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Ishiguro o el statu quo

La Academia sueca, al referirse a Ishiguro, hizo énfasis en la calidad de sus novelas, «de gran fuerza emocional, que han descubierto el abismo bajo nuestro ilusorio sentido de conexión con el mundo»

Autor:

Luis Autié Cantón

Kazuo Ishiguro estaba, en un día normal de una semana normal, sentado en la cocina de su casa londinense cuando recibió la llamada de su editor: «Creo que ganaste el Nobel». No se lo creyó.

«¿Estás seguro?», preguntó Kazuo, con el zumbido sordo que producen en el estómago las sorpresas. Pero no fue hasta que medios de comunicación de mayor envergadura hicieron colapsar su teléfono celular que se agarró bien a la nube de emociones a la cual se había ido subiendo poco a poco. Desde este jueves Kazuo Ishiguro es el nuevo Premio Nobel de Literatura, en su edición de 2017.

Sara Danius, secretaria permanente de la Academia sueca, dio en el clavo cuando, ante la prensa reunida, expectante del fallo, recalcó que Ishiguro «es un escritor de una gran integridad. No mira hacia un lado, ha desarrollado un universo estético propio. Esta vez la elección hará al mundo feliz».

Lo cierto es que Ishiguro no levantará las olas de diez metros que zarandearon a la opinión pública el año pasado, cuando el norteamericano Bob Dylan obtuvo el galardón y muchos, sintiendo que se desacralizaba el arte de escribir, salieron con antorchas inquisidoras a protestar la decisión de que fuera un músico el merecedor de los honores. No levantará olas, pero, de seguro, habrá polémica.

La inercia natural de las letras ha querido que el británico de origen japonés gane el Nobel. Una decisión fiel al statu quo histórico del premio. Escribir para cambiar, mover, sacudir. Y, cabe decir, que lo gane un escritor.

La Academia sueca, al referirse a Ishiguro, hizo énfasis en la calidad de sus novelas, «de gran fuerza emocional, que han descubierto el abismo bajo nuestro ilusorio sentido de conexión con el mundo». Los temas a los que más ha recurrido este novelista son la memoria, el tiempo y el desengaño.

Nacido en Nagasaki el 8 de noviembre de 1954, cuando tenía cinco años Ishiguro se trasladó junto a su familia a Londres. Acabado de llegar, casi sin deshacer las maletas, comenzó a estudiar piano, actividad a la que dedicó los siguientes siete abriles, hasta que cumplió 12. Se notaba en el pequeño Kazuo la necesidad, casi incontrolable, de crear.

Luego terminó sendas maestrías en la Univesidad de Kent y la Universidad de West Anglia, antes de convertirse oficialmente en ciudadano británico en 1984. Por esas fechas comenzó a interesarse en la literatura, y empezó a escribir. Primero relatos cortos, sencillos. Luego guiones para series televisivas. Después, más seguro de sí mismo, incursionó en la novela.

En el año 1989, ya con dos obras publicadas, saca a la luz El resto de los días, quizá su trabajo más famoso y, estoy convencido, el título que puso su nombre en la órbita mundial de las letras. Con ella ganó su primer gran premio, el Booker, uno de los más prestigiosos galardones para escritores que hablan la lengua de Shakespeare. Premio, con casi 30 años de antelación, de su agasajo de este jueves.

«En mi carrera he mirado a individuos que sufren enfrentándose a los recuerdos de su pasado, algo aplicable también a las comunidades y a las naciones. Como autor, una de las cosas que me fascinan es determinar cuándo es mejor recordar y cuándo es mejor olvidar», explicó.

El resto… fue llevada al cine en 1993, dirigida por James Ivory, y protagonizada por Anthony Hopkins y Emma Thompson, en donde el primero interpreta a un mayordomo que sirve a un aristócrata británico, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial.

Un año después, en 1995, fue nombrado Oficial de la Orden del Imperio Británico, y en 1998 el Gobierno francés lo condecoró como Caballero de las Artes y las Letras. En resumen, su obra ha sido traducida a más de 40 idiomas y acumula en su haber siete novelas: a El resto… se unen Pálida luz en las colinas, con la cual ganó el Premio Winifred Holtby, Un artista del mundo flotante (Premio Whitbrea), Los inconsolables (Premio Cheltenham), Cuando fuimos huérfanos, Nunca me abandones (Premio Novela Europea Casino de Santiago) y El gigante enterrado.

Ishiguro es, por lo tanto, un novelista acostumbrado a esto de los bombos y platillos, los laureles y los homenajes. No es nuevo. Pero el Nobel es mucho premio, tanto que hasta el mismo ganador se sorprendió. «Nunca me creí un candidato. Pensaba que era algo que le pasaba a los autores viejos, y esto me ha hecho comprender que ya lo soy. Ha sido una sorpresa genuina. De haberlo imaginado, me habría lavado al menos el pelo, y no hubiera venido directamente de la cocina a hablar con ustedes».

La sorpresa se infla con aire caliente si tenemos en cuenta que su nombre ni siquiera se barajaba entre los principales candidatos. Ni del público, ni de la prensa, ni de encuesta alguna. No obstante, el premio es muy merecido, como lo merecen también el resto de candidatos que acompañaron a Shiguro en la carrera por el Nobel, cuyas identidades se mantendrán en secreto por los próximos 50 años. Pero quizá, tras la tormenta Dylan de 2016, en la decisión de este año pesó más el deseo de amainar la ventolera y volver a la normalidad.

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