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Un comediante de Liliput

Conocido en el panorama artístico nacional como El Gigante del humor, José Ricardo Téllez Fernández acumula en sus 48 años de edad y sus 1,33 metros de estatura un gran carisma

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Las apariencias engañan. Y eso me ocurrió con este pequeño gran hombre cuando lo entrevisté, a propósito de un espectáculo suyo en esta provincia. Lo creí un actor de reparto más, distanciado de los temas elevados. Y me encontré con un cubano con innumerables lecturas y muchos deseos de triunfar.

—He escuchado decir que eres santiaguero, ¿es cierto?

—No, soy habanero de pura cepa. Imagínate que nací en Maternidad de Línea. Mis padres sí eran de allá, de la tierra caliente. Los dos vinieron para la capital en los años 50 y aquí tuvieron a sus cuatro hijos. Somos tres hembras y yo, el menor, tanto de edad como de estatura. ¡Ah!, y siempre he vivido en Arroyo Naranjo.

—Háblame de tu familia y de tu infancia. ¿Cómo las recuerdas?

—Con muchísimo cariño. Y eso que yo era del cará… Con este tamaño me fajaba con cualquiera, porque mi barrio no era fácil. Así jugué pelota, monté bicicleta, aprendí a nadar, empiné papalotes, hice travesuras, rompí cristales… Y, como al echarme a correr siempre llegaba último, muchas veces pagué platos rotos ajenos.

—¿Recuerdas alguna anécdota de aquella etapa de tu vida?

—¡Una pila! Cuando íbamos a robarles naranjas a un vecino, antes de tirarle piedras a la mata, mis compinches me decían: «Jose, corre delante, para que no te descubran». Pero mis piernas cortas me traicionaban. Al verme de lejos, el afectado decía: «En el grupo está el enano». Y entonces se sabía quiénes eran los otros.

—Cuéntame de tus estudios. ¿Cuándo comenzaste a ir a la escuela?

—Empecé en prescolar, con cinco años de edad, porque nunca fui a un círculo infantil. Como era fuerte de carácter y me respetaban mucho, Margarita, una maestra a la que recuerdo siempre, me puso de jefe de mi grupo. Si algún niño hablaba cuando debía hacer silencio, bastaba que lo mirara serio para que se callara.

—¿Nunca tuviste problemas ni te gastaron bromas de mal gusto?

—Jamás fui objeto de burlas por parte de mis compañeros. Bueno, al menos delante de mí ninguno lo hacía, porque sabían que yo me mandaba. Así que evitaban darme «chucho». Por el contrario, como los chivadores sabían que me prestaba solo a la hora del bonche, me buscaban para ir a mortificar a otros muchachos del grupo.

—¿Y académicamente cómo te fue en aquellos años de la primaria?

—Muy bien. Tanto que, cuando terminé el sexto grado, estuve entre los mejores graduados. No se me olvida lo emocionado que me puse cuando me llamaron para recoger el diploma. En aquella etapa fui dirigente pioneril y hasta pasé un curso en el campamento de Tarará. Luego socializaba en los matutinos todo lo aprendido.

—Comenzaste entonces la secundaria y eras ya un adolescente…

—Sí, y frecuentaba las fiestas con mis amigos. Pero como era el más pequeño y el más feo, las chicas se negaban a bailar conmigo. Entonces se me ocurrió una táctica. Les decía a mi gente: «Vamos echando, que esta fiesta no sirve». Y todos me seguían. Al ver que los varones se marchaban, las muchachas exclamaban: «¡Ay, por favor, no, no se vayan!». Y a cambio me concedían una pieza.

—¿Qué otras remembranzas conservas de tu etapa secundaria?

—Recuerdo las escuelas al campo. En séptimo y octavo grados se hacían cerca de La Habana, a veces en Batabanó. Nos divertíamos mucho. En noveno íbamos para el cultivo de tabaco, en Pinar del Río. Al terminar ese curso dije en mi casa que quería hacer becado el preuniversitario. Estaba hasta la coronilla de que me dijeran a qué hora debía regresar cuando salía por la noche.

—Y te fuiste para el pre en calidad de estudiante interno…

—Sí, obtuve una plaza para el Instituto Preuniversitario en el Campo Francisco Caamaño, en Melena del Sur. ¡Las diabluras que hice allí durante aquellos tres cursos! Como era el más chiquito de la escuela, me escondía en el sótano para no ir al campo. ¡Por el hueco de entrada solo cabía yo! Pero nunca dejé de esmerarme en los estudios. Fíjate que tuve un buen lugar en el escalafón.

—¿Qué hiciste cuando terminaste el duodécimo grado?

—Eso fue en 1986. Pero primero te cuento algo. En onceno grado, ya estaba constituido el Destacamento Carlos J. Finlay. Yo quería ser médico y estaba embullado. Pero el tribunal de selección me descalificó. Uno de sus miembros dijo, en público, que la carrera de Medicina no era para personas con impedimentos físicos. ¡Y yo no tenía ninguno! Aquella injusta decisión me decepcionó mucho.

