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Uno sueña muy alto

Por el montaje de la obra Richard III, Jazz Martínez obtuvo el Premio Aire Frío que otorga la Asociación Hermanos Saíz

 

Autor:

Yoel Almaguer de Armas

Antes de montar Richard III, obra por la que obtuvo el Premio Aire Frío que otorga la Asociación Hermanos Saíz, Jazz Martínez había soñado con dirigir una de la dramaturga francesa Yasmina Reza, pero fue imposible por cuestiones de derechos de autor, entonces fue que apareció esta creación del inglés William Shakespeare.

«Tenía muchas mujeres muy talentosas y decidí hacer una obra en la que todos los personajes fueran ellas, incluyendo los que debían ser asumidos por varones, lo cual no era lo común, porque originalmente les tocaba a los hombres representar los roles masculinos y femeninos. Había visto varias obras sobre Richard III y siempre lo dibujaban como una persona mala. Yo no quería presentarlo de esa manera, sino un poco más humano.

«Para el montaje contaba con actrices de 20 o 21 años, quienes debían interpretar a personas de 30 o 40. Yo sabía que eso llevaba mucho esfuerzo y que ellas tenían que trabajar duro.

«Quería una persona mayor y Carlos Díaz me dijo que localizara a Verónica Lynn. También pensé en Maridelmis Marín para que hiciera Ricardo III, pero los fines de semana estaba complicada con otros proyectos, entonces Yanelis Mora la sustituyó».

—¿Fue difícil montar con jóvenes esta obra de Shakespeare?

—Lo fue por varias razones. Este es un teatro de mucha palabra y ritmo. Creo que una parte significativa de actores jóvenes no están muy preparados para hacerlo. Asimismo, al público se le torna un poco difícil entender estas propuestas debido a que en Cuba no existe una compañía de teatro clásico, y si las personas no están adaptadas, educadas en este sentido, les cuesta trabajo acostumbrarse.

—¿Quedaste satisfecho con el resultado de Richard III?

—El estreno no fue bueno. Montar una obra con más de 12 actores resulta una monstruosidad. Es muy complejo, porque a veces uno está solo haciendo todo tipo de trabajos. Tuve apoyo en muchas cuestiones, pero un director necesita estar centrado en la dirección solamente. Yo terminé esa obra muy mal, feliz por verla en escena, pero emocionalmente me absorbió mucho.

—Richard III requería resolver muchas cuestiones técnicas, sobre todo luces. ¿Tuviste lo necesario para presentar el espectáculo que soñaste?

—Uno sueña muy alto. Se fueron presentando no pocos problemas; que el teatro no tuviera aire acondicionado ya era uno. El teatro es una experiencia y es importante cómo el espectador llega a él, si el asiento está cómodo, si hay calor o frío, y todo eso influye. En esas condiciones es muy difícil que el público se concentre.

Otro de los problemas que enfrentó Jazz Martínez con Richard III fue el de las luces. «Las del Brecht se desparraman y de pronto veías la escena, y enfrente a los espectadores abanicándose todo el tiempo».

Contó que la pieza se había pensado para hacerla frontal, y después de armada tuvieron que concebirla para espectadores ubicados en tres lugares de la sala, y ese cambio se produjo cuatro días antes del estreno. Lo otro que interfirió fue la ausencia de micrófono recogedor en una sala tan grande como esa. Por ese motivo, los actores se vieron obligados a proyectar demasiado la voz y algunas veces se les sintió gritar, atropellar frases y a continuar una obra que por momentos apenas se entendía. Asegura que todos los momentos de complicidad que habían creado se desmoronaron.

Reconoce Martínez que la sala Tito Junco del Bertolt Brecht es el mejor espacio de La Habana para una puesta teatral, pero «puede ser superior. Regresaré a la sala Adolfo Llauradó, donde hay un equipo de trabajo sólido, que está en función de la obra, de que todo salga bien».

En cuanto a los ensayos, explicó que se hicieron de manera cronológica. «Trabajamos siempre desde el texto, que es el que dicta, y el director no se puede fajar con eso. En este tipo de obra, texto y actores son primordiales. Por eso quise hacer algo simple, con mi visión minimalista: que la escena estuviera lo más limpia posible para que el espectador se concentrara en el actor y lo que decían».

—Uno de los momentos especiales de Richard III es la actuación de Verónica Lynn, quien aparentemente no esforzaba su voz y todo el Bertolt Brecht la entendía…

—Verónica Lynn es una maestra. Tiene una escuela de voz y dicción muy sólida. Le gusta estar rodeada de jóvenes. Es una actriz que escucha, que cree que no lo sabe todo, y aunque haya sido reconocida con dos premios nacionales, cuente con muchos años en el escenario y haya estrenado obras clásicas, todavía siente que le falta por aprender. Cada vez que le daba una nota, ella me decía: «Qué bueno es ser dirigido». Admito que tenía mucho miedo, porque personas que nunca habían trabajado con ella me decían que me dirigía a mí, pero fue un gran placer.

—¿Qué crees tú que puedan opinar los actores de ti como director?

—Ellos pueden opinar que soy muy apasionado, que amo el teatro, que a veces puedo tener «crisis» grandes y ser muy explosivo. Creo que te podrían decir que le dedico mucho tiempo al trabajo con los actores.

—A pesar de los inconvenientes, ¿te sientes contento con Richard III?

—Muy satisfecho. Richard III fue una experiencia increíble en mi vida. Aprendí mucho y creo que logró algunos méritos, aun cuando le faltaron muchas cosas.

«Pienso que el teatro siempre queda como algo inconcluso, y también la dirección. Cuando decimos que la obra está, es cuando deja de estar. Siempre tiene que haber más».

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