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La niña «vedette»

Una de las ganadoras del primer premio del concurso de La Colmena TV confiesa a JR que no les teme ni a las cámaras, ni a los micrófonos, ni a las luces, ni al jurado, ni al público

Autor:

Liudmila Peña Herrera

MAYARÍ, Holguín.— No se quedó en La Habana como muchos vaticinaron después de verla competir, aunque no fue por falta de propuestas. Sus padres confían en que puede cultivar su talento desde Mayarí y esperan que, luego de ganar uno de los primeros premios de La Colmena TV, las puertas de la enseñanza artística no se le cierren.

«No me dan miedo ni las cámaras, ni los micrófonos, ni las luces, ni el jurado, ni el público. Eso es tener valor escénico y seguir pa’lante», asegura Leydis Thalía Paredes Neira, estudiante de cuarto grado del seminternado Frank País García. 

Cuando esta pequeña de tan solo nueve años habla, una se da cuenta de que el jurado del programa televisivo no se equivocó, porque trae el arte en las palabras, en el rostro, en las manos. Domina un registro lingüístico sorprendente para una niña de su edad y posee una gracia para el diálogo que, unidas a sus aptitudes, van señalando un futuro prometedor. Por eso, bien vale la pena transcribir al dedillo la conversación que sostuvo con JR.

—Cuando te mencionaron como ganadora, comenzaste a llorar y no buscabas el premio. ¿Por qué llorabas?

—Yo no lloré porque quise. Lloré por la emoción del premio, porque nadie se lo esperaba.

—¿Pero tú tampoco?

—No, no me lo esperaba —afirma muy convencida.

—¿Qué sentiste en ese momento?

—Sentí una adrenalina que me subía así, de momento, y por eso empecé a llorar.

—¿Y después?, ¿qué pasó cuando te calmaste?

—Seguía la alegría, pero me sentí un poco aliviada porque era mucho esfuerzo en los ensayos —cuenta recalcando las palabras, como hablan los maestros para que los entiendan bien—. Los ensayos eran de domingo a domingo. Además, hacer las tres cosas (canto, baile y actuación) en un solo programa era algo muy fuerte.

—¿Qué fue lo que no vimos los televidentes después de que salieron del escenario?

—Estuvimos juntos un último rato, dialogando entre nosotros, porque nuestra amistad era tan grande que sentíamos que formábamos una gran familia de niños.

—De todo lo que te dijeron, ¿qué no consigues olvidar?

—Mi mentora del equipo verde, Déborah, fue una de las que más me ayudó y me acompañó en todos los momentos difíciles que pasé: en los ensayos, en la parte de teatro, para la que no estaba tan preparada como para el canto o el baile. Ella me ayudó y me decía a cada rato: «te quiero mucho», «eres una niña superfuerte».

—¿Por qué la actuación fue lo más difícil?

—Porque eran muchos textos para aprendernos. Había palabras extrañas y a veces se me trababa la lengua. Y cuando teníamos que actuar con niñas más chiquiticas, era un poquito más de trabajo.

—¿Cuál fue el texto más complicado que te aprendiste?

—El de los güijes, porque llevaba mucho movimiento, texto y expresión. Éramos güijes, y ellos son hiperactivos. No podíamos, en el medio de la escena, estar preocupados porque se nos olvidara un texto. Si se te olvidaba, seguías.

—¿Te sentías muy estresada?

—No, me sentí relajada. Cuando algo me salía mal, volvía a hacerlo hasta que lo hacía bien. Cuando me tocaba actuar con varones, que son más retozones, yo tenía que coger el mando con ellos. La profesora me decía: «Tienes que coger a ese niño y enseñarle los textos» —dice imitando la voz de la profesora. Y yo le respondía: «No te preocupes, voy a obligarlo. Se lo voy a decir a su mamá para que lo castigue» —en esta parte me río y entonces ella me mira seria y agrega: No, yo sí soy así. Por tal de salir bien y que mi compañero salga igual, soy muy estricta.

—Me dijeron que fue especial tu regreso a Mayarí…

—Toda la gente se paraba delante de la guagua a saludarme. Paramos en Nipe, en Guaro, y decían: «¡Miren, miren a Leydis Thalía, la ganadora!» —recuerda poniéndose las manos como un altavoz imaginario y cambiando la voz. Entonces yo salía y los saludaba, conversaba con ellos y les explicaba cómo fue la competencia. Esa fue una emoción supergrande.

