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Del Alhambra y de amante(s) con público en forma(s)

La recién concluida etapa veraniega en la capital ha contado con un repertorio teatral múltiple y variado. JR te propone un compendio de lo más sobresaliente llevado a escena en estos meses

Autor:

Frank Padrón

Quien se queje es demasiado goloso; la escena veraniega en la capital ha sido, cuanto menos, variopinta y múltiple: musical, danza-teatro, y este, experimental y clásico, para todos los gustos y exigencias, incluso las más altas.

Con más de mes y medio los fines de semana a llenos totales, se despidió el espectáculo Del Alhambra al Martí en ese último coliseo, y mejor sede no podía tener ese collage del lírico insular, tanto el más ligero de zarzuelas y operetas como el más denso y mayor del género.

Un director experimentado en el musical como Alfonso Menéndez (hasta hace poco al frente del Anfiteatro habanero, adaptador de los éxitos de Broadway que con tanto éxito se han representado durante años allí) asume la dirección general de este cubanísimo show que se suma a los tributos por los cinco siglos de la villa de San Cristóbal.

En ambos teatros a los que re(f)verencia el título, el bufo y el vernáculo sentaron cátedra: en el primero desde el siglo XIX; el que porta el apellido del Apóstol echó a andar a partir de los años 30 de la centuria pasada, cuando la compañía zarzuelera que llevaban adelante los maestros Roig y Prats, representó más de 300 piezas de esa línea.

Ahora Menéndez, en sano gesto vindicativo y respetuoso, pone en escena segmentos representativos de títulos emblemáticos: Cecilia Valdés, María la O, Amalia Batista, pero también de Lola Cruz y Sor Inés junto a otros de revistas musicales (La isla de las cotorras, Voy abajo, La tierra de Venus, Un día en el solar…) o, simplemente, piezas infaltables del cancionero cubano (Quiéreme mucho, Quirino con su tre, Siempre en mi corazón…) arman un creativo puzle donde todo manifiesta coherencia y organicidad.

La dirección musical del maestro Miguel Patterson (incluidos arreglos donde se unen modernidad y tradición), el Coro del ICRT (que prolonga la fiesta del escenario a los palcos laterales), conducido con gracia por la maestra Liagne Reyna, y solistas de lujo como Milagros de los Ángeles, Andrés Sánchez o Laritza Pulido, quienes se reparten los roles centrales con sus hermosas y afinadas voces, contribuyen a que todo fluya con elegancia, ritmo y colorido.

El vestuario y las coreografías de Caridad Rodríguez y del mismo Alfonso, que llevan a un plano estelar la compañía del Anfiteatro y al Ballet de la Televisión Cubana, son otro acierto que remite a épocas y géneros, aunque quizá las luces no siempre (re)crearon al máximo las ambientaciones respectivas. Hubo cierto tiempo apresurado en alguna de las cantantes más jóvenes, y una que otra modulación innecesaria en otro, pero el rubro interpretativo, esencial como se imagina en una obra de este tipo, fue de primera.  

Del Alhambra al Martí constituye otro magistral intento de rescatar ese complejo artístico que no tiene la presencia ni la fuerza necesarias de épocas anteriores: el musical.

El grupo de danza-teatro Retazos, que fundara y dirige desde 1987 la profesora y coreógrafa Isabel Bustos, ha aportado un rostro particular a esa mixtura que implica el lexema, y que, apoyada respecto al lenguaje balletístico en lo contemporáneo, asume y proyecta ese universo con originales coreografías.

Miguel Azcue es el autor de Formas, su más reciente estreno (ahora de gira por Suiza), que solo aparentemente se reduce a lo externo y morfológico si juzgamos por su título. En realidad, los danzantes reafirman a cada paso y gesto sobre escena, en cada interacción entre ellos que cada presencia, cada apariencia encierra nexos, puntos de partida y retorno, asociaciones y creaciones con mucha enjundia y fondo.

Diversas secciones que van del solo a los grupos pequeños, los cuales se tornan mayores, se vuelven a reducir, subdividen y alternan, suman un discurso rico, expresivo, equilibrado que, fiel a los presupuestos de la compañía, detentan una proyección teatral lo mismo en el aprovechamiento del espacio que en la expresividad de los bailarines-actores.

La variada música preside estas creadoras escenas que se expanden y crecen, en todo sentido, durante la duración de la pieza, incorporando a un espectador cuya atención no decae ni un segundo, y en las que el vestuario de Aleida Carrasco (sutil, a tono con las personalidades de los actantes) y las luces de Stefan Bolliger (autora de sugerentes atmósferas, en correspondencia con el título) desempeñan decisivos roles.

El teatro, propiamente dicho, trajo en la temporada más de un título atendible. El amante, la célebre pieza del inglés Harold Pinter, ha sido representada nuevamente en la escena del patio, esta vez por Teatro Punto Azul, bajo la dirección de Omar Bilbao.

