias preguntas: de dónde procedía cada cual, cómo habíamos llegado hasta nuestras respectivas compañías... Igual le preguntó a Miguel Iglesias, director de Danza Contemporánea de Cuba (DCC), sobre la sede en la que trabajaba. No olvido que él le explicó la situación terrible en la que se hallaban los salones de ensayo... Y allí, ante todos, Fidel hizo una promesa que cumplió: de pronto el panorama de DCC cambió por completo.

«Me llamó la atención que Fidel reflexionara con Carlos sobre la historia que este contaba en Tocororo: la de un niño humilde de campo, quien se había esforzado y gracias a la Revolución había conquistado su sueño... En esa conversación estuvo la génesis, en cierto modo, de los Talleres Vocacionales que Fidel impulsó como parte de la Batalla de Ideas», rememora Verónica, nacida en Pinar del Río, donde dio sus primeros pasos de ballet, antes de llegar a la Escuela Nacional de Arte (ENA).

«Me vi obligada a trabajar muy duro para poder estar al nivel de mis compañeras, pero fue una etapa muy linda. Le agradezco infinitamente a mis profesoras: Ana Julia Bermúdez, Adria Velázquez, Martha Iris, Mirta Hermida…, que se llenaron de bondad y amor... Sí, traía problemas con los brazos, con la colocación de la cabeza, pero ellas eran muy pacientes y yo muy voluntariosa».

Muchos momentos increíbles vivió Verónica durante su proceso de formación. Igual hubo otros a los que tuvo que sobreponerse, como cuando la sometieron a una operación del pie izquierdo, por una exostosis ósea (un crecimiento excesivo benigno del astrágalo). Y de todos modos, fue elegida para que integrara las filas del BNC. Por supuesto que no escatimó esfuerzos, pero valió la pena. Tanto que alcanzó la categoría de bailarina principal.

«Fueron 18 años dentro del BNC. Como ocurre en la vida misma: allí disfruté de momentos felices y viví otros algo tristes porque en una carrera como la nuestra a veces los acontecimientos no se dan como uno espera. Sin embargo, siento que el saldo es positivo. En esa etapa pude centrar la Aida de Verdi en Verona, Italia, a propuesta de la maestra Loipa Araújo; interpreté la Reina de las Wilis, gracias a la dedicación de la maestra Aurora Bosch: juntas experimentamos un proceso mágico de trabajo; la maestra Josefina Méndez estuvo muy cerca de mí cuando fui contratada en Sudáfrica...».

—Pero ahora estás en Acosta Danza...

—Yo soy de esas bailarinas que siempre he sentido atracción por lo contemporáneo. De hecho, mientras formé parte del BNC bailé con frecuencia piezas de este corte en tiempos de Festivales Internacionales de Ballet de La Habana: Tierra y Luna, El gran baile, Compás, Didenoi...

«Pero cuando Carlos decidió armar su propia compañía y me contó lo que tenía en mente le dije: “Pues yo estoy contigo. Quiero acompañarte”, y ojalá que las fuerzas me alcancen para mantenerme junto a él por mucho tiempo, porque los años pasan y ya he soportado varias operaciones en mis tobillos. A estas alturas de mi carrera ya tenía suficiente con el clásico. Además, necesitaba algo nuevo, diferente… ¡Cómo me gustaría contar ahora mismo con 20 años! (sonríe). Lo mejor es que sé que nunca es tarde para aprender».

En busca de un sueño

Como Verónica, Jesús Enrique Corrales Rodríguez vio la luz en Vueltabajo, pero en Mantua, tierra famosa por entregar al BNC no pocos de sus mejores bailarines del sexo masculino.

En el caso de este joven, su acercamiento a la danza se produjo por insistencia de una de sus maestras. Tuvo la suerte de que desde pequeño encontraran en él magníficas condiciones, pero al principio parece que no se lo tomaba demasiado en serio.

«El “trauma” apareció en noveno grado, cuando me tocó el pase de nivel a la ENA. No me lo permitieron porque no me alcanzaba el promedio. Es verdad que en la parte de ballet no había crecido lo suficiente. Lo admito. Había otros muchachos mejores que yo. No me había creído lo de esta carrera a pesar de que los maestros insistían: “Pero, muchacho, cómo tú vas a estar ahí sin esforzarte. Trabaja para que explotes ese potencial que tienes”».

Por la mamá de un compañero que estaba en idéntica situación supo de la idea de este de presentarse en la escuela del Ballet de Camagüey para probar fortuna, y para no hacer el cuento muy largo, Jesús logró clasificar. «Sufrí ese examen hasta el final, porque no escuchaba mi nombre. Fue el último. Me dijeron que me darían una oportunidad porque aún no cumplía con los requisitos, pero igual veían en mí un algo, especialmente la maestra Elvia Caballero Hernández, que resultó un pilar en mi preparación».

Con Elvia, Jesús avanzó lo que nunca en su vida, hasta que ella partió a un compromiso internacional. Entonces fue un segundo año en baja, tal vez esperando por su motor impulsor: la maestra. Pero su ángel protector vino de vuelta y todo ocupó su lugar. Fue así que consiguió entrar por la puerta ancha al Ballet de Camagüey bajo la dirección de Regina Balaguer.

«En esos cuatro años aprendí otro mundo. Comencé como cuerpo de baile, pero poco a poco me confiaron roles principales. Para mí fue muy estimulante también la colaboración con un coreógrafo como Gonzalo Galguera, quien me llamó para que me sumara al elenco de piezas suyas como Peregrinos, Benedictus, Cantuus Perpetuus, Bolero… También para su versión de Don Quijote donde me entregó el rol de Espada…».

¿Y la compañía de Carlos Acosta? «Apareció cuando estaba a punto de aceptar un contrato para México. Me enteré de sus audiciones cuando vine a la capital para arreglar unos documentos. Entonces me dije: “Si mi ídolo está armando una compañía, yo quiero pertenecer a ella”. Lo había admirado tanto en los videos... Regresé a Camagüey, busqué mi ropa de trabajo e “imploré” para que me dejaran audicionar porque la cola de espera era infinita», cuenta Jesús, a quien veremos en Tocororo y en Babbel 2.0.

«La alegría fue enorme cuando me dijeron que había pasado a la segunda vuelta, y mayor cuando lo conseguí. Carlos se me acercó y me preguntó si yo estaba seguro de mi decisión. “No montaré los grandes clásicos, sino que trabajaré con fuerza la línea contemporánea, piénsatelo bien”, me explicó. Pero no había nada que pensar. Acosta Danza era lo que siempre había soñado».

—¿Te ha ido bien?

—Genial. Entrando en la compañía tuve el privilegio de bailar Majísimo junto al mismísimo Carlos, de defender el Don José en su Carmen; también de interpretar el acto blanco de El lago de los cisnes… Me siento muy complacido... Quienes me conocen, y hasta aquellos que han estudiado conmigo reconocen que me muevo en la escena de otro modo, que lo que soy nada tiene que ver con el bailarín de antes».

—¿Y ahora quién te empuja?

—Yo mismo. En Camagüey me di cuenta de que esta es una carrera en que si no pones de tu parte, si no entregas el corazón, nadie lo hará por ti.

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