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Mi compromiso es con el arte, con la gente

La actriz y dramaturga que ha dirigido durante 25 años un proyecto fundamental para la cultura cubana como Estudios Macubá, acaba de merecer el Premio Nacional de Teatro 2017

Autor:

Alejandro A. Madorrán Durán

A Fátima Patterson le brillan los ojos cuando recuerda capítulos de su existencia, como si provocaran en su memoria una sensación placentera, como quien vuelve la vista hacia atrás y siente el orgullo de lo vivido. «Nací en Los Hoyos, un barrio muy especial, porque es portador de muchas tradiciones. Allí está la conga que tiene su foco cultural, la carabalí, y la tumba francesa. Todo se encuentra en un circuito muy estrecho, y cercano de donde yo crecí.

«Desde pequeña sentía esos ritmos, día tras día, noche tras noche. Con toda esa música a mi alrededor, no podía ser de otra forma, aunque debo confesar que aprendí a bailar cuando tenía 12 años, porque era una muchachita que me criaron dentro de la casa», cuenta a Juventud Rebelde esta gran mujer que se ha entregado por años al universo de las tablas.

Precisamente, por estos días ha sido recompensada su labor de tantos años con el Premio Nacional de Teatro (2017), para así perpetuarse en ese grupo de creadores que han aportado su talento y esmero al patrimonio de nuestra cultura nacional.

Dicen algunos amigos y compañeros de profesión de la Patterson, que debió merecer ese reconocimiento desde mucho antes, en cambio, al escuchar tales criterios, ella se mantiene en calma. Aunque apenas la conozca, sé que para esa mujer pequeña y de hablar pausado, el mayor premio es sentir tanto amor cada día por el teatro.

Se trata de una larga pasión que palpita en las historias de vida de tan destacada artista santiaguera, quien asegura que haber visto la luz en Los Hoyos condicionó de muchas maneras a la persona de enorme humanidad que es hoy. Allá, en su Chago, también nació su sensibilidad artística y su peculiar forma de expresarse.

—Fátima, ¿qué otros factores favorecieron su inclinación artística?

—Mi padre fue una gran influencia para mí. Su nombre era Mario Patterson y dirigía su propia orquesta. Casi siempre él me llevaba a las actividades donde tocaba. En esos años comencé a estudiar piano, pero solo tuve una experiencia con el instrumento, precisamente en la orquesta de mi padre. Resulta que un día me invitó a interpretar una partitura junto a sus músicos, y aunque pude tocar la pieza, aquello me dio mucho miedo. Después de esa presentación decidí que no continuaría, no era mi camino.

«De algún modo pienso que ese hecho marcó mi carrera, porque mi sueño fue siempre ser una gran vedette, y no ocurrió así, aunque el teatrólogo, investigador y promotor cultural Eberto García Abreu, a quien aprecio mucho, me dijo que yo era una muy peculiar, porque canto, bailo y toco instrumentos. Entonces me lo creí».

—Si bien la música no constituyó su camino, sí lo fueron la radio y la televisión. ¿Cómo llegó a esos medios?

—Mi primer contacto con el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) tiene mucho que ver con mi madre, quien es una mujer sabia, de mucha educación, proveniente de Puerto Padre, Las Tunas, y quien trabajó no pocos años como doméstica en casas de personas con mucho dinero. Al parecer, esas experiencias le habían dado una manera muy particular de ser y de querer obtener cosas.

«Yo fui una joven muy precoz. A los 18 años tuve a mi hija. Me había casado, pero la relación duró poco. Entonces a mi madre no le gustó que anduviera sentada sin hacer nada en la casa, tenía que estudiar o encontrar un trabajo. Me explicó que podría ser enfermera o maestra, pero sencillamente no me gustaban esas opciones, hasta que un día encontré en la prensa una convocatoria para entrar al ICRT. Un mes después de presentarme me mandaron un telegrama diciéndome que me habían aceptado en el curso para formación de actores.

«En esos años recibí diferentes entrenamientos: clases de expresión corporal, actuación y danza. En general hice mucha más radio que televisión, por razones que he explicado en anteriores ocasiones como, por ejemplo, que no soy el biotipo que buscan para la pantalla».

—¿En qué momento y por qué decide migrar al teatro?

—En el ICRT tenía muchas insatisfacciones, sentía un gran vacío espiritual, y yo pienso que el arte es algo que debe compensarte en ese sentido. Después de siete años trabajando en la radio y la televisión, decidí probarme en el teatro, sobre todo guiada por los consejos de mis amigos.