Las contradicciones entre realidad y fantasía que tienen tierra fértil en los lances eróticos, signan esta importante obra donde una pareja consolidada imagina roles diferentes que cambian la perspectiva de sus encuentros; quizá lo hacen para evitar la rutina matrimonial, para enriquecer la relación o aplicarles nuevas miradas, como si el amor fuera otro escenario: una puesta en escena no muy diferente al teatro donde los mismos actores asumen personajes diversos y, a la vez, no tan diferentes entre sí.

Bilbao, sin embargo, diseña un montaje en el cual la magia de esos (des)encuentros, esas imposturas donde el fingimiento y el cambio de roles definen la escritura, no conocen la sutileza y el misterio esperados; habría que armar esas identidades, esas mascaradas con un trabajo más esmerado de luces, de música, de efectos, en vez de recargar la escenografía como si eso solo diera con la atmósfera peculiar de la pieza; por el contrario, la hipérbole en tal elemento actúa en detrimento del espíritu que preside El amante.

Afortunadamente, los desempeños (Yasmani Guerrero, Inima Fuentes, Alejandra de Jesús) casi siempre logran convencer, salvo algunos pasajes requeridos de una mayor interiorización.

Otros amantes, estos sí desgraciados y frustrados en su relación, ocupan el centro diegético de Romeo y Julieta, la tragedia de Shakespeare que discursa, más que sobre el amor, en torno al odio que destruye aquel, a las absurdas rivalidades de grupos —aquí son familiares, pero pudieran ser también de partidos, escuelas de pensamiento, sociedades completas que a través del tiempo y el espacio han pugnado en innecesarias guerras— culpables de los crímenes más terribles.

La compañía Hubert de Blanck asumió esta puesta bajo la dirección de Fabricio Hernández, quien partió de la versión que en 2003 hiciera el célebre dramaturgo argentino Mauricio Kartún sobre la fuente original, incorporando también algunos guiños que estampara el chileno Pablo Neruda, de modo que el hipertexto que recibimos aquí resulta un Shakespeare estilizado, modernizado en más de un ideologema, aunque la esencia del texto no sufre en lo absoluto, al contrario.

Tanto los movimientos escénicos —incluyendo las coreografías en las fiestas— como el decorado y el vestuario acusan una labor rigurosa. No puede afirmarse que haya una de esas actuaciones para calificar de «shakesperiana» (sean o no en obras del bardo inglés, se llama así a aquellas donde hay una enérgica proyección eufónica, una exquisita dicción, un auténtico «bordado» de los parlamentos), pero en términos generales, y sobre todo tratándose de un autor como este, se aprecia un nivel general más que decoroso en tal rubro, no siendo este, como se sabe, uno de los fuertes precisamente de la compañía con sede en Calzada. Es una puesta que agradece el público, sobre todo el más joven, lo cual se refleja en los cerrados y agradecidos aplausos.

Y hablando de este, otro de los estrenos más extraordinarios —en el sentido más literal del término— lo trajo Impulso Teatro con Insulto al público, del austriaco Peter Handke.

Obra experimental, posmoderna en su espíritu, que se estrenara en los años 60 del siglo pasado, se trata de un ejercicio deconstructivo y metateatral desde la perspectiva del actor, quien colectiva y a veces individualmente reflexiona desde el escenario en torno a su compleja profesión, el mismo público, el vínculo entre ambos y entre todos respecto al director, el autor y otros elementos indispensables del quehacer escénico.

Acostumbrado a escrituras difíciles hasta lo desconcertante (recordemos la reciente Traslado, comentada desde estas páginas) el director de este grupo, Alexis Díaz de Villegas, asume el riesgo de una pieza sin dramaturgia tradicional, un relato que no cuenta nada sino (auto)reflexiona, «piensa» en voz alta, y lo hace desde una perspectiva irónica, irreverente, al punto de que el título no resulta, en cierto sentido, nada gratuito.

A la manera de los poetas dadaístas que en el Zurich de inicios de la anterior centuria ofendían a los espectadores en sus recitales, los atacaban y gritaban, estos histriones en una suerte de coro van armando sus diatribas, sus reclamos, sus provocaciones desde una estructura que debe más a la poesía que al propio teatro, aunque en cuanto a dinámica y proyección escénica lo sea al ciento por ciento.

Puede inferirse de lo dicho que casi la totalidad en Insulto al público recae sobre los actores, siendo ellos objeto y sujeto de la ¿acción?, y es justamente ahí donde radica parte de su éxito, con mucho que haya más de un espectador verdaderamente «insultado»: la correlación y precisión interpretativas, el dominio de pausas y continuidades, el amarre de una integración y un trabajo de equipo imprescindibles para un texto así, dan en el blanco.

Pues sí que hemos tenido obras atendibles este verano desde la más múltiple escena que, ya en la normalidad que implica septiembre, debe continuar por este rumbo.

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