—Parece que ya eres conocida. ¿Es buena la fama?

—Me gusta dialogar con las personas, que me conozcan y sientan admiración por mí, pero es un poquito complicado porque no he podido tomarme un solo día de descanso. Llegué y tuve que salir a otra entrevista. Además, me llaman cantidad. Fíjate que cuando aprobé el casting,  me llamaron 82 personas a mi casa. ¡Imagínate ahora cómo me van a llamar!

—¿Cuál fue el momento más difícil durante la competencia?

—Hubo dos momentos muy difíciles: la semifinal y la final, porque tuve que hacer en cada una las tres cosas. El trabajo era más intenso y no hubo casi tiempo de preparación. Para la actuación me aprendía los textos en un solo día, y gracias a eso pude ayudar a mis compañeritas. Hadassa no sabía leer y yo la apoyaba para que se los aprendiera bien.

—¿No pensaste que ayudar a otro compañero era darle la posibilidad de que te ganara?

—¡Na’! —suelta sin pensarlo. Yo ayudaba a mis compañeros, pero no pensaba en ningún momento en si me iban a ganar: sentía la misma capacidad entre las cinco niñas.

—¿A ti quién te ayudaba?

—Hubo un momento en que no me salía un movimiento en la danza y mis compañeras me ayudaron hasta que lo supe hacer. Entonces me dije: «guao, ¡qué lindo que me apoyen!».

—¿Y el momento más hermoso?

—Cuando gané, porque yo no quería ir ni a las audiciones. Mis padres casi me obligaron, hasta que fui, pero sin que me convencieran completamente. Por eso fue más emocionante.

—¿Por qué no querías ir?

—Porque pensaba que era difícil, que costaba trabajo, sobre todo a la hora de actuar. Pero cuando llegué vi que no había motivo para sentir miedo. En el casting me relajé y lo hice natural.

—¿Y cómo era la vida en La Habana cuando no estaban compitiendo?

—Nos divertíamos haciendo cuentos, riéndonos con los chistes que hacía Lázaro, el santiaguero. Ese era chistosísimo.

—¿Y el más travieso?

—La más traviesa era Hadassa. Yo también me salía un poquito de la línea —admite sonriente la muy pícara—. Mi mamá me controlaba unas veces y otras me dejaba que siguiera en mi show.

—Cuéntame de los vestuarios, el maquillaje…

—Los vestuarios, muy bonitos. Fíjate que yo le dije a Elio Vives: «Antes de irme tienes que darme algo».

—¿Y te lo dio?

—No, no me dio nada —responde con naturalidad. Y para el maquillaje yo les decía: «Háganme un peinado liiindo, que si no los saco por la prensa» —enfatiza modulando la forma de hablar nuevamente. Para el de la güija me cogieron los pelos y me hicieron una cantidad de gallitooos. Yo me asusté porque parecía que estaba en una película de tensión.

—Tienes un abuelo artista. ¿El talento se hereda?

—Mi abuelo, Víctor Neira, me dio de su arte y me enseñó mis primeras canciones; pero yo también bailaba, cantaba, actuaba y me aprendía las canciones solita. Ahora estoy haciendo mis propias piezas de piano. Fíjate que el tema de La Colmenita él lo sabía tocar, pero no como yo. Le dije que se quitara del piano para enseñarle cómo era, y mi familia se quedó asombrada: «Oh, Thalía le va a mostrar a su abuelo». Entonces ahora él lo toca conmigo.

—¿A qué edad descubriste que te gustaba el arte?

—A los tres años, cuando canté El camión de plátano, que me hizo mi abuelo. Ahora la canta mi hermanita porque yo se la doné. Seguro que ella sale a mí, como yo a mi abuelo.

—¿Imaginas cómo sería si no hubieras entrado a La Colmena TV?

—Seguiría siendo artista, pero no hubiera llegado a tener un premio, a hacer amigos de otras provincias, ni el país completo me conocería.

—¿Es verdad que tener talento es tener buen corazón?

—Para tener talento se necesita tener buen corazón, porque un niño no debe ser malo en ningún caso, ni ser desagradecido o injusto. Yo lo viví y lo sentí, junto a niños de casi todo el país.

 

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