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Un artista prolífico e insuficientemente conocido

El 26 de abril se cumplen 80 años del nacimiento de José Delarra, distinguido en todo el mundo por sus esculturas monumentales emplazadas en espacios públicos. Varias son las acciones previstas para recordarlo

Autor:

Aracelys Bedevia

No han faltado por estos días los homenajes a José Delarra. Desde que sus manos dejaron de esculpir, porque se fue hacia la luz, cada mes de abril, amigos, familiares, alumnos y admiradores de este maestro de generaciones se reúnen para recordar su amplio quehacer artístico.

Conocido en todo el mundo por sus esculturas emplazadas en espacios públicos, José Ramón de Lázaro Bencomo (nombre de este artista, que asumió el seudónimo de José Delarra) nació en San Antonio de los Baños, el 26 de abril de 1938, y falleció el 26 de agosto de 2003, en Ciudad de La Habana. Cuentan que con 11 años esculpió un busto de Martí (su primera escultura) en el patio de su casa, de la barriada del Cerro, y que a lo largo de su carrera donó cada escultura que emplazaba.

Realizó más de 2 000 piezas, de ellas dejó para la posteridad 130 obras monumentales y de mediano formato, en Cuba y otros países. Sobresalen, el Complejo Escultórico Comandante Ernesto Che Guevara, en Villa Clara; el monumento al Héroe Nacional José Martí, en México; a las víctimas de Nagasaki, en esa ciudad japonesa; y al internacionalismo en Angola; la Plaza de la Patria, en Bayamo; la Plaza de Holguín; entre otras muchas.

Desarrolló, al tiempo que esculpía, una extensa carrera como pintor, ceramista, grabador e ilustrador gráfico, pues como dice Isis de Lázaro (pintora y una de sus hijas) «nunca se cansó de buscar formas propias de decir, ni se conformó con la pertenencia a una corriente estilística en particular, pensamiento que materializó a través de la experimentación creativa y la incursión en diferentes campos de la plástica».

Piezas pictóricas de su autoría forman parte de colecciones privadas en alrededor de 30 países. Llevó sus obras a 20 naciones y realizó unas 300 exposiciones, entre colectivas y personales. Todo ello sin dejar de involucrarse en la vida política y social del país, de la que fue uno de sus protagonistas.

Imposible no referirse a las acciones comunitarias que desempeñó para llevar el arte al pueblo. A través de la llamada Exposición Móvil de la Escultura Revolucionaria, durante los primeros años de la década del 60 esculpió más de 60 cabezas o fotografías escultóricas del rostro de los pobladores de los barrios adonde llegó.

Regaló mucha obra, enseñó todo cuanto sabía, sin importarle el beneficio económico, y fue alumno, profesor y director de la Academia de Bellas Artes San Alejandro. El interés que mostró siempre por transmitir sus conocimientos y experiencias, quedó plasmado en su libro Laminario de las Artes Plásticas, texto que ofrece, con un lenguaje claro, conocimientos generales sobre asuntos tan diversos como las técnicas del grabado o la historia de obras universales del arte visual.

Esculpió a muchos de sus contemporáneos: Pablo Armando Fernández, sobre un libro; a Olga Navarro, rodeada de mar y caracoles; a Zaida del Río, con un pájaro en la cabeza. También a Jesús Orta Ruiz, Harold Gramatges, y Enrique Núñez Rodríguez.

A los 11 años, haciendo su primera escultura. Foto: Cortesía de la familia del artista.

Sin embargo, creyéndolo quizá eterno, no se le otorgó nunca el Premio Nacional de Artes Plásticas; y es que como afirma su familia, su obra artística es tan prolífica como insuficientemente conocida. No hay en el Museo Nacional de Bellas Artes ni siquiera una pieza de José Delarra.

La última exposición que presentó fue en San Antonio de los Baños (su pueblo natal), en el Museo de Historia, y se tituló Calle Martí no. 3 (dirección de la casa donde nació); y la penúltima en el Memorial José Martí, en abril de 2003 (De la epopeya a la mesura).

A Isis y Leo (dos de sus hijos, ambos escultores y pintores) les enseñó que «antes de esculpir o pintar una figura, hay que conocer quién es el personaje sobre el que va a trabajarse, sus características, temperamento, carácter. De lo contrario —decía— lo que nace es un muñecón vacío»; y a Flor de Paz, la mayor, le inspiró a dibujar el mundo con palabras.

San Alejandro y Yo soy un escultor que pinta

Como parte de las acciones para ubicar a este artista en el lugar que merece, la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, en La Habana, se ha sumado esta vez a los homenajes por los 80 años del nacimiento de José Delarra. En el contexto de las celebraciones por los 200 años de San Alejandro, el 26 de abril tendrá lugar en ese centro de estudios una conferencia dedicada a Delarra.

Está previsto que, ese mismo día, sesione en San Alejandro un panel sobre la vida y obra de este creador, en el que se hará énfasis en sus vínculos con la Academia y aportes a la escultura cubana y universal.

Durante la jornada se inaugurará una exposición colectiva de esculturas, la cual incluye una pieza del homenajeado, y se mostrarán fotografías y materiales audiovisuales relacionados con José Delarra.

Al tiempo que eso suceda, se mantendrá abierta en el Museo de Arte Colonial, en la Plaza de la Catedral, La Habana, la exposición Yo soy un escultor que pinta, la cual fue inaugurada el pasado 6 de abril y podrá ser vista hasta el 27 de mayo.

La muestra está integrada por 20 de sus tintas sobre cartulina, no presentadas anteriormente al público. Se trata de una serie en la que el artista recrea edificios coloniales, la figura del caballo, la imagen femenina y símbolos de la cultura afrocubana, dijo Farah Leyva, una de las curadoras de la exposición.

La base técnica empleada en esas piezas, realizadas con punta, es la transparencia acuosa, explicó Isis de Lázaro, quien resaltó el buen estado de conservación de las pinturas, el cual atribuye a la preocupación del artista por utilizar materiales de calidad.

Las piezas, añadió, son el resultado de años de experimentación y muestran la evolución pictórica de un artista que, al pintar, recurría a tres temas fundamentales: la mujer, el caballo y el gallo.

Mi pintura, dijo en una ocasión Delarra, «es completamente distinta a mi escultura. Nadie puede identificar al escultor por el pintor o el grabador. Estas manifestaciones se diferencian tanto o más que la poesía y la novela. Puede haber un poeta incapaz de redactar una novela o un novelista que no pueda escribir un poema. Si me atengo a las características de mi obra, me autodefino como un pintor colorista; cuando pinto no me importa la tridimensión; mi     pintura no es escultura ni dibujo coloreado, es pintura por sí misma».

Y añadió: «En la escultura no llevé nunca esas mismas motivaciones, ni siquiera iguales temas. Puedo hacer caballos, mujeres, pero más concretos. La tridimensión que hay que darle no siempre permite dar paso a la ilusión óptica. Es volumen hecho, conformado, que se ubica en determinado espacio o contexto y en todo caso puede ser relacionado con los elementos que la circundan. Sin embargo, la pintura es poesía, simbolismo, sutileza. La escultura es la novela y la pintura es la poesía, los sueños. En mí ambas han estado indisolublemente unidas. Yo soy un escultor que pinta».

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