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Los poetas de la guerra, de José Martí

Al joven talento que es Mario Cremata debemos la reciente edición de Los poetas de la guerra, de José Martí, antología que apareció por vez primera en Nueva York, en 1893

Autor:

Nancy Morejón

Para Ambrosio Fornet, veguitero, bayamés, oriental y cubano

 

Cualquier página del cubano más universal, nuestro Apóstol y Héroe Nacional José Martí (La Habana, 1853- Dos Ríos, 1895), alcanza el esplendor no solo de su belleza formal, de su célebre e inconfundible estilo —como si echara lava de un volcán cercano—, sino de la transparencia de sus valores morales presididos, como sabemos, por el más sincero sentimiento patriótico. Esos valores se asentaban, se nutrían, eran el resultado de una práctica suya devota del amor hacia Cuba y, por consiguiente, a la libertad sobre la cual indagó sin tregua alguna, sin hacer concesiones de ningún tipo, al punto de inmolarse en la guerra de independencia de 1895 que llamara, de forma genial, «la guerra necesaria».

La Patria fue el valladar de José Martí. No era la guerra por la guerra. No era ni su intención ni su concepto. Era la guerra justa para arrancar los derechos que todo ser humano debe defender. Eso que él llamaba «la épica sencillez» de una cuarteta. Por ello los poetas de nuestra gesta libertaria componían el canto de sus hazañas. Su maestría reside en el modo en que ofrendaban sus vidas. Según afirmaba Martí: «sabían morir» por la Patria, como rezan los últimos compases del Himno Nacional, nacido en Bayamo.

Más allá de la excelencia literaria de sus versos, de su oratoria, de sus cartas, de su prosa de ficción, de sus estudios y apuntes, de su inigualable periodismo al servicio de las causas más nobles de su época, José Martí concebía el ejercicio de la literatura como un deber patrio. Este término es clave para entender su expresión. No por azar el periódico de la insurrección, de la conspiración perpetua contra la colonia española —que fuera su vehículo para aunar voluntades y aglutinar diversos sectores, dentro y fuera de Cuba— llevó el nombre de Patria. Precisamente en sus páginas publicó un sinnúmero de pequeñas obras literarias firmadas por patriotas comprometidos, como él mismo, con la independencia de la Isla.

Una tarde, un amanecer alrededor de una fogata improvisada para dar de comer a los caballos o desahogar la nostalgia hogareña, los insurrectos —las bijiritas— se aglomeraban a la sombra de un árbol, para recitar versos que iban impulsados con el viento, de una montaña a otra, de un riachuelo al mar de alguna bahía, no lejana. 

José Martí apreciaba en estas composiciones su intrínseco valor patriótico y su localización en los montes orientales, vehementes en su brava presencia; es decir, en pleno disfrute de la naturaleza, una naturaleza especial, enmarcada en montes tupidos, en suaves valles, donde se desarrollaba tanto la vocación literaria como el afán de alcanzar y moldear un país libre, cubano y, por ello, independiente. 

Una indudable tradición oral alentaba aquellas glosas, aquellas décimas que, al decirlas, al llevarlas de boca en boca, en el tiempo del fragor combativo, se convertían en reliquias de un verdadero arte popular. José Martí salvaguardó estos versos y sustentó su ejemplar destino recogiéndolos, publicándolos, al calor de tantas tareas intelectuales, disímiles, que lo condujeron a la manigua redentora.

Debemos al joven talento que es Mario Cremata la reciente edición de Los poetas de la guerra, de José Martí, antología que apareció por vez primera en Nueva York, en 1893. En su prólogo, el poeta de los Versos sencillos reconocía la función más humana de la poesía, que no es otra que esa que la vincula, sin miramientos, a la más pura acción libertaria. El discurso de Martí es inclusivo; de ahí su inmortalidad. Su premisa: fijar en la memoria las hazañas de lo cotidiano porque durante ese quehacer se registraban episodios dignos de Esparta y de Lepanto. No cabían allí odios: combatir la colonia, no Castilla, no España, porque con su lengua hablamos. 

Es imprescindible traer ahora, aquí, afirmaciones que explican, mejor que un tratado, el alma de los montes indómitos, o más bien, la esencia de la virtud que la promueve:

En recitar era siempre el primero Marcos García, por su voz obediente y briosa, y el sentido que daba a El beso, de [José Jacinto] Milanés, o al Nocturno, de [Juan Clemente] Zenea, o a lo mejor de la poesía de España. Fernando Figueredo, con su hidalgo reposo, decía del corazón más que de los labios, las décimas que escribió a su madre cuando el combate de Báguanos,1 o versos de ternura y lealtad a una flor de la guerra.2

El mérito de la edición que nos ocupa es incalculable porque coloca en manos del lector común, en nuestros días, para todas las generaciones, el más puro legado del ideario mambí. De ese modo, la Oficina del Historiador pone al alcance del pueblo cubano y, por qué no, a los hispanoparlantes de todo el orbe, las más hermosas páginas, los más vibrantes versos nacidos del humo alzado desde los más rústicos fusiles, aquellos que, desde entonces, forjaron la posibilidad del mejoramiento humano, tan importante en la ética martiana; porque, como reafirmamos hoy, un mundo mejor es posible.

José Joaquín Palma, Fernando Figueredo o Ramón Roa fueron, entre otros, adalides de este emblema que enarboló de Nueva York a Dos Ríos, el hombre sincero de donde crece la palma, cuyo cuerpo fue encontrado «entre charcos de sangre helada».3

Recreada en la cubierta una metáfora de gran belleza como lo es la ilustración del artista Ernesto Rancaño, esta preciosa entrega de Ediciones Boloña es una inapreciable contribución a la historiografía martiana, pues recoge el polvo del pensamiento de sus héroes, mecidos por el torbellino de las palomas en la plaza.

 

1 «Báguanos es un pequeño arroyo de Holguín, de aguas siempre turbias», dice Fernando Figueredo. Véase Serafín Sánchez: Héroes humildes y los poetas de la guerra. Prólogo de Gonzalo de Quesada. La Habana, ed. Ciencias Sociales, col. Historia de Cuba, 1981, p. 172.

2 Gonzalo de Quesada, gran amigo de Martí, evocó también en páginas memorables las hazañas de innumerables mambises. Serafín Sánchez, otro grande de nuestras luchas independentistas, escribió inapreciables semblanzas de esa escritura patria. 

3 José Martí: Los poetas de la guerra. Colección de versos escritos en la guerra de independencia de Cuba. Prólogo de José Martí. Prefacio de Mario Cremata Ferrán. La Habana, Ediciones Boloña, Publicaciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad, col. Raíces, 2018, p. 93.

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