—Sin embargo, te quedaban otras opciones. ¿Qué resolviste hacer?

—Estudiar Diseño mecánico industrial. Cuando terminé, me ubicaron en un almacén ajeno a mi perfil. Pero lo que sucede, conviene. Cierto día de 1989, y por casualidad, estuvo por allí el escritor humorístico Otto Ortiz. Hablamos y me propuso unirme a un grupo llamado Los hepáticos. Ahí comenzó mi carrera en la actuación.

—Cuéntame de esa etapa. ¿Cómo te integraste a lo desconocido?

—Muy bien. Allí conocí a unos tipos chéveres: Omar Franco, Carlos Vázquez (Riquimbili), Luis Simpson… Debuté en un festival que organizaba Virulo en la Cujae (Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría). Llevamos dos obras que gustaron: Los guapos y La cafetería. Las presentamos luego en el teatro Karl Marx ante cientos de personas. En 1993 acudimos al Primer Festival Nacional del Humor Aquelarre. En ese año estuve entre los fundadores del Centro Promotor del Humor. Y en 1996 asistí a la Bienal Internacional del Humor de San Antonio de Los Baños.

—Pero pasado un tiempo Los hepáticos casi se desintegraron…

—Sí, la mayoría de la gente se marchó a buscar nuevos caminos. Yo me mantuve un tiempo más. En 2001, junto con Sergio Forlán, formé el dúo Humor y medio. Actuamos en teatros y cabarés de toda Cuba e hicimos trabajo comunitario con el Grupo Nacional de Prevención del VIH-Sida. Otto Ortiz me escribía monólogos. Recuerdo uno titulado Enano, ¿y qué? Ya te digo, los espectáculos en los que participé fueron tantos que perdí la cuenta.

—Tus presentaciones en la televisión han sido muchas y variadas…

—¡Uy, sí, desde 1994! Comencé en Pa’lante en TV. Lo hacían los humoristas de esa publicación. Luego participé en unos cuantos teleplays, y en programas como Sabadazo, Pateando la lata, Para no salir de casa, Deja que yo te cuente, ¿Jura decir la verdad?, A moverse… También en seriales como Aprendiendo con una sonrisa.

—Y sé que te llamaron para varias películas. Háblame de eso.

—Donde primero trabajé fue en Estorbo, una coproducción cubano-brasileña. Eso fue en 1998. Un año después estuve en Lobo de mar, producida entre Cuba, Francia y Portugal. Además, formé parte del elenco de Viva Cuba y de Las profecías de Amanda, filmes que tuvieron gran aceptación. Pero el más importante fue Un rey en La Habana, grabada en España en 2004. Estuve cuatro meses allá. Luego la presentamos en varios festivales en Portugal, México, Estados Unidos, Canadá… Esa película la vieron hasta en China.

—¿Tienes alguna capacitación profesional como actor?

—A mí siempre me ha gustado superarme. Además, la actuación no puede ser empírica. En mi caso, recibí, entre otros, los dos primeros cursos de posgrado para actores del Centro Promotor del Humor. Los convocó la Universidad de las Artes (ISA). También estuve en el curso de Formación de Gestores de Proyectos, auspiciado por el Centro de Información y Estudio de las Relaciones Interamericanas. Y en talleres de la Uneac, de la cual soy miembro.

—¿En qué parte de Cuba te falta por presentarte?

—En muy pocas, de verdad. He recorrido la isla de un extremo a otro varias veces. ¡Hasta en los cayos turísticos me he presentado! Conmigo no va aquello de «conozca a Cuba primero y al extranjero después», porque ya lo hice. Me faltan por visitar la Punta de Maisí y el Cabo de San Antonio. Pero tan pronto organicen por allá algún espectáculo humorístico, acudiré.

—¿Qué otras actividades recreativas figuran en tus gustos?

—Me encanta bailar. Y disfruto todo tipo de música, con la única condición de que sea buena: Andrea Bocelli, Benny Moré, Oscar D’León, The Beatles, Billy Joel, Gente de Zona… ¡Hasta el reguetón me gusta! También está entre mis preferencias leer. Pero en formato de papel. No resisto hacerlo en computadora.

—Para terminar, háblame del amor y de tus amores…

—Sabía que traías esa pregunta en la manga. ¿El amor? Es lo más lindo que existe. He tenido muchas relaciones, todas con mujeres altas. Y me ha pasado lo que a todo enamorado: he sufrido, he hecho sufrir, me han botado, he botado, me han caído detrás, me han celado, he tenido que borrar números de teléfonos… Pero todas mis parejas, sin excepción, han estado claras de que tengo un gran amor al cual no abandono por ninguna: la actuación.

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