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Ileana Mulet: Me ha ido de maravillas con el arte

JR dialogó con la reconocida artista de la plástica Ileana Mulet, a propósito de su exposición La ciudad no me da tregua, abierta en el Museo de Arte Colonial hasta el 30 de septiembre

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

La ciudad no me da tregua. Así se nombra la exposición de la reconocida artista de la plástica Ileana Mulet, que permanecerá abierta en el Museo de Arte Colonial hasta el 30 de septiembre, y tal vez ese mismo título le serviría a la también poeta si se decidiera a escribir la novela que cuente esa felicísima etapa de su vida en que se dedicó a darle forma a su sueño mayor.

«Nací en Holguín y recuerdo que primero me matricularon en una escuelita de barrio. Al triunfar la Revolución me trasladé a la Oscar Lucero, uno de esos cuarteles que después de 1959 fueron convertidos en ciudades escolares. En esa época mis libretas las cuidaba con esmero, pero tenía un cuadernillo donde me explayaba con mis dibujos. Los maestros de artes plásticas se percataron de eso y empezaron a llamarme a sus clases para que con tizas llenara la pizarra de trazos y colores, algo que me encantaba.

«Fue como en 1961 cuando mi mamá nos pudo mandar a buscar a su casa en el Casino Deportivo, en la capital. Éramos tres: una hermana gemela conmigo y la mayor. Sucedió entonces que ya en la escuela, uno de mis amiguitos, quienes pronto descubrieron mi afición por la pintura, me llamó el día antes de las pruebas para San Alejandro para decirme que él se iba a presentar, por si también me embullaba. Me tuve que escapar porque mi mamá era severa. Lo habíamos hablado muchas veces y le preocupaba que siendo casi una niña tuviera que hacer sola una tirada tan larga: desde donde me dejaba la guagua, debía caminar prácticamente un kilómetro.

«Para esa fecha mi mamá había sacado sus cuentas pues tenía demasiados muchachos que echar para adelante (cinco en total). Así que me escapé sin  llevar ni un pomo de agua. Hice las primeras pruebas, mas a las seis de la tarde todavía estaba esperando, casi desfallecida.

«Me salvó un profesor llamado Felipe López, a quien me dirigí cuando por casualidad pasó por mi lado: “¿Cómo se llama usted?”, me preguntó y le expliqué. “Vamos a revisar los resultados de tus exámenes a ver si vale la pena”. Cuando me iba a levantar de aquel banco que ya no soportaba, y me marchaba moralmente destruida, me llamó: “Ileana, usted sí queda, pero debe venir con sus padres».

¡Un drama familiar fue lo que se armó!, según le confesó a JR esta creadora, mientras volvía a desandar en su memoria el largo pero seductor camino transitado. «El ánimo solo me dio para ir a casa de una tía en Marianao, para que intercediera por mí. “Cuidado con que le vayas a pegar o a regañarla, porque ella está luchando por su futuro”, le advirtió a mi madre. Me acosté un ratico y no supe ni cómo llegué al Casino.

«Al regreso me estaba esperando mi padrastro con un discurso bastante desagradable para desanimarme: “Sabrás que quieres una carrera de muertos de hambre, que la vida de los artistas es pura bohemia”. Mi madre asentía con la cabeza, pero yo seguía firme, hasta que lo detuvo: “Evelio, basta por hoy. Ella determinará”. De esa manera comencé a labrar mi futuro. Al principio la escolaridad la hacía en Caturla, pero después me tocó en La Habana Vieja. En ese tiempo, casi le daba la vuelta a la ciudad y desde entonces me enamoró. Ahí es donde están las implicaciones de los sueños. Todo aquel que tenga fallido ese sentimiento de que luchar no vale la pena, debe repararlo con urgencia y no detenerse hasta encontrar su felicidad».

—Escuchando tu historia, uno entiende por qué llevas tanto tiempo pintando la capital. La ciudad no me da tregua es otro ejemplo de ello...

—Así es. Me llena de regocijo apreciar cómo el público la disfruta en el Museo de Arte Colonial. Esta ha sido otra oportunidad que he tenido para darle las gracias por existir a esta bella Habana, próxima a cumplir su quinto centenario; una ciudad que lleva ya 40 años inspirándome. El título es una apropiación de uno de mis poemas. La exposición inaugurada desde el pasado 12 de julio, se ha conformado con instalaciones, 18 piezas de mediano formato de diferentes etapas de mi carrera y otras tres de 2019. Son óleos sobre tela y algunos acrílicos. Por supuesto, también están los poemas.

«En la muestra aparece mi ciudad imaginada, con esa pincelada expresionista y ese tinte de realismo mágico para otorgarles a las obras un toque vivaz, también por sus personajes asomados en los balcones o caminado por las calles, por ese juego con las luces y las sombras... Creo que es una expo bien bonita, donde se reconoce mi estilo. Otra vez acudo al paisaje con la premisa de que se trata de un estilo que nunca se agotará, siempre y cuando el autor le vaya imprimiendo nuevos recursos».

—Supe que estás detrás de otros proyectos que tienen a la Ciudad Maravilla como protagonista...