«Jamás había actuado en el teatro. Solamente tenía unas pocas experiencias del movimiento de artistas aficionados. Sin embargo, como suele suceder cuando se es joven, pensaba que me lo sabía todo. Recién iniciada en el Cabildo Teatral Santiago me dieron un personaje dentro de la adaptación de la obra El macho y el guanajo, de Soler Puig. Para la interpretación me preparé y ensayé cada parlamento y gestualidad, pero en la puesta en escena me proyecté como la gran estrella que iba a estrenar el personaje. Recuerdo que Raúl Pomares, entrañable amigo, me dijo que yo no había actuado, que me había mostrado como un pavo real en el escenario, y aquello no era hacer teatro. Tuve que bajar la cabeza y comenzar a beber de todos los que tenían más experiencias. Fue una lección de vida».

Con la obra Repique por Mafifa usted inició su carrera como dramaturga y posteriormente decidió crear su propio grupo de teatro Estudio Macubá. ¿Quién fue Mafifa?

—Mafifa fue la primera mujer campanera de la conga de Los Hoyos. Se llamaba Gladys Linares, pero los congueros le decían la niña Mafifa. Fue una mujer que transgredió todo, porque aunque trabajaba en un centro de elaboración de alimentos, y era respetada por sus compañeros, decidió que quería tocar con la conga, una agrupación marcadamente machista. Su propósito era ser respetada por ser igual a los hombres. Ella hacía lo mismo que ellos, bebía aguardiente, compartía los mismos lugares, salía de gira con la conga...

«Como a veces la sociedad impone prejuicios, muchos la tildaron de prostituta, o de lesbiana. Finalmente, Gladys murió del corazón, de un infarto, a los cincuenta y tantos años. Y por primera vez la conga salió tocando detrás de un féretro. Sin embargo, nadie cantó ni arroyó, solo iban siguiendo la comparsa hasta el cementerio. Pero lo sorprendente de la historia de Gladys Linares fue que después de toda esa fabulación se identificó que ella era virgen.

«Yo no la conocí personalmente. Cuando decidí escribir de Mafifa, ya había muerto. Me encontré con una de sus fotos en el foco cultural de la conga, con la cual se produjo una comunicación instantánea. La impresión fue tal que tuve que salir corriendo para mi casa. Escribí de un tirón la obra».

—¿Cree que hubo una conexión espiritual entre usted y Mafifa?

—Estoy convencida de que sí. Yo creo que esa energía existe, y la he sentido. De hecho, es un proceso. Para Repique por Mafifa le propuse el personaje a muchas actrices y ninguna lo tomó, lo tuve que asumir yo misma. Cuando la interpreté fue de una manera diferente a la convencional, había una energía muy especial, y en otro momento esa sensación también ha surgido.

—La creación de Estudio Macubá constituye un hito importante dentro de su carrera. ¿Qué han representado para usted los 25 años al frente de ese grupo?

—En estos años he vivido de todo: encuentros, desencuentros, momentos muy felices, otros muy desagradables; grandes abrazos, gente que llega, gente que se va. Sin embargo, ha sido un grupo estable a pesar de todo. Empezamos seis y ahora somos 14. Ha sido una vida entera de trabajo, muchos años que se dicen fáciles, pero no lo fueron.

«A Macubá le debo el oficio de dramaturga. Allí comencé a escribir de una manera diferente, ya que me nutro, fundamentalmente, de lo que ocurre en la escena, de la improvisación de los actores, de la atmósfera que ellos crean a partir de las historias que les cuento».

—¿Qué nuevos proyectos se plantea en el futuro?

—Hay varios para este mismo año. Pero sobre todo hay que sentarse a pensar, porque los tiempos son diferentes. Observar el trayecto transcurrido me pone en la situación de repensar cómo vamos a continuar para no agotarnos, para no aburrirnos.

«Hay retos que debemos desafiar, en cuanto a la sociedad, a la vida, porque el actor y el teatro tienen un compromiso social, tienen que andar junto a los tiempos actuales. Por otra parte, nosotros somos muy apegados a la tradición, a los elementos culturales e identitarios, porque es necesario resguardar la memoria, y se debe potenciar el pensamiento de las nuevas generaciones. Me siento obligada a todo eso, lo mucho o poco que me pueda quedar de tiempo tengo que dedicárselo a ello, porque es mi compromiso. Mi compromiso es con el arte, con la gente».

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