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El animal que me toca

Nuestro noticiero estelar de la tele «rebotó» en días pasados una singular noticia: «Científicos japoneses intentarán desarrollar órganos humanos en el interior de animales tras recibir la autorización del Gobierno de Japón, que por primera vez permitirá este tipo de ensayos». Mi amigo Floro, recién concluida la emisión del NTV, me escribió preocupado

Autor:

JAPE

Ya en las redes existe una aplicación digital que permite, mediante tu foto, determinar con cuál animal tienes mayor parecido facial. Esto no es nada espectacular, pues existen muchas personas que no necesitan de este truco informático. No pondré ejemplos para no herir susceptibilidades.

Lo realmente novedoso fue anunciado hace algún tiempo en diversos espacios científicos del internet y que nuestro noticiero estelar de la tele lo «rebotó» en días pasados: «Científicos japoneses intentarán desarrollar órganos humanos en el interior de animales tras recibir la autorización del Gobierno de Japón, que por primera vez permitirá este tipo de ensayos».

Mi amigo Floro, recién concluida la emisión del NTV, redactó un email que me llegó en pocos minutos: «Estimado Jape, ¿qué piensas de esto que acabo de ver en el noticiero? ¿Nos convertiremos en hombres lobos, Spidermans, superratones, verdaderos Frankensteins, al estilo de la literatura y el cine?».

Amigo Floro, creo que estás poniendo el parche antes de salir el hueco. Exageras, aunque a decir verdad, y si te sirve de consuelo, te diré que muchos de los grandes inventos de la humanidad tuvieron su embrión (digo así para ajustarnos al tema) en la literatura y las artes gráficas. Así sucedió con el submarino de Julio Verne, y el avión, en los dibujos de Da Vinci.

Vayamos por partes, como dijera Jack el destripador (para seguir ajustándome al tema). Según Hiromitsu Nakauchi, científico japonés que dirige los equipos en la Universidad de Tokio y la Universidad de Stanford, en California, «el objetivo será crear embriones de animales que contengan células humanas y trasplantarlos a otros animales. En la etapa final se buscará producir en animales órganos hechos con células humanas para ser trasplantados a personas».

El asunto sigue un poco enrevesado, sobre todo para quienes no somos científicos y apenas dominamos la biogenética. Te propongo, amigo Floro, que tratemos de darle una mirada positiva a este aún lejano logro de la ciencia. Por ejemplo: varios científicos ven un futuro posible en el que no seamos ciento por ciento humanos, es decir, que en nuestro cuerpo haya partes de otros animales. Y desde ya apuntan que las ratas tienen muchas características genéticas similares con el hombre.

Eso ya lo sabemos. ¿Cuántas personas no se portan cuales ratas? Conozco a más de uno que come y huele igual a un cerdo. ¿Acaso alguien no ha escuchado decir o a dicho a otra persona: «¡No seas tan perro!». El hecho de que tengamos un porciento animal nos permitirá preguntar sin prejuicios a una amiga despechada: ¿Cómo te va con tus ubres vacunas? Nombrar a alguien cabeza de ratón o corazón de león sería algo más que un mote o una metáfora.

No solo Floro ha puesto el grito en el cielo. Varios bioeticistas se han preocupado ante esta práctica y señalan «la posibilidad de que las células humanas puedan desviarse más allá del desarrollo del órgano que se quiere crear, viajen al cerebro del animal y afecte potencialmente su cognición».

Según ha advertido Nakauchi, «procederán poco a poco, con embriones de ratones y ratas de no más de dos semanas. Los investigadores pasarán hasta dos años monitoreando el desarrollo después del nacimiento de los roedores. Si ellos detectan que las células humanas exceden más del 30 por ciento del cerebro de los embriones, decidirán suspender el   experimento».

En este caso sé de algunos humanos que ganarían mucho si su cerebro alcanzara superar el 30 por ciento de la inteligencia de un ratón. Entre ellos Bolsonaro, quien intenta desaparecer los pulmones del planeta, ahora que de órganos vitales estamos hablando.

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