—Yo siento mucho amor por mi terruño natal y les profeso tremendo respeto a los holguineros, me llena de orgullo saber que son honestos, trabajadores, alegres y fieles defensores de la cultura. Holguín es una ciudad que crece, es preciosa, llena de encantos con sus fabulosos parques y me encantaría en 2020, fecha en que arriba a sus 300 años, poder presentar allí mi exposición de telones. Sin embargo, la vida me trajo desde muy muy joven, lo cual me hace deudora de una Habana que me acogió con calor, que me mimó como a una hija y me deslumbró con su belleza.

«Me estuve preguntando qué iba a hacer por el 500. Creí que debía volver a retomar Huellas sobre la ciudad: un proyecto muy ambicioso, pero además algo complicado por el tema de los recursos, que hace ya un tiempo le presenté al Doctor Eusebio Leal. La exposición homónima ocupó espacios del Castillo de la Real Fuerza, en 2016.

«Ahora se han reunido alrededor de él un número importante de artistas en agradecimiento a ese gran mecenas que es Leal y a su profesional equipo de trabajo, los directores de museos..., todos gente maravillosa que se entregan a cambio de nada; a la Oficina del Historiador, a La Habana que nos ha acunado durante tantos años. Me he visto obligada a hacer un corte, y pretendemos inaugurar una muestra de 60 pintores, cuyas obras se exhibirán en las rejas del Castillo, transformándolo en llamativa galería al aire libre: una práctica a la que esa institución nos tiene acostumbrados.

«Mi querida San Alejandro tiene un director tan entusiasta e inclusivo, Lesmes Larroza González, que no solo ha abierto las puertas a las nuevas generaciones, sino que también me ha invitado a llevar, a principios de noviembre, una muestra personal en una de las galerías de esa institución. Se llamará Zona costera y agrupará esas obras mías donde está presente el mar».     

—¿Cómo surgió esa pasión también por la literatura?

—Desde mis primeras exposiciones, uní la literatura con las artes plásticas, las pinturas con mis poemas. La verdad es que la poesía igual estuvo arraigada en mí desde mi infancia, en que escribía, escribía, escribía. De repente se me ocurrió que aquellos escritos podían acompañar mis obras, «completar» mi voz, y la idea funcionó. Tanto que decidí probar esa experiencia en México (Entre columnas y arcadas) y en Colombia (Desde mi Habana), donde quedaron encantados.

«A partir de ese momento comencé a tomarme la literatura tan en serio, que he publicado no solo cuadernos (el más reciente se nombra Armisticio y tiene prólogo de Reina María Rodríguez), sino que he ido incursionando, además, con la narrativa. De hecho, en la feria Arte en La Rampa de 2018 presenté Sobre la tierra húmeda, que reúne mis cuentos. Ahora estoy involucrada en la escritura de un texto llamado Limbo, el cual me trae muy entusiasmada, una especie de prosa poética que pretendo convertir en una novela, como también lo es La poeta».

—No se habla mucho de esa otra faceta tuya vinculada con el vestuario y el diseño de escenografía...

—Tampoco se habla mucho de esos 17 años y medio que me dediqué a decorar para el turismo. En vida de Ángel Martínez, me encargué de la remodelación capital de un espacio emblemático como la Bodeguita del Medio. Porque fui capaz de interpretar todos los anhelos de su creador, él decía que yo era el ángel blanco de ese restaurante de fama mundial. El 1830 es otro de mis orgullos, porque me tocó devolverle la elegancia a un lugar que encontré casi perdido. Busqué piezas de gran valor como apliques, estatuillas, espejos, que armonizaran con ese inmueble fabuloso con sus vitrales, sus magníficas rejas forjadas, con sus impresionantes vistas al mar...

«Después de esa experiencia muy enriquecedora, me dediqué por cinco años al diseño de vestuario para la televisión, pues aunque entonces pintaba muchísimo, no me daba para vivir enteramente de la pintura. Tuve la suerte de que me confiaran un espacio seriado al estilo de Shiralad, que por lo general se reservaba para profesionales renombrados o de más experiencia. Fue un proyecto muy costoso desde el punto de vista del trabajo y también espiritual, con el cual me gané el premio Caracol.  

«Otro momento inolvidable para mí fue cuando Alicia Alonso me llamó, a propuesta del crítico Toni Piñeira, para que asumiera, después de hablar largamente con ella, una de las escenas, Las brujas, de su recordada coreografía Cuadros de una exposición: otro premio de Caracol.

«En vida de Juan Rodolfo Amán, en ese entonces director artístico del Teatro Lírico Nacional, se quiso reponer La Boheme, y me encargaron el telón de fondo y la teleta, que me quedaron de concurso (sonríe)».

—Al final te quedaste con la plástica y la literatura...

—Me ha ido de maravillas con ellas. Me ha ido de maravillas con el arte. Me fascina combinar ambas emociones. Lo que no soy capaz de plasmar en un lienzo por medio de la pintura, intento expresarlo a través de la lírica. Es una pasión tan fuerte que se ha convertido en una adicción.

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