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De la prostitución juvenil y otras (malas) hierbas

América Latina tiene índices preocupantes de esa prostitución no elegida, férreamente controlada por mafias en un negocio tan lucrativo como inhumano y cruel. Varios títulos en el Panorama Latinoamericano del 42do. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano abordan el tema

Autor:

Frank Padrón

Un mal enraizado y extendido en el mundo entero es el de la trata de jóvenes. No se habla de ejercer lo que practican por voluntad propia las hoy llamadas «trabajadoras sexuales», sino de adolescentes, a veces niñas, secuestradas o engañadas y obligadas a prostituirse en otros países o en sitios clandestinos de sus mismas ciudades. Muy relacionado con ello es el robo de infantes varones para venderlos a familias que no pueden tener hijos, o algo peor: ponerlos a disposición de pedófilos en otra variante, más terrible aún, de la explotación y la violencia sexual.

América Latina tiene índices preocupantes de esa prostitución no elegida, férreamente controlada por mafias en un negocio tan lucrativo como inhumano y cruel.Varios títulos en el Panorama Latinoamericano del 42do. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano abordan el tema, sobre todo del cono sur.

En Ojos de arena, de la argentina Alejandra Marino, un matrimonio separado desde que desapareció su pequeño hijo, sigue una pista que lo conduce a un viejo caserón en provincia donde una pareja madura se enfrenta al mismo problema: es su hija adolescente la que falta sin que imaginen siquiera su paradero, mientras una vidente cercana sufre algo similar en el caso de su nieta.

Tres mujeres que buscan desesperadamente a sus hijos y se topan con ese panorama que referíamos, y aunque el desenlace es favorable a la mayoría, también revela tragedia y dolor para otros.

Diablada, ópera prima de Álvaro Muñoz, con Catalina Saavedra y Daniel Candia en los roles principales.

La directora logra erigir un relato en el que el suspense y la angustia se apoderan del ánimo desde los minutos iniciales; con verdadero tacto se van manejando y develando claves que apuntan a una intrincada red de motivos, los cuales se insertan notablemente al discurso central, gracias a una edición que hila los tiempos narrativos con pericia, enriquecida por rubros destacados como la fotografía y, sobre todo, las competentes actuaciones.

Diablada, coproducción chileno-venezolana, constituye la ópera prima de Álvaro Muñoz. Basada en hechos reales, nos sitúa en el desierto de Atacama, donde se han producido14 violaciones y asesinatos de mujeres entre 1998 y 2001, que al final revelaron un mismo criminal: Jesús Pérez Silva.

El director no se limita a la mera reconstrucción de los hechos, aunque ya de por sí hubiera sido un mérito, gracias a una notable puesta en cámara que sobresale por su ambientación y narrativa, sino por la bien aceitada denuncia a varias discriminaciones que esconden los hechos (de género, socioeconómica y hasta geográfica) al tratarse de mujeres adolescentes, pobres y además habitantes del extremo norte del país, en una localidad en medio del desierto que, aunque hoy expandida y más desarrollada, era entonces pobre. Como si fuera poco, el filme emplaza la indolencia y el cinismo de la policía, conectada como es habitual en casos semejantes, con las altas esferas políticas.

Ojos de arena, de la argentina Alejandra Marino.

Personas de las comunidades locales en Huasco, donde tuvo lugar el rodaje, participaron en Diablada, junto a actores prestigiosos como Catalina Saavedra (La nana) o Daniel Candia (Matar a un hombre), quienes vuelven a mostrar sus habilidades histriónicas.

Según declaró la productora Teresa Salinas, la investigación previa contó con la asesoría de la Red chilena contra la violencia hacia las mujeres, y así se erige en un testimonio válido, tanto social como artísticamente.

Santa es lo nuevo del argentino Victor Postiglione (Tiempo muerto) y sigue al quinceañero Robinson, quien emprende junto a un primo y una amiga otra búsqueda desesperada: la de su hermana, quien da título al filme, y ha sido víctima de una trata de jóvenes en la provincia de Buenos Aires. Como es habitual en estos casos, el final del rastreo resulta espeluznante.

Ganador del concurso de producción de largometrajes regionales del Instituto de cine en Argentina, al llevarlo a la pantalla el segundo título de Postiglione muestra una diégesis irregular, a veces empañada por un anecdotismo que no aporta verdadera sustancia al desarrollo del relato, el cual se ve afectado también por un nivel disparejo en el plano actoral.

Menos eficaz que las anteriores aquí reseñadas, de cualquier modo Santa se suma a la batalla de esclarecimiento y denuncia que el cine en Latinoamérica libra contra una de las llagas más supurantes de la sociedad contemporánea.

 

 

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