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Yo dudo de todo lo que escribo

A la diversidad de oficios de Álvaro Martín Peraza se le suma una nueva condición: la de escritor, que consagra su vocación de poeta a través de su ópera prima Los días ajenos, volumen publicado por Ediciones Ávila

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

FLORENCIA, Ciego de Ávila.— Álvaro Martín Peraza (Ciego de Ávila, 1989) tiene tantos oficios como inquietudes. Es licenciado en Estudios Socioculturales, graduado en Grabado de la desaparecida Academia de Artes Plásticas Raúl Martínez, locutor, fotógrafo, miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Agencia Cubana de Derecho de Autor Musical (ACDAM).

Ahora se suma una nueva condición: la de escritor, que consagra su vocación de poeta a través de su ópera prima Los días ajenos, volumen publicado por Ediciones Ávila. Oriundo de Chambas, el joven llegó al municipio de Florencia hace siete años, después de conocer a su esposa Analay Cabrera Herrera en la Academia de Artes Plásticas.

De esa unión, explica Álvaro, salen ideas de trabajo. Precisamente, Analay es la autora de la imagen de portada: una sugerente foto de líneas del tren, que se unen y luego toman caminos en solitario, y se convierten en una invitación a comprender los mundos personales que se abren con la lectura de los poemas del libro.

—Tú eres artista de la plástica de formación y, sin embargo, ahora escribes poesía. ¿Por qué ahora sí poeta y no dibujante?

—Por varias razones. Primero, porque antes de ser dibujante estuvieron los intentos por escribir poemas. La plástica lo que hizo fue visualizar la palabra. De hecho, lo que más hago es escribir, hoy no concibo demasiados grabados. Lo que pasa es que al final no hago tantas distinciones. Los poemas son intentos de dibujar con la palabra, de hacer visible una imagen a través de la lírica y es lo que he tratado de pulir y convertir en un estilo. En mi caso, el poeta y el grabador son una misma cosa: una unidad.

—Con mucha razón, la escritora avileña Ileana Álvarez señala en el prólogo del libro que tú vienes a insertarte en una región con una fuerte tradición de poetas. A tu criterio, ¿por qué Florencia da tantos poetas?, ¿por qué allí es tan fuerte la poesía?

—Bueno, no puedo decir con certeza la razón. Otros darán mejores explicaciones que yo. Lo que sí puedo asegurar es que Florencia tiene una energía oculta, algo que hipnotiza. ¿Qué es? Lo desconozco. Quizá pueda ser el paisaje con ese contraste de bosque de llanuras con el de las montañas; la manera de ser del florenciano..., no te puedo decir. La primera vez que llegué a la zona sentí como unas resonancias. Tal vez es una ilusión o una idea. El caso es que Florencia resulta un lugar muy inspirador.

—En esas inspiraciones, ¿qué papel juega el paisaje?

—El paisaje de Florencia es una máquina de producir poesía. Atrae mucho por su belleza, sus misterios y las ilusiones que convoca. Si no provoca poemas, al menos te pone a pensar.

—¿En qué medida te sientes partícipe de esa tradición de la cual habla Ileana Álvarez?

—Esa tradición está en mí porque la reconozco, la respeto y bebo de ella; pero también la veo como un punto de ruptura, de apartarme. ¿Parece extraño, verdad? En la zona de Florencia y Chambas hay una fuerte presencia de la décima, al punto de que uno siente una asfixia. Por eso no quise quedarme en esa forma estrófica y en mi libro hay irreverencias, apreciables en sonetos, versos libres y otras modalidades como el haikú y la tanka. Yo creo que la tradición es un sustento, pero también debe convertirse en una invitación a transitar por nuevos caminos.

—Toda obra tiene un inicio. ¿Cuáles fueron los tuyos? ¿Dónde te iniciaste en la poesía?

—En la Casa de la Cultura de Chambas. Allí participé en un taller de poesía y debo mencionar a dos profesores: Enrique Carvajal, poeta ganador del Premio Wolsan hacia Iberoamérica, y Marisol García de Corte, escritora de décimas y sonetos, muy poco promocionada, y que tiene cuatro libros.

«Ellos tenían un consejo: duda siempre de lo que escribas. Es decir, no creas en lo primero que pusiste en el papel. Ve siempre a la revisión, a buscar nuevas posibilidades. Tanto Marisol como Enrique eran despiadados a la hora de valorar un poema. Al principio, daban propuestas para superar las dificultades. Después, no lo hacían porque esas soluciones debías buscarlas tú. Hoy debo hacer una confesión: agradezco ese rigor por muy duro que pareció en algún momento».

—¿Cuál es tú método para escribir? ¿Te demoras, persigues la palabra o los versos salen al momento de la inspiración?

—Yo me atengo a un principio: si en un día puedes escribir un verso bueno, entonces no escribas el poema. Ese consejo me lo dio Modesto San Gil, poeta de Chambas, de origen canario. Él, a su vez, lo tomó del poeta Ovidio.

«Voy a ser sincero: yo dudo mucho de lo que escribo. Este libro lo empecé en el 2013 y ahora se publicó. Para escribir, lo primero que debe aparecer es una sensación, una fuerza que empuja. Después viene esa búsqueda de la perfección, la sospecha de poder hacerlo mejor y que termina en una especie de excomulgación, en una agonía a través de la palabra en la cual odias y, al mismo tiempo, amas a la poesía».

—Volvamos al principio: a Florencia. El paisaje y la vida allí es muy inspiradora, pero promocionar tu obra puede ser muy complicado en un lugar distante. ¿No crees que eso pueda derivar en un problema en tu vida como escritor?

—En cierto sentido, sí. Es cierto que las lejanías de los centros culturales pueden ser un problema para dar a conocer tu obra. Debo reconocer que la AHS ayuda muchísimo; pero pienso también que esa distancia tiene sus oportunidades, y una de ellas es que obliga a la autoexigencia. Yo no hago vida literaria, tampoco participo en muchos eventos y eso te fuerza a escribir, a imponerte una búsqueda de la perfección.

—Bueno, las últimas preguntas. ¿Por qué la narrativa no? ¿Por qué, por ejemplo, no te decides a escribir cuentos?

—La narrativa que está en mí, convive con el poeta. Al principio decía que yo dibujo a través de la palabra. Ahora añado: yo cuento a través de la poesía y eso está en mi libro: sucesos, sonoridades que he sentido en Florencia, como vendedores de ajo y cebolla con sus pregones cuando llega el tren. Pero hay algo más, otra confesión. Cuando he tratado de escribir un cuento, me ha salido un poema. Y en esa angustia, en la que debes decidir con quién te quedas, yo he tomado la decisión. Me quedo con el poema.

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